Sabrá cualquier mortal que no hace falta demasiado para irse de parranda a una topísima fiesta parisina, hacer sucumbir a un séquito de Adonis o bailar un vals en la luna con idílica media naranja. De dar por buenas las pomposas campañas del universo perfumista, basta con echarse unas gotitas de tal o cual fragancia y, ¡boom!, habemus teletransportación al más sublime de los escenarios, incluso más fantasioso que el mundo que soñaban los cantarines Jazmín y Aladino sobre su alfombra cósmica. Para levantar altura, empero, las fórmulas “mágicas” suelen seguir ciertos patrones: para ellas, estelas delicadas, dulces, afrutadas, floreales; para ellos, notas fuertes, amaderadas, especiadas, el sacrosanto vetiver… Abundan ejemplos de la dualidad “histórica” entre aromas presuntamente femeninos y masculinos; desde el legendario Chanel Number 5 hasta el popular La vie est belle de Lancôme; desde Sauvage de Dior hasta Le Mâle de Jean Paul Gaultier. Pero, así como en la pilcha, poco a poco se van difuminando los vetustos estereotipos de género, con voces expertas vaticinando un futuro de fragancias genderless. ¡Para las narices lo que es de las narices, sin distinción!, sea esencia de rosa o de jazmín, sean mezclas a base de limón y bergamota, sean aromas ahumados o notas marinas. Con la tendencia en marcha, de hecho, no son pocas las maisons que este último tiempo se han ido aggiornando a partir de composiciones más libres que aspiran al amplio, amplio público; entre ellas, Gucci, Paco Rabanne, Tom Ford, Guerlain…

Lo curioso es que, lejos de ser un asunto del mañana, esta moda olfativa más bien se estaría ajustando a cánones… del ayer. Mucho, mucho antes de que Calvin Klein agitara el avispero a mediados de los 90s con su hitazo One, dicho sea de paso. Según Jeanne Doré, editora de Nez, revista gala ciento por ciento dedicada a los asuntos del olfato, “el perfume tiene sus orígenes en lo sagrado, usándose primeramente para comunicarse con dioses y muertos, sin ninguna función hedónica o estética”. Desde ese entonces, y hasta mediados del siglo XX, aclara, “no había distinción de género en materia de aromas”. El dedito acusador habría que apuntarlo a la década del ´50, con el advenimiento de la publicidad y el marketing, que empezaron a compartimentar hasta el paroxismo las fragancias con evidente finalidad: vender más.

De hecho, explicaba recientemente la historiadora Eugénie Briot, de la prestigiosa casa suiza Givaudan, que “en el siglo XIX los catálogos de perfumistas aún no ofrecían productos por género”. “La esencia de violeta, por ejemplo, flor muy popular entre las damas, podía encontrarse en productos de afeitado para caballeros”. De la misma firma es el reputado senior perfumer Rodrigo Flores-Roux, pronto a remachar que “históricamente el perfume no tenía género”: “Podemos remontarnos a los egipcios, al Renacimiento, a María Antonieta o dar un salto a la década de 1880, cuando se empiezan a hacer los primeros perfumes modernos, que por primera vez combinaban materiales sintéticos y naturales. Es entonces cuando la casa Houbigant lanza Fougère Royale, el primero que incluye un ingrediente de origen químico, y que compraban y utilizaban hombres y mujeres por igual”. Observa además Flores-Roux, haciendo hincapié en cómo operan las convenciones, que incluso en la actualidad “lo que se consideraría un perfume masculino en Europa occidental tal vez no lo sea en Rusia, y definitivamente no lo es en la India”, mejor predispuestos los varones de esos lares a las notas florales.

“Las fragancias siempre están en consonancia con las necesidades y las aspiraciones de la época y de la cultura”, recuerda Annick Le Guérer, reputada antropóloga, filósofa e historiadora del perfume, autora del celebrado Le Parfum: Des origines à nos jours, y suma dato aún anterior: cómo en la Antigua Roma, hombres y mujeres se perfumaban por igual y con ídem aromas no sólo por coquetería: también para proteger su salud, creyendo que los malos olores podían causar enfermedades. Incluso salpicaban a caballos y otros bichos domésticos en pos de cuidado, para resguardarlos de posibles malestares.

Por cierto, y en temas vinculados, el momento específico -de crisis sanitaria- planta nuevos meollos a perfumistas que se rompen el coco recalculando nuevas rutas olfativas. Más allá de las posibles secuelas de la anosmia a causa del Covid, con el uso extendido del barbijo y la distancia social sugerida, se va perdiendo la estela y se multiplican las dudas. ¿Habrá que hacer versiones más potentes, intensas, de alto voltaje?, ¿integrar aromas tranquilizadores que ofrezcan sosiego en días de incertidumbre? De momento no temen en Francia el RIP de la sutileza a causa de posibles bombazos aromáticos: el perfume -subrayan especialistas- no necesita viajar varios metros, sólo ser placentero para quien lo lleva. Sí creen que se profundizará cierta inclinación actual por alternativas más naturales a partir de compuestos orgánicos; un “pequeño herbario”, si se quiere, alejado del universo sintético, donde prevalezca la lavanda, la salvia, el romero… Cuando, en plena pandemia, quiso saber Givaudan qué fragancias preferían mil mujeres, todas las respuestas apuntaron a “frescura”, “una impresión de la naturaleza”…