Hace casi un año, Yamir Antiman empezó a construir un proyecto musical con el celular, desde la unidad penitenciaria 21 de Campana. Viene publicando temas de trap, reggaetón, cumbia, melódicos: videos en YouTube y un mixtape de 18 canciones llamado Vida, disponible en Spotify desde septiembre pasado. Eso no lo hace el primer cantante argentino en grabar un disco desde un penal –en 2012 lo hizo el rapero Matías “el Cuatro” Escobar, preso por dispararle a un policía–, pero sí el primero en convertirse en artista en el encierro, con relatos y una puesta que evocan el rap político original y el malianteo portorriqueño, mientras él con 33 años encarna fragmentos de toda la historia nacional.
Los números suben orgánicamente. Tres videos hacen la diferencia por ahora, con casi 20 mil visualizaciones. Escuchas interactúan desde La Carcova, La Cava, Pacheco, Isidro Casanova, partidos de Villegas, Tigre, La Matanza y más, algunas provincias y hasta Belgrano en CABA: Yamir siempre pregunta desde dónde lo escuchan. Él ahora postea desde la unidad 46 de San Martín. Es otra historia que tiene que ver con los motines del 31 de octubre, en simultáneo en cuatro penales bonaerenses, por el restablecimiento de las visitas familiares suspendidas por el covid. “El servicio penitenciario se tomó personal la situación, y alguien tiene que pagar”, dice Yamir por teléfono. También es cierto que no cayó bien el video de casi nueve minutos que filmó dentro del penal –en verdad, mitad y mitad: los cuatro colaboradores, entre ellos su hermano apodado El Sobrino, y el emergente Paton de la Cava, filmaron en Barrio La Rana–. La canción es “No Tengo Contrato”, y en su parte cuenta algunos highlights de su historia de ladrón en Europa.
La primera vez que grabó una canción, Yamir Antiman –su familia paterna es de General Acha, La Pampa, el apellido tiene origen mapuche– estaba en libertad después de seis años y ocho meses detenido en un penal federal. Salió en noviembre de 2013, con 26 años recién cumplidos, preparado mentalmente para no pisar una cárcel nunca más. Pero al volver a Boulogne –norte del conurbano bonaerense–, a la misma casa en Barrio Binca donde cuatro hermanos menores se habían hecho grandes y en el radio seguía parando la misma gente, alguna que se había cruzado en los años previos, otra vez sintió que la salida, la única solución a sus problemas, era la plata. “Mi vida transitaba por el delito, y en los momentos libres me iba al estudio de grabación”, escribe en un mensaje de WhatsApp. Tenía letras para la ex, para el hijo, un poema sobre la traición que le inspiró Corazón Valiente, algo más que ya olvidó: “Escribía sobre cuestiones que me costaba entender”, dice. A los meses, en enero de 2015, cayó detenido otra vez: le dieron cuatro años por tentativa de robo sin armas; salió en septiembre de 2017; al mes y medio le revocaron la libertad; terminó de cumplir condena en diciembre de 2018. Esas fechas las recuerda exactas: su edad en cada momento, tiene que pensarla. En el medio de esto nacieron dos hijos.
Por un día, Yamir no nació en Brasil. Sus padres todavía se dedican a la venta de ropa –la madre llegó a Buenos Aires con el oficio desde Jujuy, en la segunda mitad de los 70–, pero en su momento iban a comprar a la frontera. Ahora compran en Flores y revenden en una feria que abrió hace unos meses en Boulogne; por entonces, salían a vender a los barrios. Había días en que se dividían tareas: unos hermanos iban con la madre, otros con el padre a llevar CDs a todas las radios del conurbano. Guitarrista de peñas, hijo de un bandoneonista, su padre había formado un grupo de cumbia donde cantaba una de las hijas mayores –tocaban en casamientos y cumpleaños y así fue cómo Yamir aprendió lo básico de guitarra, teclado y percusión–. Una de esas tardes que fue con el padre, no estuvo cuando balearon de frente a la madre y un hermano por resistirse a un robo: “Las tres balas recorrieron cuero cabelludo: tienen orificio de entrada y salida”. Él tenía nueve años y no habría sido la primera vez que vivía un robo violento. Cuando tenía cuatro o cinco, en el año 91 o 92, un chico armado los sorprendió en un pasillo; la madre quiso correrlo; el chico les tiró apuntando al suelo hasta que se quedó sin balas y pisó una zanja. Recuperaron las cosas. Era un domingo a la mañana. “En esa atmósfera es donde uno se va formando. Estábamos todo el día en la calle en los barrios precarios, y ahí se ven cosas de barrio. Y cuando lo hacés continuamente, no te perdés nada”, dice Yamir.
En el colegio podía aparecer una psicopedagoga, pero él nunca contaba nada. No hablaba de la violencia ni el hacinamiento. Le daba vergüenza ir con las zapatillas que llegaban de donación, cada vez más a medida que crecía. Igual le iba bien. Tuvo promedio entre seis y siete hasta abandonar en segundo del polimodal. A sus 17 años, nació el primer hijo (empezó primer grado a los cinco). Recuerda ir al colegio a la tarde con el cochecito y la madre del bebé, dos años menor que él. Recuerda salir a vender golosinas por la mañana. Subir al tren con la bici –“en ese momento se robaban bicicletas, no había celulares”– y meterse en los barrios de las cinco estaciones entre Villa de Mayo y Tierras Altas.
De chico le gustaba dibujar y jugar al fútbol. Y cerca de su casa había un club, La Esperanza. Pero no pudo entrar porque no tenía documento. “Cuando nací, mi mamá se fue del hospital con la constancia de parto y nunca me lo hizo. No se lo reproché. Siempre fue muy pendiente de su labor. Hoy por hoy, entiendo que tuvo una vida difícil, una vida dura, donde tampoco se le permitieron cosas que también ha tenido ganas de hacer. Y si ignoró tener tales cosas como prioridad, quizás las reparó dándonos un plato de comida”, dice. Finalmente tramitó el DNI y se lo dieron justo antes de cumplir los 18, en noviembre de 2005. Meses después lo detuvieron por primera vez camino a robar con un calibre 38 que compró en el barrio sin problema: “A consecuencia de un montón de factores, terminé tomando el camino de resolver los problemas del momento con una solución inmediata”. Estuvo encerrado desde el 6 de abril hasta el 14 de diciembre de 2006.
“Cuando cruzaba la General Paz, cuando me escapaba de casa para ir a Capital a manguear comida o lo que fuese, veía los pibitos en la plaza andando el rollers, gente con una vida totalmente diferente e indiferente a lo que había al costado de la avenida. La atmósfera, el espíritu del otro lado era preparar a los pibes para ser policías, había escuela de gendarmes, de la marina, facultad. Yo salía de mi casa y a la izquierda tenía el transa y a la derecha los que iban a robar a Capital y volvían. Para mí no es casualidad. Para mí nos muestran un camino a seguir indirectamente. Del otro lado de la General Paz no tenés un transa en cada esquina, no podés conseguir un arma así tan fácil. En ese momento hice lo correcto para defender a mi familia, para defender a mi mamá, a mis hermanos, a mi mismo. Las villas generan chorros, narcotraficantes, asesinos: generan la superpoblación de las cárceles. La gente indigente toma como escuela la falta de rigurosidad de los gobiernos para desarrollar políticas inclusoras. Entonces el pibito mira el delito o lo practica como actividad normal. Donde yo me crie, las calles siguen siendo de tierra. Siento que a mí el partido donde me crie, lo único que me prometió desde que nací era la cárcel”.
Vivían en una cuadra de parientes y ellos estaban solos. Es una de las modalidades en los barrios hostigar a vecinos hasta echarlos y quedarse con la casa. Lo intentaban con la suya. Cascoteaban las ventanas, los insultaban, les pegaban a los hermanos, al padre cuando salía a defenderlos. En barrios como el suyo, dice Yamir, a lo máximo que se puede aspirar para ser respetado, “para plantear una personalidad, tu propia presencia”, es ser ladrón o narcotraficante: llevar una buena vida producto del delito. Haber caído preso suma a la imagen, marca trascendencia. Y en su caso también funcionó: el ensañe con su familia se terminó, aunque lo pagó caro: al poco tiempo llegó la condena de casi siete años por la participación en un secuestro express. “Era la época, era lo que más rentaba en ese momento, en todo sentido. La finalidad era la plata, no era dañar, pero nunca más lo volví a hacer”, dice.
Cuando el diez de diciembre de 2018 salió en libertad por tercera vez, después de aquel primer acercamiento a la grabación del que solo quedó el tema de amor –un melódico de despedida rescatado en los últimos meses, rearmado con participación de su hermana cantante, Carolina–, Yamir en lo último que pensó fue en hacer música: “La parte de lo que es el arte había quedado muy pero muy atrás”. De los últimos movimientos había quedado una reserva, y pensó que era el momento de cumplir su sueño épico: viajar a Europa. “Siempre tuve la intención de algún día tener cierta comodidad económica para poder tomarme un avión para conocer España. Igual que Italia, son países que siempre me atrajeron. No sé si por verlos en películas, mirar y decir ‘en algún momento voy a estar por esos lados’, era una meta personal, y cuando uno tiene voluntad, no existen fronteras. No hay murallas que puedan derribar lo que el hombre tiene ganas de hacer”. Le entregaron el pasaporte y fue a sacar los pasajes –viajaba con una novia–. Era 5 de enero y la primera vez que pisaba un aeropuerto. “Me costó un montón irme. No sabía qué me iba a pasar, si iba a estallar en pánico, si se iba a caer el avión en el medio del mar”.
Pensaba que llegaba a España y volvía: no se había dado cuenta de lo cerca que están las fronteras, de lo fácil que es ir de país en país. Alquiló una Jeep Renegade. Vio a Messi en el Camp Nou. Pasó por afuera de la casa; no consiguió la foto. Manejó hasta Portugal, Francia, Suiza, Italia: “Me sentía un pez en el agua”. Le atrajo la limpieza, los modales de las personas, la organización: “Cómo está todo tan controlado y a la vez sin estar bajo el rigor de la ley”. Volvió a Argentina y al mes y medio tomó un avión de vuelta a Madrid con un amigo. Entró en casas de moda y en casas vacías. Él dice que no lo deportaron: solo le abrieron una causa por daños por llevarse puesto un surtidor de nafta sin darse cuenta. Quería irse a vivir allá. Podría decirse que éste fue su tiempo dorado. “Compré todo lo que siempre soñé/ Soy lo que sueñan de logro y bandido”, dice en “Sin Contrato”, el tema del video desde el penal de Campana y La Rana, con actuación de extras que convocó por redes. “Estaba con mis hijos, mi familia. No tenía una vida resuelta, pero estaba organizado en ciertos sentidos. Tenía mi pareja, llevaba a mis hijos al colegio, una vida como cualquiera. Trataba de vivir la vida que no había vivido durante tanto tiempo”, dice.
El 15 de marzo siguiente, cerca del mediodía en Villa Ballester, Yamir Antiman –que significa “Cóndor del Sol”– saltó el tapial de una casa vacía y se metió en el patio por la parte de atrás. Abrió la reja de la ventana con una francesa, y cuando entró en la casa lo vio un vecino. El patrullero llegó por adelante y él escapó por atrás. Saltó a la calle y empezó a caminar con pasos largos. La calle estaba desolada. Escuchó los tiros antes que la frenada del patrullero. “No miré para atrás, quería correr, por el mismo susto, la misma tracción del cuerpo, y en un momento siento el impacto y me caigo y no pude pararme, la bala me fracturó el fémur y salió por la tapa de la rodilla. Ahí vino el policía y me pega en el piso, me saltaba en la pierna con el orificio de bala. Salió una vecina a defenderme. Tenía roces de balas en la ropa, a la altura del estómago y en el pantalón. Según ellos, repelieron mi acción: yo blandié un arma, produje disparos, y para defenderse tuvieron que disparar. Eso es lo que está escrito. Y para argumentar el tiro lo que hacen es plantarme un arma. No la tiró en el suelo, pero la llevó a pericia. No hay un testigo que diga que el policía recogió un arma”. Su defensa le aconsejó no denunciar, bajar los decibeles, ir por un número más bajo de pena: fue condenado a dos años y seis meses por el juzgado en lo criminal 1 de San Martín: “Firmé condena y se cerró ahí”. Pero no exactamente.
Los antecedentes, las fotos en Facebook, audios filtrados del juzgado de San Isidro, policías que hablaron en off, se usó de material para una sección de Mauro Szeta en el noticiero de Telefe, sobre una banda que organizaba entraderas en la zona norte del gran Buenos Aires, y exportó la modalidad a Francia y Suiza –con uno de sus integrantes detenido a tiros después de un malogrado golpe–. Durante el mes y medio que estuvo esperando condena en la comisaria segunda de Villa Ballester, Yamir vio por televisión que en su zona de Boulogne estaban allanando casas en simultáneo. “Mis padres los dejan entrar y se llevaron una tele que tenía los papeles, que al día de hoy estamos reclamando, pero nada que me relacione con esta supuesta asociación ilícita”. Paradójicamente, uno de los fiscales era Claudio Scapolán, separado de su cargo a mediados de 2020, acusado de liderar una organización que armaba causas por narcotráfico. “Ese señor apretaba personas, las extorsionaba, les caía con allanamientos ilegales, les ponía un pedazo de droga y si no arreglabas con él te ponía la causa. De película. Y no está detenido porque tiene fueros políticos”. Yamir no teme que lo señale gente peligrosa: “Cada persona tiene su tiempo en esta tierra, y llegada la hora, será, estando detenido o en libertad, o en cualquier parte del mundo. Miedo no tengo”.
Su carrera de rapper empieza con “Lo Que Dice Mi Vida”, un recorrido por sus 33 años: las idas de casa cuando era chico, Europa, el episodio en Ballester, el segmento de Mauro Szeta –incluye partes del audio en las distintas versiones de la canción–. “Me apropio de algo negativo, algo que fue utilizado en mi contra, y lo transformo en algo positivo mediante el arte, algo que muestre la ridiculez que son ellos”, dice Yamir.
A la semana de decretarse la cuarentena, 90 internos de la unidad 21 de Campana fueron ordenados a salir al patio, donde la médica del penal les iba a hablar sobre la situación que se avecinaba. “Nos dijo que el virus iba a llegar a las cárceles y nos íbamos a contagiar todos, que a la persona con síntomas se la iba a aislar, que teníamos cinco respiradores y solo Paracetamol para tomar. Que estábamos a la buena de Dios”. Cuando terminó, Yamir se fue a la celda a llorar. Pensó en la madre, en no querer morir ahí adentro, en querer criar a los hijos. Los días aclararon las cosas. Entonces se les permitió el celular. El hermano le pasó la aplicación BandLab, que convierte el teléfono en un micrófono, secuenciador, consola de mezcla y mastering. Se bajó una pista de Internet y empezó a grabar lo que tenía escrito. Empezó en secreto –“tengo un problemón con el tema de la vergüenza”–. Esperaba la salida al patio de sus dos compañeros de celda: apagaba la luz, decía que iba a dormir la siesta. Cubría el celular con una media por las saturaciones, se cubría él con un acolchado para sumar acústica, conectaba los auriculares y grababa sentado en la cama. “Te requiere de un trabajo para que salga prolijo. Tenés que estar con el brazo quieto, controlar la fuerza con la que transmitís la voz”. Produjo así por entero cinco canciones. De su celular a YouTube: “A medida que se fueron esparciendo los temas, fueron llegando a los bares, y me iban hablando”, dice. Un primer testigo del proceso y colaborador es el artista visual Alfredo Srur. También se sumó como coordinador Nahuel Rodríguez: junto con sus padres, ayudó en el trámite de registrar los temas para poder subir el material a Spotify, le encontró un técnico y productor musical para subir la calidad de las siguientes canciones –ONI on the beat: produjo temas de Cazzu–. Así hasta las 18 que integran el mixtape debut Vida, que incluye colaboraciones con artistas de Buenos Aires, República Dominicana y España.
Como su defensa se opuso al traslado y la jueza accedió a su favor, después de los motines a Yamir lo encerraron en una celda de castigo. Un mes sin aire libre. Ahí adentro compuso y filmó “Causales”, y otras que todavía no terminó de producir. “Me colgué un kilo de oro y mi orgullo sabe por qué fue. Lo que hice por otros fue más religioso que los de Al Qaeda y Hussein”, canta ahí. “Pero si ves el video, mi cara es de una paz bárbara. Ese momento para mí era todo adverso y yo era como una plantita verde”, dice Yamir. Otra de ese tiempo es “Reacciones”, que cierra con fragmentos del discurso de cierre de campaña de Alfonsín: “Se acabaron las sectas de los nenes de papá, de los adivinos, de los uniformados y de los matones. El pueblo argentino va a decidir su futuro”.
Desde el traslado, no pudo volver a grabar. “Es una manera que tiene el servicio de sembrar el temor en el resto de los internos. Además, cuantos más traslados sacan, más plata cobran, más viajes le pasan al gobierno. Así se manejan. Somos el negocio más grande que hay, un negocio redondo”. Ahora comparte la celda con nueve hombres y una perra. No tiene un minuto de silencio y soledad. Lo bueno es que la familia está a cinco minutos y antes a una hora. Y que la convivencia, dentro de todo, es amena, tranquila: “Hay amigos que conozco hace un millón de años, conozco a casi la mitad del pabellón. Me recibieron bien, mucha buena onda”. Todavía tiene material para publicar, y ya estrenó nuevo producto en su canal: Gordi ala Caja, un amigo interno burlándose del youtuber ex presidiario, Pablo ala Mazmorra. Es el mismo personaje que baila en el video de “Modo Avión para los Venados”, una cumbia que le inspiraron unas amigas en una videollamada, y le gustó a Pablo Lescano y Yankee DJ, viejo animador de Damas Gratis, ex DJ de Tropitango, figura muy conocida en el ambiente tropical de zona norte. Yankee tomó la voz del tema y trabajó un instrumental nuevo. El resultado, y el potencial de Yamir en el mercado de la música urbana, ya tienen el interés de dos sellos fuertes. “Traté de meterle lo que se escucha en la zona norte con sonidos medio flasheros y con lo que escuchan hoy los pibes, bombos pesados, güiros, una fusión de todo un poco dentro del estilo que hace él. Más allá del talento que tiene, me parece interesante armar algo y ojalá tenga suerte y pueda vivir de esto”, dice Yankee, que moverá contactos para hacerle llegar micrófonos al penal.
En la cárcel no hay horarios y los internos se cocinan ellos mismos. Yamir no sabe y no pregunta las causas de nadie: “Mejor no saber”. Él con los suyos miran televisión, juegan a la Play, al fútbol, hacen pesas, toman mate: “Es un mundo donde se vive con todos los sentidos del ser humano”. También dice: “Venir a la cárcel es como ir a la guerra. Pasa que en la guerra te dan un arma para defenderte y acá tenés que romper una pared y hacerte un arma punzante, como en la época medieval: sacarle punta y defender tu vida, tu comida”. Si le preguntan, dirá que haber pasado por ahí no tuvo nada que ver con su transformación en artista. Que la cárcel no inspira, no resocializa, no educa: “Son depósitos de personas”. Los policías no saben de su música, o no directamente por él. Los celadores no le generan confianza: “Esa gente está acá solamente por necesidad laboral. Hacen un curso y vienen como encargados de un pabellón. No están capacitados para enseñar nada, piensan todos igual, tienen una sola mirada para con nosotros. Nosotros somos los animales, las vacas, los terneros, las ovejas. Y ellos, el hombre de campo que nos pastorea. Es muy duro luchar contra el personal destructor del servicio penitenciario”. No recibieron visitas en las fiestas, y las actividades normales –educación, oficios, asistencia psicológica– siguen suspendidas. Yamir calcula que a fin de año puede llegar a quedar libre. Lee la Biblia pero nunca en un mal momento le pidió a Dios que lo salve. Espera el día de volver con su familia, de grabar en un buen estudio, de subir a escenarios, de trascender. “Soy un hombre de mucha voluntad, muchas ganas de vivir, y ya declaro que el objetivo va a ser cumplido. Confío en que la música me va a dar una nueva vida. Confío y estoy segurísimo de que va a ser así”. Ahora que tiene un nuevo objetivo, otra meta clara que cumplir, Yamir Antiman siente la fuerza, y esta vez el final, la tierra prometida, no es la cárcel, no es la muerte.