Diego Peretti llega agitado al encuentro pactado con PáginaI12. Corriendo, en verdad. “Perdón por la demora”, se apresura a decir, sin mediar palabra alguna. “Disculpame, de verdad”, insiste, apesadumbrado, mientras –ya disculpado– le da paso al saludo de rigor. La “demora” que tanto lo aqueja, en realidad, no fue más allá de los quince minutos. El gesto, que para algunos puede resultar exagerado, en realidad describe mucho de la personalidad de un actor al que el prestigio y la popularidad no parecieron hacer mella en su don de gente. “No existen más las estrellas glamorosas e intocables de antaño. En un punto, está bien, porque había allí una sobreactuación de una fascinación mentirosa”, subraya, corriéndose de cualquier lugar de privilegio. “Las actrices y los actores somos tipos más comunes de lo que muchos creen”, confiesa.

La entrevista tiene como excusa el estreno de Los vecinos de arriba, la obra de teatro que Peretti protagoniza junto a Florencia Peña, Rafael Ferro y Julieta Vallino, y que este fin de semana debuta en el Teatro Metropolitan (Corrientes 1343). “La obra cuenta la historia de un matrimonio a punto de la implosión, protagonizado por Florencia y yo. No es un matrimonio que está a punto de marchitarse, sino que está a punto de volar por los aires, que es muy distinto. El disparador de la obra surge cuando la mujer decide de manera unilateral invitar a una picada a un matrimonio vecino que tiene una vida sexual muy activa y ruidosa. Esa decisión unilateral genera un primer chispazo, que sirve para exponer de qué se trata de un matrimonio en el que ninguno de los dos se aguanta ni una sola cosa del otro. Pero es un matrimonio que está atado a un contrato social tan sólido que no les entra a ninguno de los dos la posibilidad de separarse”, cuenta Peretti sobre la obra escrita por el catalán Cesc Gay y que dirige Javier Daulte (ver recuadro). 

–¿El tono de la obra es de comedia o de drama?

–Es una comedia dramática, que sucede en tiempo real, al punto que todo pasa en una gran escena. Tiene el ritmo de una sitcom, pero imprimiéndole carnadura a personajes que no nos son lejanos, en situaciones que conocemos bien. Algo muy interesante que tiene la obra es que cada pareja conserva diferentes perfiles. Nuestros vecinos, por ejemplo, no son tan complejos dramáticamente, porque hacen lo que desean sin hacerse demasiado problema. Hay parejas más complejas que otras, que no se replantean cada cosa que deciden. Ellos tienen una vida sexual libre y sin tapujos. Y en la vida sexual de una pareja, si no se fuerza ninguna situación, nada está prohibido. La cultura construye nuestros propios juicios y prejuicios. 

–¿Los vecinos... expone dos parejas de diferentes dinámicas?

–Lo interesante es que la pareja de los vecinos tiene una dinámica muy simple, a la vez que parece construirse sobre bases muy sólidas. Y proponen el sexo grupal con naturalidad. No se trata de perversos en lo sexual, sino que simplemente viven la sexualidad abiertamente. Se aman y como pareja funcionan seduciendo a otras parejas. No ven con malos ojos el sexo grupal. Esa propuesta trastoca a nuestra pareja. No tanto porque no tengamos la mente abierta, sino porque ese tema en una pareja en descomposición siembra la semilla de una discusión en la que las culpas se cruzan infinitamente. 

–En la obra, ¿lo sexual aparece como tabú y como natural, según cada pareja?

–En el siglo XXI aún seguimos llenos de prejuicios sexuales. Ahora, cuando uno los analiza racionalmente, se da cuenta que se trata de prejuicios sin ningún tipo de asidero. Los prejuicios son el resultado del paradigma de una época. La religión, por ejemplo. Tenés que ser muy fanático religioso para, desde la ciencia, creer que La Biblia fue escrita por Dios. La Biblia fue escrita por un hombre, lo que ocurre ahí es un gran cuento de ciencia ficción, consecuencia de la imaginación de Julio Verne, que imaginó que el hombre iba a llegar a la Luna antes de que ocurriera. No es el escrito verdadero sobre el origen del mundo y del hombre. Hay creencias, construcciones, mitos y teorías que forman parte de una cultura, la moldean y condicionan nuestras ideas. La obra expone eso, a partir de que una pareja aprovecha una picada para proponer sexo grupal. Y no lo hace desde ningún lugar perverso, sino naturalmente.

–¿Lo sexual es el disparador para hablar de otros temas?

–El foco de la obra es sobre cómo nos vinculamos con el sexo en el siglo XXI. La pregunta es dónde se inician los problemas en una pareja. ¿En la convivencia, en la rutina y la previsibilidad, que luego se manifiesta en el encuentro íntimo como desinterés o desilusión? ¿O, en realidad, la insatisfacción sexual vuelve incómoda la convivencia? En una pareja el sexo es causa y/o consecuencia del estado de la relación. La obra analiza ese espacio de la pareja. No se mete con los suegros de cada uno ni con los trabajos ni con los hijos ni con las tareas del hogar. Ninguno de esos temas que suelen rodear a una separación están. En la obra, la cuestión es el sexo, ya sea como causa o como efecto. 

–A nivel personal, o incluso social, ¿cree que es tan importante el sexo en una relación?

–A los efectos de la obra, seguro. En lo personal, claro que es importante. Sobre todo en relaciones maduras y jóvenes todavía. Por supuesto que hay parejas para las que el sexo no es un aspecto relevante de la relación. En mi vida, el sexo es algo prioritario. ¡El sexo es algo que me mantiene atento desde los 13 años! Seducir, gustar, ser querido, la excitación corporal, los cambios químicos que produce el sexo lo vuelven esencial. El sexo es un eje eterno de la vida de todos.

–Alejandro Dolina dice que, en el caso de los hombres, todo lo que hacen es para seducir a otra persona.

–En el ambiente en que yo me muevo, no sólo en el actoral sino en la sociedad porteña de clase media de los últimos cincuenta años, el sexo es muy importante. Lo notas en los medios, en una fiesta, en los chistes, en una reunión, en un asado, en WhatsApp... El sexo está presente todo el tiempo. Cuando hablo de sexo, no me refiero únicamente a la genitalidad, sino a la seducción, a los vínculos, a la pareja y la soledad. La sexualidad forma parte de nuestra existencia, al menos en las grandes urbes de la cultura occidental.

–Lo que habría que preguntarse es si el valor de los sexual se da naturalmente o es una construcción cultural de una maquinaria mediática que lo expone a toda hora.

–Es cierto, pero eso es natural, también. Quiero decir: la mediatización es un fenómeno natural. No lo generó un extraterrestre sino nuestra propia cultura. La misma tendencia de la humanidad a comunicarse con el otro llevó a que vivamos cruzados por lo mediático. Hay quienes tienen la necesidad de alejarse y vivir en al naturaleza, que seguramente no tienen esa tentación. Están los que reaccionan en contra de la tendencia masiva hacia la mediatización de nuestras vidas. Yo puedo estar en contra de muchas cosas, pero vivo en una sociedad donde la tecnología es una obsesión. No soy un inadaptado. Formo parte de esa cultura mediatizada. No me expliques cómo ni por qué, pero con mi hermano alcanzo por whatsapp charlas afectivas mucho más profundas que de manera presencial. Sin perder espíritu crítico, la tecnología ha acercado a la gente.

–También ha modificado la vida cotidiana. En materia cultural, la tecnología modificó costumbres de consumo. 

–Mis hábitos televisivos cambiaron mucho. La última vez que me peleé con mi hija por la televisión fue cuando daban Esperanza mía. Ahora cada uno ve lo que quiere en su dispositivo. La manera de ver televisión cambió de manera arrasadora. La TV ya dejó de ser el centro organizador de la familias. Eso te saca un poco de la TV. Ya no me resulta tan atractiva. Lo que me seduce es poder hacer series de 13 capítulos para plataformas.

–Es un esquema de producción más cercano al cine, en el sentido de que son productos que no se emiten hasta estar terminados y no existe la locura del rating.

–Desde ya. Nadie se dedicó a la actuación para tener sobre los hombros la preocupación de la audiencia. Poder evitar la presión del rating es saludable para cualquier actor. Una cosa es absorber la presión de interpretar con soltura un personaje creíble, seducir a los espectadores a través de la construcción de una personalidad, metaforizar un contexto con la historia que se cuenta... Esa es una hermosa presión para cualquier actor. Ahora, terminar jornadas de 12 horas de trabajar, ir al otro día y que haya un bajón en la producción porque la planilla de rating dice que estás por debajo de un programa mexicano... ¡Qué carajo me interesa! Bueno, eso va dejando una herida y afecta al trabajo natural del actor.  

–Que no es mucho en estos tiempos de crisis económica.

–Las familias quitan los gastos que no son esenciales en momento de crisis económica, con alta inflación y perdida de puestos de trabajo. El mango que la gente tiene se cuida un poco más. Antes había teatro de martes a domingo, después fue de miércoles a domingo y ahora muchas obras van de jueves a domingo. Las obras antes hacían doble función los viernes, sábados y domingos. Eso ya no pasa. Hay una reducción que tiene que ver con lo económico, pero también tal vez obedece a que no hay una oferta variada y rica.

–De hecho, hay obras como Toc toc o ciclos televisivos como Historia de un clan que se transforman en fenómenos importantes de audiencia.  

–Lo viví con Los simuladores y Locas de amor. Los que trabajamos en la cultura tenemos que hacer un mea culpa. No siempre la causa es económica. Antes rompían los teatros con Teatro Abierto y las obras de Tito Cossa, Osvaldo Dragún, Griselda Gambaro... Ahora, ni autores nacionales llevamos a escena. Se ha perdido el vínculo entre la literatura teatral argentina y el público. En el kirchnerismo se alentó una política cultural autóctona. Sin embargo, no pudo terminar se plasmarse una nueva camada. Es un enigma. La ferviente afición teatral que había hace tres o cuatro décadas se perdió. Lo que me parece es que no debemos pensar solo que la gente va menos al teatro por cuestiones económicas.

–¿Por ejemplo?

–Hay un aspecto que pudo haber influido y es que en la Argentina se han perdido a las “estrellas”. Yo estoy protagonizando y no tengo el mismo lugar cultural que tuvo Rodolfo Bebán en su época. O que tiene un Alfredo Alcón o, incluso, un Federico Luppi. Está Ricardo Darín, que parecería que combina la actuación moderna y en su semblante mediático el glamour de lo antiguo. Pero no existen más las estrellas glamorosas e intocables de antaño.

–Pero usted es un actor reconocido.

–Pero es otro tipo de reconocimiento respecto de aquel. En un punto está bien, porque había allí una sobreactuación de una fascinación mentirosa, que es propia del jet set de otro tiempo. Ahora uno termina de ver una película llena de magia y puede ver el making off. ¡Antes eso estaba prohibido! La magia del cine ya no es secreta. Los actores entablamos una relación mas cercana con la gente. Las actrices y los actores somos tipos comunes, mucho más de lo que muchos creen o creían. Esa “humanidad”, si bien es simpática, hace perder el misterio. Tal vez eso atenta contra la convocatoria. Ha cambiado mucho. El misterio puede construirlo el actor, pero se vuelve cada vez más difícil ante tan grande aparato mediático.

Creer o ya no creer, ésa es la cuestión

“Amo a la Argentina y jamás podría irme a vivir a otro país, pero mi patria son mis amigos, mi familia, mi hija y mi barrio”, pone las cosas en claro Peretti, al momento en que la charla transcurre por el análisis de la realidad argentina. Militante en el Partido Intransigente cuando estudiaba Psiquiatría en la Facultad de Medicina, el actor no esquiva a hablar de política, aun cuando –dice– está pasando una etapa extraña respecto al futuro del país y de su relación con los proyectos.

“Tengo 53 años y la sensación de que hasta el final del gobierno kirchnerista fue la última vez que creí”, se lamenta. “No creer en un sentido militante, porque no lo fui, pero sí en mirar con atención y ver que había gente que pensaba una forma de modelar al país con la que coincidía, que me hizo sentir cercano. Pero soy muy honesto. Y la creencia descansa en el modelo teórico y en la ejecución. Estuve de acuerdo con el modelo teórico pero me estoy dando cuenta de que no con la ejecución. Es como un gran artista que en su vida es mala persona. Cuando uno descubre que es mala persona, se da cuenta que le gustaba como artista porque depositaba en él valores que no solo eran estéticos. Eran valores integrales. En la política a mí me pasa lo mismo. Aunque me apasione un proceso y me mueva las entrañas, si veo que no hay honestidad, me desengancho. Por eso creo que fue la última vez que creí”, sentencia.

–¿Considera que nunca más en su vida va a creer fervientemente en un proceso político?

–Va a ser muy difícil que vuelva a creer. Estoy en un momento en que ya no creo en la Justicia. En los medios tampoco. Los leo y los veo, pero todo lo que se dice atraviesa un filtro. Hasta un dato estadístico lo pongo en duda. Ya nada lo recibo como “información”. Esto es nuevo para mí. En la política sigo creyendo. Se que hay gente que se mete genuinamente, pero no sé por que no llega a un primer o segundo nivel. En Estados Unidos hay cosas que continúan aun cuando asuma una bestia como Donald Trump. En la Argentina nuestro ecosistema no es bueno, llega el corrupto. No sé si el presidente, pero lo acompaña gente con intenciones de hacer negocios y queda lejos el objetivo de transformar algo dentro de la sociedad. No puedo ser político. Cuando milité en el Partido Intransigente en la Facultad de Medicina aguanté cuatro años. Que me digan que defienda un discurso en la asamblea estudiantil con el que no estaba de acuerdo o que cuando me hacían una seña tenía que hablar... No. Y eso que amaba a (Oscar) Alende. Y lo sigo teniendo en el corazón. Ademas, la militancia tiene que surgirte naturalmente, no puede ser un sacrificio. La militancia tiene que gustarte como a mí me gusta la actuación. Hay que tener vocación para militar. Y yo no estoy preparado para eso. Por suerte hay gente que sí. Ojalá pueda llegar. No hablo sanguíneamente del actual gobierno porque no me representa. No porque crea que son todos corruptos, sino que simplemente no me representan.

–Al tener una manera diferente de ver el país, ¿tiene otra relación?

–Hay una anécdota que es gráfica. En la Facultad de Medicina hacía la residencia de psiquiatría conjuntamente con la de psicología. Los psicólogos venían sin una formación orgánica, y nosotros sin formación psicoanalítica. A la hora de actuar con un psicótico en una guardia, teníamos diferencias: el discurso psiquiátrico-médico ve al psicótico de una manera distinta al del psicoanalítico. Discutíamos muchísimo, pero a la hora de enfrentarnos al enfermo, cada uno relegaba su marco teórico en pos de lo que sabía que le iba a hacer bien a ese paciente. Se encontraban síntesis, lugares que no estaban escrito en los libros. Aquí, los “populistas” y los “republicanos” viven en el mismo lugar. Ninguna estrategia puede ser expulsar al otro. No se van a ir los “republicanos liberales semi de derecha” ni tampoco lo harán los “populistas de izquierda semi revolucionarios”. Tienen que convivir. Creo que en algún momento surgirán líderes capaces de sentarse en una mesa a sellar mínimos acuerdos básicos o políticas de Estado.

–¿Cree que eso sea posible?

–Mi desilusión pasa porque no creo que vea eso materializarse, pero aspiro a que la raza humana termine siendo inteligente en algún momento. Este acuerdo pareciera estar lejísimo de darse. Así como somos creativos, somos muy poco inteligentes políticamente, muy egoístas e individualistas. Si logramos continuar en democracia, porque es un país tan rico que las garras están por todos lados, aspiro a que mi hija pueda ver ese acuerdo. Pero ojo que también es un país en el que se dan dos o tres variables y se puede cerrar el Parlamento. Y ahí ya cagamos. No sé qué pies van a dentro de las botas actuales que esperan. No sé si son militares. No sé qué son. Pero este es un país que, con sus recursos, siempre es muy apetecible.