Carina Barbará es delegada de la Escuela Secundaria de Arte de Luis Guillón en el sur del conurbano bonaerense, la escuela tiene 570 alumnos y 150 docentes y es de doble jornada. Ella pertenece a la filial Suteba Esteban Echeverría-Ezeiza. Su marido es escritor y su hija estudia piano en el Conservatorio. Su padre era obrero de la construcción y su madre es costurera. Carina nació en Rawson y su familia, cuando ella tenía 10 años, se mudó a Monte Grande. Es profesora de Danza clásica y contemporánea y se formó también en la escuela de Títeres de Avellaneda. Está en la Escuela itinerante que montó Ctera frente al Congreso desde el primer día y accedió a conversar con PáginaI12 del momento que atraviesa la educación y los docentes y chicos en particular.
–Está acostumbrada a trabajar en grupos y todo lo que significa la carpa es fruto de un esfuerzo colectivo.
–A los chicos les damos la posibilidad en una escuela pública que en otro ámbito no llegarían. De hecho trabajamos obras donde se habla de la Carpa Blanca de 1988, de los desaparecidos, la última obra fue Crónica de los trabajadores, donde se habla de las huelgas desde 1900 y cómo el trabajador tuvo que luchar siempre.
–¿Sus alumnos son hijos de trabajadores?
–Sí y los docentes también tenemos de ellos mucho apoyo. Nos dicen: “Nosotros sabemos que lo hacen por nosotros” y los padres se acercaron porque saben que defendemos la igualdad para nuestros chicos.
–¿Cuál es el ánimo de los docentes desde el inicio del conflicto?
–Siempre con fuerza. Tenemos a los más jóvenes con miedo a los descuentos y se hacen eco de toda la información mediática falsa pero nos ven a los más grandes seguir en la lucha con convicción. Nosotros tenemos la verdad en la mano porque vemos el día a día de los chicos, el chico entra a la escuela y sabemos esa verdad que a veces desde un escritorio no se ve. Nosotros pisamos el barro y esa convicción que tenemos llega a los demás. Hay dudas pero siempre nos siguen, están esperando qué más hacemos.
–¿Cómo es el barrio donde está la escuela?
–Abarca a barrios periféricos. Tenemos chicos que vienen de muy lejos porque es de Arte y de jornada completa en la zona sur y en el arte el chico no calla, encuentra su pensamiento, se descubre en poemas otros bailan hacen música dibujan. Hace poco leímos un poema sobre la violencia de género y se empezó a tratar el vínculo con el otro, cómo yo saludo, cómo me trato o cómo acaricio, cuánto hace que no miro a los ojos a alguien. Trabajamos textos de Galeano, Oliverio Girondo.
–¿Cómo vio evolucionar la escuela en estos años?
–Nosotros empezamos a trabajar en Ezeiza cuando no teníamos edificio; dábamos clase en los descansos de las escaleras, en un aula estábamos agachados porque no podíamos pararnos. En la época de la Ley Federal sacan el Magisterio desaparecen los Polivalentes y en los 90 la directora nos dice de armar una carpeta con las cartas de las madres donde nos decían: “Mi hijo no puede venir a la escuela porque tiene que trabajar” (se interrumpe). En el 2000 logramos el edificio propio que si bien no estaba acondicionado para Arte, tiene mucho trabajo de la Asociación Cooperadora y de los docentes.
–¿Cuál es el balance que puede hacer tras casi dos décadas de trabajo?
–Siempre encontrarme con alumnos que vuelven. Hace un año fuimos a la sede del Banco Provincia porque nos conocen y nos piden obras. Hicimos una obra sobre los desaparecidos porque se homenajeaba a las víctimas de la represión del Banco Provincia de La Plata, estaban las fotos de los trabajadores con sus nombres y un alumna viene y me dice: “Profe, vino la familia de una detenida desaparecida y me abrazó, me dijo que estaba viendo a su hija ahí”. Esa chica era de cuarto año y es el día de hoy que me la encuentro y me lo recuerda y pensaba cuánto le dejamos a los chicos enseñándoles la historia desde el arte. Como lo reciben, lo respetan, entienden bien de qué se trata. En Crónica de los trabajadores, donde se habla de las huelgas, de los cierres de fábricas, de cómo la gente se organizaba y todo vuelve ahora, los chicos nos dicen: “Profe, se acuerda que esto lo hicimos, tengo un coreografía hecha sobre la Carpa Blanca”, no puede ser que esto ocurra de nuevo.
–¿Cómo viven este conflicto los adolescentes?
–Muy penoso pero con fuerza. Siempre nos dicen que sigamos luchando que están con nosotros, de hecho a las acciones distritales del gremio de Esteban Echeverría ellos vinieron a bailar a la plaza con nosotros.
–¿Cómo se siente cuando escucha lo que se dice en los medios?
–Me duele, es terrible la desinformación, mentir es muy grave, los medios de comunicación tendrían que hacer un mea culpa por todo esto por lo mucho que “aportaron”, se tendría que plantear el manejo de la información. Nosotros en el aula trabajamos lo que el alumno te da, vos no lo conducís, sólo lo vas acompañando. Sobre el texto de Eduardo Galeano “La maté porque era mía” surgieron situaciones muy fuertes, los noté cargados y sugerí salir abrazados en la escuela y entraron a los cursos y empezaron a abrazar a los compañeros. Me llamó la atención lo que generó en el otro, emoción, risa, fue mágico, descomprimió todo. Los textos se los hago decir mirando a los ojos, hoy el adolescente no se mira, no se saluda, no se dice feliz cumpleaños. Ellos descubren eso, genero en los chicos eso: un mensaje con textos con música o sin música. “Bailo no porque se mueve el cuerpo sino porque siento”, como decía Pina Bausch, no subo al escenario a mostrar una ropita, subo al escenario a mostrar un mensaje.
–Con el gobierno de Cambiemos, ¿cómo repercute el vínculo con el Ministerio de Educación?
–Los chicos trabajan mucho en la biblioteca, tenemos obras de arte, colecciones de música, la gestión anterior nos mandó una Sala de Edición y Grabación, por eso hicimos filmaciones. Ahora se cortó todo: libros, notebooks.
–En este conflicto ¿cómo está el clima de trabajo entre los chicos?
–Nos unimos más todavía, el gremio construye mucho y los delegados estamos atentos, estamos y venimos.
–¿Cómo vivió el ataque del Presidente de “caer” en la escuela pública y su reflejo en los medios de desinformación?
–Una falta de respeto, una ofensa. Tengo 19 años de trabajo y todavía no falté cuatro días porque cuando falleció mi papá tenía que tomar examen.
–Usted se crió en un ambiente de trabajadores y ese fue su ejemplo.
–Es lo que me dejó mi viejo, ser honesto, estudiar, trabajar y los libros. Todavía tengo la biblioteca de cuando era chica, siempre me gustó Nalé Roxlo, Kafka, caí en Platero y yo (risas) y cuando empecé a trabajar con adolescentes, empecé a leer los cuentos de Cortázar a Brecht a Shakespeare.
–¿Cómo fue el cambio de llegar de la Patagonia a Buenos Aires?
–Duro porque eran ocho cuadras de pueblo, muchos juegos, vivíamos cerca de la playa, no miraba tele, mucha bici y todo el mar para mí.