En 1954 publicó su primer libro de poemas, Salud o nada. Tenía veinte años, pero ya recorrido un valioso trecho en la poesía. Lo rememora en su prólogo a la edición facsimilar de la revista que sería para él una marca perdurable, poesía Buenos Aires. “Con dieciséis años, y todavía en el colegio secundario, recorriendo las galerías de arte y librerías de la calle Florida, en una mesita baja de Viau, descubrí algunos ejemplares del número 5. Sentí como un llamado, intuí una afinidad instintiva y, a pesar de la timidez, les mandé una carta aduciendo que formaba parte de un grupo”. Le respondieron y pudo reunirse con algunos de los integrantes, el alma mater de la revista, Raúl Gustavo Aguirre, le dedicó un libro ´A Rodolfo Alonso y su barra´, que en realidad no existía. “Ellos iban a ser mi verdadera barra, aunque eran todos mayores que yo”.
El más joven de la revista se convirtió en laborioso partícipe de la publicación que consideraba “una mezcla de fraternidad y exigencia”. Pero antes de ese decisivo encuentro, y por su cuenta, había descubierto a César Vallejo y a Roberto Arlt. Cuando las ediciones del autor de Trilce tenían escasos lectores, Alonso no pudo encontrar mejor referencia, como dijo en el poema “Vallejo, César”: “¿quién si no iba a iniciarnos?”. En el libro Entre guerras (1976-1982) le dedica a Arlt un poema en prosa -una de las formas que no dejó de utilizar a lo largo de su obra alternando con composiciones en verso-, cuyo título es de obvia resonancia faulkneriana “Sonido, furia”. Dice en el segundo párrafo: “Perdido entre adhesiones tornadizas, con la lengua trabada, ciego de mirar, confuso entre confusos, fuera de lugar, fuera de hora, y ni siquiera loco, ¿aún conservo sentido, dirección? Vida, vida, vida, qué linda sos, vida, qué linda que sos. Y culmina: “Mientras las respiraciones continúen.”
En la poesía de Alonso la afirmación de la vida (la Señora Vida, uno de sus poemarios) es una constante, “Lo cálido/ es válido” (“La mismísima vida”), “El mundo no es un valle de lágrimas” (donde incita a luchar contra el dolor: “hay que morirlo hay que joderlo/ hay que arrancarlo de raíz”). Sin embargo no se trata de una poesía vitalista sensual de ingenuo optimismo ni desmesurada. Más bien al contrario, la concisión es nota común sea en los versos o las prosas.
Además de la expresión más bien lacónica, prescinde totalmente de nexos y subordinadas para que surja como imágenes (en la huella del creacionismo) la realidad trasmutada en materia verbal y definidora de un palpable estilo, con “esa elegancia (en el sentido más elevado del término)” que le reconoce el poeta belga Fernand Verhesen, vinculado a poesía Buenos Aires, y que recuerda mucho la idea de elegancia en el sentido matemático sustentada en la economía de elementos. Quizá sea esto lo que signe la poética de Alonso, no adscribible a un ismo.
En el prólogo a Lengua Viva (poesía reunida 1968-1993), Jorge Santiago Perednik la define: “Este es el plan de la poética: primero, nada de la realidad es ajeno al poeta, nada hay que el poema no pueda albergar; segundo, objetivismo más subjetivismo.” Así Alonso escribe: “Entre el zarpazo y la memoria,/ entre las garras/ de la desnuda realidad/ cosas cantan, sonríen, se complican” (“Todo en la misma bolsa”) y “¿Soy yo quien oye ese murmullo/ o este susurro el que se asoma” (“Las hojas cantan con el viento”).
Hay percepción, atención, modos de reflexionar, de interrogar e interrogarse sin que esto aparezca a modo de una inducción o deducción encadenadas, justamente reacio a lo que estos poetas denominaban “discursivo” en el sentido de prosaico.
En esta quasi parquedad se incluyen blancos y a veces inusuales disposiciones espaciales (posiblemente por la impronta de Guillaume Apollinaire). Quizá su libro El arte de callar (2003) tenga que ver con destacar el valor del silencio significante tanto en los aspectos visuales como en las austeras palabras de disposición más convencional. Sin ilación pero no sin lógica, el poema se unifica por yuxtaposiciones a veces como anáforas, por ejemplo en estos dísticos: “Patria de grandes ríos… // País de salitrales…// y así alternándose “Patria” y “País” hasta: “País de vientos rasantes sobre desiertos grises/ y olor a tierra después de la tormenta// Patria que tiene norte patria que tiene sur// caminos hondonadas praderas esperanzas”.
En la “desnuda realidad” hay acontecimientos (¨Pincén versus Villegas”, “Fotos de la Revolución Mexicana”, “Ay, Chile”, “Carne talada”); hay condiciones (“Pobre país”, “Exitos de la pobreza”), amor de pareja (“Flagrancia”) o filial (“Los hijos crecen”); lugares del país y del mundo, pensamientos sobre el hacer poético (“Búsqueda de la poesía II”) y sobre la concepción de la poesía. “Poeti di oggi” puede leerse como apretada síntesis del espíritu de poesía Buenos Aires: “Incómodos molestos// rencorosos distraídos// Nuestros tímidos huesos/ anidan en la Historia // como profetas de algún rito olvidado”. Motivos estos todos que pueden aparecer combinados en los poemas, testimonios de su “exclusiva pasión” como señaló Juan José Saer: el “trabajo poético, en su triple vertiente de creación, de traducción y de reflexión sobre el arte singular de la poesía”.
Si sus poemarios -algunos ilustrados con obras de notorios artistas plásticos- y ensayos se cuentan por decenas, lo mismo sucede con sus traducciones del francés, italiano, portugués y gallego (en esta última lengua de sus ancestros compuso poemas propios). Fue el primero en traducir a Fernando Pessoa en sus cuatro heterónimos, a Cesare Pavese, Drummond de Andrade, Paul Eluard y un largo etcétera. La lista es enorme y bien merece el nombre de la colección de la editorial Eduvim que dirigiera y que publicó en varios tomos gran parte de su obra: La Gran Poesía. Con su propia editorial, Rodolfo Alonso Editor, contribuyó a la difusión de poetas, narradores y ensayistas. Fue editado en varios países de habla castellana y también un traductor traducido, a veces en ediciones bilingües.
Esa triple vertiente que menciona Saer se advierte también entretejida en los poemas habitados por escritores, alusiones a obras, autores o personajes literarios o no, entre tantísimos: Baudelaire, Miguel Hernández, Luis Cernuda, Lautréamont, Discépolo, Dante, Quevedo, Homero, Aquiles, Tiresias, Galileo, Yorick, Ovidio.
Rodolfo Alonso murió el pasado 20 de enero. “Aunque me vaya a ir voy a quedarme…” escribió, y sí, para continuar evocando en su obra el diálogo con el inagotable mundo de “Perlas, guijarros. Sedimentos, óxidos del ser, consecuencias, cantos rodados, poemas”.