Socorrer, dice el diccionario, es ayudar a una persona a salir de una situación de riesgo, a satisfacer una necesidad apremiante o a resolver un problema importante y urgente. El socorrismo, definen ellas, es una política de afectos. “¿Y de qué estamos hechas les y las activistas feministas que acompañamos las decisiones de abortar?” se pregunta Ruth Zurbriggen, una de las gestoras de la gran red de socorristas que se teje en todo el país desde 2010 y que en estos días fue reconocida públicamente como la imprescindible a la hora de garantizar la implementación de la ley de interrupción voluntaria del embarazo (IVE). Las Socorristas en red, las que más saben sobre cómo escuchar y acompañar a una mujer que decide abortar, dicen que la ley tiene una función de reparación muy grande para las mujeres, incluso para aquellas que abortaron hace años y que todavía cargan con el estigma de la clandestinidad. Aún con la ley, el socorrismo está y va a seguir estando, dicen, “porque apostamos a un aborto libre y feminista y el sistema de salud de feminista tiene poco y nada”. El problema está en los que son “objetores, obstructores y además maltratadores”, dicen. En ese sentido, una de las tareas que ven por delante es enseñar a profesionales de la salud a brindar escucha y atención humanizada, incluso a quienes se opongan a la práctica.
En los días en que el debate por el aborto llenó el Congreso, las calles y las redes, las Socorristas en red fueron reconocidas por un trabajo militante, feminista, transformador, que desde su surgimiento acompañó a casi cincuenta mil mujeres en su decisión de abortar. La socorrista Laura Zurbriggen trabaja en una cooperativa de salud de Córdoba en la que la mayor parte de las prácticas son los abortos. “La estrategia primera fue pensar que una mujer viene con un aborto en curso, entonces no la podemos dejar de atender. Después ya nos animamos a usar lo que teníamos en el Código Penal y empezamos a hacer abortos legales. Ahora estamos en el proceso de cómo vamos a cambiar con la ley”, cuenta en diálogo con Página/12. Ella es una de las impulsoras de las socorristas, como Belén Grosso, maestra de escuela primaria, con cargo en el sindicato docente de Neuquén e integrante de La Revuelta desde 2010. La Colectiva Feminista La Revuelta de Neuquén comenzó ese año con el servicio telefónico Socorro Rosa para mujeres que querían interrumpir sus embarazos. Esta experiencia pionera originó la red de socorristas que en la actualidad reúne a 54 colectivas distribuidas en todo el país. La mayor parte de las 504 activistas socorristas son jóvenes de entre 24 y 35 años de edad, de distintas profesiones, que dan información sobre el uso seguro del aborto con medicamentos y también acompañan a quienes quieran abortar. “Los socorros rosas implican un acto generoso, no juzgan, ayudan a mantener la calma, dan seguridad y confianza en la situación de intensa presión y temor, generada por el estigma y las restricciones”, dicen en la web.
“El socorrismo primero es una práctica y después teoriza sobre esa práctica. Esa es la potencia que tenemos como red”, define Zurbriggen. Hablan “desde estar metidas en el barro, ensuciarnos y andar”. Todo el 2020 estuvieron trabajando en el grupo asesor del Ministerio de Salud de Nación para ayudar a garantizar la interrupción legal del embarazo (ILE) y son consultadas permanentemente porque tienen información de lo que pasa en todo el país en relación a la ILE (ahora IVE). Las provincias que vienen trabajando bien con la ILE son de la Patagonia: Río Negro, Chubut, Neuquén, explican. En Córdoba también. En el norte, como se vio también en el Senado, las dificultades son muchas: “En provincias como San Juan está prohibida la venta del Misoprostol, entonces hay mucho trabajo todavía por hacer. Así y todo, en Mendoza estamos acompañando a mujeres y se están garantizando las ILEs muy bien en muchos lugares, no en todos”, cuenta Grosso. “De escuchar sabemos mucho y eso lo tenemos que enseñar. Vamos a tener que hacer un trabajo importante con el sistema de salud”, agrega.
En el día a día, ser socorristas es estar a toda hora pendiente del teléfono porque están acompañando a alguien a abortar, porque las consultan las telefonistas de la red o muchos etcéteras. La vida entera se construye en torno a un activismo muy particular. A Grosso le hizo ver la vida de otra manera, le enseñó a construir amistades políticas y a hacer comunidad con otras mujeres. “Somos casi sesenta grupas en la red y cada una tiene una línea telefónica propia, muchas tienen doce horas por día abierta la línea. Hay telefonistas que reciben el llamado, calman la primera angustia y esa compañera nos pasa el dato por teléfono a una de las acompañantes. Antes de la pandemia hacíamos reuniones grupales de entre cinco y seis personas que deciden abortar, con dos acompañantes socorristas: les entregamos un folleto, les explicamos todo sobre el aborto y le damos nuestro teléfono, hacemos todo el acompañamiento telefónico. Y otras veces estamos de manera presencial”, explica.
Desde aquellos debates en el Congreso en 2018 hasta acá aprendieron, entre otras cosas, a acompañar al grupo de personal de salud. “En estos últimos dos años hubo más articulación y más reconocimiento hacia nosotras. Acá hay un médico que cada vez que le llega una mujer de segundo trimestre o que no la puede acompañar, le da nuestro número y les dice: ‘Son las expertas, las que más saben de esto, nadie más te va a acompañar mejor que ellas’. O una médica siempre me dice ‘en la facultad hay cosas que no nos enseñan, aprendemos acá con ustedes’”, cuenta Zurbriggen.
Grosso habla de la reparación que significa la ley para muchas mujeres que abortaron, no importa cuándo: “Por ejemplo ahora hay compañeras que contaron que sus mamás murieron en un aborto o abortaron en condiciones tremendas y que por vergüenza no se animaban a decirlo”. Sin embargo, la ley desculpabiliza, pero no resuelve todo. Los obstáculos todavía pueden aparecer. Para ellas el estigma que se cierne sobre quien se somete o practica un aborto todavía es muy fuerte. “El socorrismo trabaja hace mucho tiempo con eso: poner otras imágenes, hacer poesía, obras de teatro, canciones, todo el mundo del arte alrededor del aborto. Todavía hay mucho estigma y vergüenza. El poder decirlo, contarlo… culturalmente no va a ser tan sencillo, como otras leyes también. Matrimonio igualitario, identidad de género, son leyes que traen una ampliación de derechos muy importante, pero generan mucho rechazo en otros grupos. Y los grupos antiderechos son tremendamente violentos y el odio que tienen va a persistir. Hay que estar muy alertas a lo que quieran llegar a hacer. Porque si vas a una salita y te toca un médico antiderechos te puede decir ‘yo no pero tal sí’ o te puede recontra maltratar y decir ‘sos una asesina’”, dice Grosso.
En relación a la objeción de conciencia, prefieren llamarla “objeción de la práctica”. “A mí me parece bien que un médico diga ‘soy objetor de la práctica’ porque si lo obligan va a ser el que maltrata. Eso puede aliviar los malos tratos que puede haber en el sistema de salud. Pero no me parece que esté bueno que una institución sea objetora. Acá en Neuquén conocemos gente objetora pero no obstructora. El problema está en los que son objetores obstructores y además maltratadores. Eso es lo que hay que ir erradicando de a poco”, dice Grosso. La clave es también desde el socorrismo trabajar con esa gente que es objetora para enseñarles cómo escuchar a la mujer que llega a pedir un aborto. “Hay que enseñar esa humanidad que muchas veces pierde el sistema de salud. Es tu derecho ser objetor, pero cómo hacés para no obstruirle la posibilidad a esa mujer”. “Va a ser un desafío para nosotres como red, cómo no nos enojamos y acompañamos ese proceso”, apunta Zurbiggen.
-¿Qué esperan de la reglamentación? -preguntó Página/12.
Grosso: -Que sea lo mejor. Ahora hay que hacer campañas para conocer la ley. Y que no sea una práctica más. No es una práctica cualquiera, tiene sus particularidades. Una médica amiga me decía: “Quiero que vengan sin tener que contarme por qué se hacen el aborto, que puedan decir que van a abortar y listo”. Pero muchas veces eso genera la posibilidad de contar por qué lo hacen y necesitan ser escuchadas. En el sistema de salud no hay tiempo para esa escucha sensible, atenta. Entonces, hay que tender a que el consultorio de IVE sea espacioso, requiere más que quince minutos.
Zurbiggen: -A mí me trae mucha felicidad. Ahora hay que dar otras peleas pero estamos en un tiempo de disfrutar de esto que nos lo merecemos todas, las que abortaron antes, las que no están, las que estamos.
-¿Como será la implementación?
G.: -Tenemos una responsabilidad grande vinculada a las articulaciones que veníamos haciendo con el sistema de salud. No es una ley que se va a aplicar desde la nada misma. Sino que hay todo un trabajo con la ILE. Ahora el camino está un poco más allanado y en algunos lugares quizás no haya tantos cambios.
Z.: --Lo más importante es la opción de poder elegir. Vamos a poder dar la información a las personas que nos conectan: “podés con nosotres o con el sistema de salud en estos lugares”, porque no vamos a mandar a las personas a cualquier lugar porque total es ley. Se viene un tiempo de nueva articulación con ley.