El sol pega cenital, brilla en el Cementerio de la Recoleta. Una mujer de entre treinta y cuarenta años recorre sin plan alguno las calles que van entre bóvedas famosas visitadas por grupo de turistas, las cargadas de leyenda urbana y las otras igual de fastuosas con sus estatuas y pertenencia de clase pero sin nombres rutilantes en las placas. Busca lo que todavía no sabe quiere encontrar, quizás el modo de desaparecer completamente. En la otra punta, dos siglos antes, bajo una bruma densa que esconde los contornos del puerto de Buenos Aires, otra mujer, una vampira, llega escondida en la bodega de un barco a esta ciudad todavía en ciernes. Ella no sabe bien dónde se encuentra, está perdida pero empieza a sentirse a salvo y lejos de un continente que arde y persigue a las de su especie. Estas son las dos mujeres protagonistas de La sed, la segunda novela de Marina Yuszczuk, con dos narradoras afines en una novela dividida en dos con un solo propósito hecho de pura sed, ávido motor del deseo que no cesa ni duerme en su andar hasta la última página.

Hay en la construcción y escritura de estas dos mujeres un particular y atractivo desarrollo narrativo entre el contrapunto y la continuidad, entre la extensión y lo contraído entre un cuerpo y el otro con un hilo en la lectura —¿de sangre?— que une a las partes y sus protagonistas. Una novela que se arma con fluidez interna ante la aparente distancia entre ambas historias y la notoria diferencia de tono de las narradoras que corresponden a la primera persona de cada una de ellas. La vampira se extiende con facilidad desde su yo hacia una tercera que cuenta con soltura lo que ve en una descripción muy rica y llevadera del crecimiento de lo que hoy es el casco histórico de la ciudad, la inauguración de cementerios y edificios monumento, casi rozando con el documental, y hábil en la capacidad de narrar largos períodos de tiempos sin perder ilación. A la vez, se va presentando como personaje con todas sus pulsiones, sensualidad y erotismo. Sabiendo que este será su lugar eterno, elige distintas moradas, amantes y víctimas de las cuales alimentarse. Una narradora atenta a su condición post humana con corporalidad difusa, se diluye en el paisaje de la ciudad  del 1870 con el río a la mano donde se lava ropa en las orillas o contada con más peso la epidemia de la fiebre amarilla que aniquila a la joven población, con carretas llenas de cadáveres y la imposibilidad de enterrar tantos cuerpos. Tramos en los que es ineludible sentir la actualidad que reviste la lectura de la vida cotidiana regida por el miedo a la muerte que respira en la nuca de todos. La protagonista contemporánea, que transita las mismas calles del sur de la ciudad, construye una voz más pegada a sus huesos con incrustaciones de titanio en la columna, a la par de las tribulaciones de su mente que se expresa en un texto más denso y ahogado en eje con las circunstancias que la rodean: una madre que se está muriendo en vida atrapada en una enfermedad degenerativa sin líneas de rescate. Dos protagonistas que habitan sus partes y se vinculan como si en un espejo una fuese el reflejo negativo de la otra.

Además de dirigir la editorial Rosa Iceberg —con un catálogo dedicado a la publicación de literatura relacionada a la experiencia escrita por mujeres— Marina Yuszczuk cuenta con varios títulos publicados. Tiene una primera novela La inocencia (Iván Rosado, 2017), el libro de relatos Los arreglos (Rosa Iceberg, 2017) y el reconocido libro de poemas Madre soltera (Mansalva, 2012), que Blat & Ríos volvió a publicar en el 2020 en un solo tomo junto a sus otros dos poemarios, La ola de frío polar y Lo que la gente hace.

Con La sed la autora hace un salto notable en relación a lo ya publicado hacía otros modos de hacer ficción, y no por la extensión de la obra y el grado de complejidad en la estructura que es lo evidente. La incorporación de una vampira en la trama ubica a la novela en otro territorio y le permite instalarse en la exploración de la literatura de género, que ya venía experimentando desde lo pesadillesco en algunos relatos de Los arreglos, por ejemplo. Esta incorporación le permite tomar distancia para agudizar su escritura y poner en serie temas como la madre, la muerte y el cuerpo. Es la exploración del género –no necesariamente de terror— lo que le da la posibilidad de narrar los lazos de esta serie ocultos en las oscuridades del miedo. Hace muy bien Yuszczuk en importar una vampira de la Europa central y sortear así los conflictos de territorio y género que podrían traer un alma de esta condición post humana rondando por Buenos Aires en la narrativa argentina, ya que la tradición literaria de vampiros no es propia de esta región.

Por otro lado, aunque ocupe solo un espacio en la extensión de la novela, se destaca el planteo en la relación entre madre-hija dentro del magma de la maternidad, un tema ya explorado en la literatura de la autora. La protagonista de este siglo deambula por la ciudad con miedo de no estar atenta a su hijo perdida en las tribulaciones de su mente, enterrada en la preocupación que le lleva su madre. En este contexto es interesante como aparece el mandato materno, y el modo en el que un imperativo de prohibición se convierte en la indicación de lo contrario. Como si al nombrar la madre aquello que está prohibiendo estuviese habilitándolo. Una prohibición que se da vuelta y deja hacer en libertad, más que cercar puertas o tumba, adquiriendo una forma extraña del legado.

Meterse en lo que propone La sed como ficción vampírica —usando el término también a modo de metáfora— es entrar en una trama sin percibir el artificio de la escritura. Como deslizarse sin atajos en escenas eróticas que incluyen cuellos extendidos, sangre roja o seca, cabellos tan sueltos como revueltos, sexo explícito y erotismo del bueno; miedos nocturnos, peligro inminente, persecuciones, alianzas, romanticismo. Y también, el costado menos visitado del amor a la madre, ese que alberga a la muerte como aliada.