Desde Londres
El primer ministro Boris Johnson reiteró en el parlamento que siente profundamente la muerte de 100 mil personas desde el comienzo del coronavirus, según la cifra que dio a conocer el martes el Public Health England (PHE). En medio de una lluvia de críticas y cuestionamientos a la política sanitaria de los conservadores, el líder laborista Sir Keir Starmer, que debatió de forma remota, señaló que el gobierno había cometido errores monumentales. “El gobierno se demoró en decretar el confinamiento en marzo, en conseguir equipo de protección para los trabajadores esenciales, en proteger las residencias de ancianos, en el programa de testeo y rastreo, en el segundo confinamietno, en el cambio de reglas para navidades y en el tercer confinamietno. Además me temo que no ha aprendido la lección”, dijo Starmer.
Los 100 mil decesos anunciados el martes por el PHE son una marca simbólica tanto de la virulencia de la pandemia como de las falencias del gobierno. Y el número se queda corto. Según la Organización Nacional de Estadísticas (ONS), que utiliza otra metodología (causa de muerte en los Certificados de Defunción), esa cifra se alcanzó el 7 de enero, es decir, que hoy habría que añadirle como mínimo 10 mil decesos.
Más allá de este tenebroso conteo y del debate político, el veredicto de científicos y epidemiólogos es contundente. “En enero del año pasado hubiera sido inimaginable pensar que una nación rica con un sistema de salud universal iba a tener uno de los índices más altos de decesos del mundo”, resumió Richard Murray CEO del King´s Fund, un think tank que asesora al Servicio Nacional de Salud (NHS).
El Reino Unido es el país europeo con más decesos de Europa, el quinto a nivel mundial. “Los 100 mil decesos no son una estadística más, son una marca trágica que nos hace preguntar a todos qué pasó. Seguro que el primer ministro lo tiene que haber pensado. ¿Por qué el Reino Unido tiene el número más alto de muertes de Europa?”, dijo Starmer en su intervención remota. En una Cámara de los Comunes con solo un puñado de diputados, el primer ministro le respondió de manera presencial. “Asumo la responsabilidad. Ya llegará el momento de aprender las lecciones que haya que aprender y reflexionar sobre ellas. Pero ese momento no es ahora”, dijo Johnson.
¿Cómo sucedió?
A fines de enero de 2020 se registró el primer caso de coronavirus en el Reino Unido. En ese momento Wuhan estaba bajo un confinamiento que Occidente consideró draconiano, Asia se había puesto en estado de emergencia, la Organización Mundial de la Salud había calificado a la situación de Emergencia de Salud Pública de Interés Internacional y la covid empezaba a penetrar Europa. A pesar de estas claras señales, el gobierno británico no impuso ningún control fronterizo. Todo lo contrario. En un discurso a principios de febrero Johnson minimizó el virus y afirmó que frente a los que pedían restricciones el Reino Unido sería siempre “un bastión del libre mercado” .
En la primera quincena de marzo con Italia y España desbordados a nivel hospitalario y bajo distintos tipos de confinamiento, Johnson bromeaba sobre el coronavirus, asistía a eventos deportivos masivos y permitía que se jugara con hinchada en Liverpool un partido de la Champions League contra el Atlético de Madrid. A mediados de marzo y ante las sombrías proyecciones de los epidemiólogos si se seguía con este “laissez faire”, el primer ministro cambió abruptamente de “speech”, dijo sin anestesia que la población tendría que acostumbrarse a la muerte de “miles de sus seres queridos” y, después de una semana de titubeos, decretó el confinamiento.
A principios de mayo y a pesar de haber estado él mismo en terapia intensiva en abril, Johnson comenzó a apurar la apertura del confinamiento con un discurso descabelladamente optimista. En junio tres cuartas partes de la actividad económica estaban funcionando y el primer ministro prometía que en navidad “estaríamos todos abrazándonos”. En julio se analizó y descartó la apertura de discotecas, pero el gobierno estimuló con subsidios el consumo en restaurantes y pubs, dos de las actividades más golpeadas. En septiembre se terminaron de abrir las compuertas de la segunda ola con la reapertura de las clases presenciales a todos los niveles: primaria, secundaria y universitaria.
El 23 de septiembre los científicos asesores del gobierno recomendaron un nuevo confinamiento ante el alarmante aumento de los casos. El gobierno no hizo nada hasta que a fines de octubre la situación se volvió insostenible. El segundo confinamiento nacional comenzó el dos de noviembre y se extendió hasta el dos de diciembre. En la época pre-navideña volvieron a relajarse las reglas de interacción hasta que se hizo oficial la aparición de la cepa británica y la disparada del número de contagios.
El tercer confinamiento comenzó a principios de enero y será recién evaluado nuevamente a mediados de febrero. Hay indicios de que el número de contagios está disminuyendo (poco más de 20 mil ayer), pero el de muertes sigue batiendo records (más de 1600). El programa de vacunación se puede contar entre los éxitos del gobierno: cerca de siete millones de vacunados en siete semanas (un 13% de la población, dijo Johnson) y una proyección de 30 millones, casi la mitad de la población, para marzo.
El programa de testeo y vigilancia, en cambio, es uno de los fracasos más rotundos, agravados por la actitud fanfarrona y chauvinista de los conservadores. En abril el gobierno prometió que tendría un programa de testeo que sería “a world beater” (vanguardia a nivel mundial), en septiembre el sistema no había arrancado y fue cubierto por otra promesa, la “Operation Moonshot”, que planeaba testear a toda la población en diciembre a un costo sideral. Hoy no hay ni “world beater” ni operación disparo lunar: el sistema ha mejorado pero dista de cubrir las necesidades del reino.
Aún con todos estos errores garrafales, la responsabilidad no es nada más que del primer ministro.
La austeridad
El coronavirus apareció de la nada: la crisis del Servicio Nacional de Salud (NHS) no. En enero de 2020, después de una década de austeridad conservadora, se habían perdido 17 mil camas hospitalarias desde la asunción de los tories en 2010. El Reino Unido tenía 2,5 camas por cada mil personas: Alemania triplicaba ese número.
El mismo agujero había a nivel de personal por retrocesos salariales, cambio de condiciones laborales y la espiral de precios inmobiliarios y alquileres, en especial en grandes centros urbanos, Londres el peor de todos. Se calculaba que el déficit de médicos era de unos 10 mil facultativos, el de enfermería de unos 40 mil puestos.
Los conservadores habían dedicado la década a bajar los impuestos a ricos y corporaciones y cruzarse de brazos ante la escandalosa evasión fiscal de este centro offshore mundial que es la City Londinense mientras los servicios públicos sobrevivían como podían entre recortes y congelamientos. Cuando llegó la pandemia, no se pudo revertir en un año la negligencia de toda la década con medidas de emergencia e inyecciones de fondos especiales.
Johnson formó parte de esos gobiernos, pero solo estuvo al frente desde julio del 2019. El primer ministro tendrá que enfrentar en algún momento una investigación pública sobre su manejo de la pandemia. Estas “Public Enquiries” suelen ser exhaustivas y de alto impacto mediático. Pero no se trata nada más que de Johnson: los conservadores no deberían escapar a una década de irresponsabilidad y desidia.