Te quiero abrazar mucho, tercer poemario y cuarto libro de la rosarina Lila Siegrist, salió a fines de 2020 en Buenos Aires (ciudad en la que vivió parte de ese año) por la prestigiosa editorial Mansalva, y está siendo leído con una merecida recepción crítica favorable para una voz poética que hoy adquiere resonancia nacional. Sus tres libros anteriores (el tercero fue casi una entelequia editorial) merecen ya la reedición que los acerque a un público lector que ingresa a través de esta nueva obra al universo Lila Siegrist. Cuando parecía que el giro autobiográfico y la primera persona ya lo habían dicho todo, Te quiero abrazar mucho se planta en el canon de la literatura argentina contemporánea y sienta sus reales en ese territorio con rara autoridad. No, no estaba todo dicho. Sí, se ve el río Paraná desde la terraza del Jockey Club. Sí, un poema puede ser una lista de topónimos; ya otros lo hicieron antes. No, nadie más recuerda lo que fue Rosario en la posdictadura: "Chaplin, y la Trova Rosarina los sábados por la noche, / me deprimo. / Flautas traversas de chicas peludas. / Cortábamos tickets en la boletería/ gestiones bancarias en el Udecoop. / En esa torre vivían dos poetas, / dos pintores, / una literata, / una maestra de plástica, / un físico [...] / Primera torre de la ciudad. / Lleno. / Se movía el mundo, eso en 1984". El poema se titula "Autobiografía del espacio" y termina en una confesión irreproducible.
Rosario ("otra ciudad") es a Lila, una vez logrado sin haberlo buscado --aunque temporariamente-- el sueño rosarino de radicarse en Buenos Aires, lo que "la ciudad" de Santa Fe a un Saer anclao en París. Uno y otra la reconstruyen desde la memoria con minuciosidad de fosforomodelista. Es donde se ha vivido, y sin embargo había que irse para poder abrazar la ciudad vivida en la escritura. Como en una biopic guionada por su propia protagonista, Siegrist alterna tomas subjetivas de alienación urbana con una memoria corporal del río y el campo. Una cartografía de lecturas y recuerdos orienta su zambullirse en el Delta del Litoral. Citas sin firma amojonan poemas hechos de fragmentos. Un programa resumido en dos palabras ("escribir contra") la guía a puro presente simple e infinitivos en el "paisaje de volver”. Es un paisaje complejo, erudito y confesional a la vez, contradictorio en su tensión constante que desbarata las categorías nacionales de civilización y barbarie.
Como poeta, Lila es la flaca rubia de voz única que en su segundo poemario, Tracción a sangre (Iván Rosado, 2013) hizo un mantra del nombre autóctono de un ave, vuelto chic en los '70 por una constructora ("Tangará"), y quien con lúcido ingenio y un humor tan singular como su genuina voz de dandy lleva con este cuatro libros entramando su propia existencia, como en un ecosistema inseparable, con la memoria cultural de su ciudad. Además, desde su propia obra visual, rescató del olvido a artistas ninguneados. Su obra videográfica y performática viene entablando diálogos con la tradición nacional de la colección Castagnino, los que a su vez habilitan conexiones interdisciplinarias en el interior de su propia producción. En una recordada performance, se sentó en un "living en llamas" a leer su primer libro, Vikinga criolla (2012). Destrucción total (2014) se lee en tándem con su celebrada exposición de 2012 en la galería del Infinito, en Buenos Aires.
El dandismo, en la voz autoral de Lila Siegrist, es quizá más complejo, o más simple, que el de sus figuras precursoras más cercanas en la literatura nacional (Miguel Brascó, María Moreno). Es el dandismo de una outsider en su propia clase, lo que equivale a decir: una artista. Esa primera "a" la desmarca de todo estatuto. Artista visual, escritora, "agitadora cultural" incansable y a la vez (desde una toma subjetiva inquietante) autora sin profesión con que identificarse (“debo consignar mi ocupación. No sé. No sé”), Lila se dibuja un linaje literario en el diletantismo de siglos pasados. O una ficticia no-identidad camp: "no ser de ninguna escuela, como un hombre con las uñas pintadas", escribe.
Pero también, a comienzos de este siglo, Lila Siegrist (Rosario, 1976) aprovechaba los resquicios de tiempo del maternaje para crear videos casi invisibles de acciones casi imperceptibles, con un minimalista humor de cine mudo. Su recorrido fue de "lo casero" (como dijo ella en 2002) a lo público. En 2003, le puso brillitos a unas reproducciones de los murales de la Estación Fluvial de Raúl Domínguez. Instaló (dos veces) una efímera galería de arte en la casa de su abuela (no era cualquier casa, sino una por donde pasaron tres generaciones de coleccionistas de arte). Coordinó el Programa de Artes Visuales del Centro Cultural Parque de España; fue subsecretaria de Cultura y Educación en su ciudad y trabajó desde Buenos Aires en el programa nacional Argentina Futura. Desde cada espacio de acción, rompió con eficaz sororidad los techos de cristal que oprimían a sus pares. El huracán Lila transformó artísticamente, siempre en equipo con otres, todo a su paso: un anuario independiente, en una antología en varios tomos del discurso crítico local; el nombre de una recordada compositora e intérprete bailantera en el de una editorial (también independiente), Yo soy Gilda; el stand argentino de la Fiesta de las Colectividades 2016, en una muestra interactiva y un taller de Marcos López; más recientemente, la pandemia 2020 en una Bitácora literaria.