Desmontar la construcción de una institución milenaria como la Iglesia Católica, uno de los pilares sobre los que se edificó la cultura de Occidente y que sigue siendo uno de los grandes centros desde donde se construye el poder en el mundo, no es una tarea sencilla. No importa si se está a favor o en contra de ella: retratar a la Iglesia, sus ideas, su lugar en la Historia y el rol que sigue ocupando en el presente, intentando mantener una mirada imparcial, ciertamente es una tarea digna de algún tipo de Hércules intelectual. Tal parece haber sido, en principio, el objetivo del director Patricio Escobar con su documental Bienaventurados los mansos, que esta semana puede verse en el cine Gaumont, en dos funciones diarias.
Haciendo pie en el lugar que la Iglesia ocupa en la actualidad, Escobar recorre los anales de la institución en busca de dar con las explicaciones que sirvan para entender el tremendo poder que esta tiene, incluso más allá de lo religioso. Para ello recurre a una larga lista de fuentes (muy) autorizadas para hablar tanto a favor de su trabajo caritativo al interior de las comunidades y en favor de los desfavorecidos por las estructuras de las sociedades, como en contra de su discutible rol político en la historia de mundial, que la involucran en algunos de los momentos más oscuros de los que se tengan memoria.
A partir de ese rosario de voces, Bienaventurados los mansos propone una discusión entre defensores y detractores, en la que rápidamente los argumentos de unos y otros pueden agruparse en dos grandes grupos. Los que se manifiesten a favor pondrán el acento en la labor de base de la Iglesia, su trabajo con pobres, necesitados, enfermos y demás parias sociales.
Por su parte, quienes la atacan recurrirán a una mirada macro, desde donde es posible contemplar su innegable rol político, como así también el extenso listado de escándalos a los fue y sigue siendo asociada. Los consultados dotan al trabajo de Escobar de una polifonía que consigue representar de manera bastante fiel los argumentos e intereses de un lado y otro.
La enumeración de nombres es abrumadora. En un rincón los monseñores José María Arancedo, Jorge Casaretto y Antonio Baseotto; Roberto Bosca, miembro del Opus Dei; Gabriela Cicalese, vice directora nacional de Caritas; o Francisco Olveira, cura párroco de la Isla Maciel. Del otro Rubén Dri, teólogo y ex sacerdote; el abogado y filósofo Aníbal D’Aura, autor del libro El hombre, Dios y el estado; el psiquiatra Enrique Stola, acompañante terapéutico de una de las víctimas de abuso sexual del padre Grassi; o Emiliano Fittipaldi, periodista de la revista italiana L’Espresso que reveló múltiples casos de corrupción económica en el Vaticano. Más o menos en el medio, Guillermo Olivieri, secretario de culto de la nación 2003-2015.
De correcta construcción cinematográfica, aunque conservadora (o limitada) en el manejo de los recursos, si algo se le puede criticar a Bienaventurados los mansos es cierta parcialidad.
Si bien parece darle más espacio a las voces que defienden las posiciones de la Iglesia, el orden en que los testimonios son presentados siempre le da la última palabra a los detractores. Una estructura de montaje dispuesta de modo tal que cada serie de argumentos esgrimidos a favor de la Iglesia es seguida de otra, de signo contrario, encargada de desarticular a la primera.
De ese modo enseguida se vuelve evidente de qué lado de la discusión se ubica la película. Que los últimos fotogramas estén reservados a la figura del filósofo del siglo XVI Giordano Bruno, apóstata o hereje según quien lo mire, quemado vivo por la Inquisición, no hace más que confirmarlo.