Una vida de perros la tiene cualquiera, más si esa vida le pertenece, precisamente, a un perro. Ahora, si el cuadrúpedo encima quiere ser dibujante de historietas y pretende vivir de su talento, no hay ninguna duda que su existencia se convertirá en un problema brutal.
Esa es, resumida, la historia del perro-artista llamado Jaime. La otra, la de largo aliento, la que profundiza en las desventuras del personaje que, ante la noticia de la llegada de su hijo sale a buscar trabajo y el único empleo que obtiene es como guardián de una lujosa mansión; esa historia la narra y dibuja con mucho acierto el platense Mariano Grassi en las 160 páginas de su primera obra bautizada, claro, Mascota.
Con la impronta gráfica de un aparente relato de aventuras infantil –los animales y la ciudad tienen la plasticidad de los viejos dibujos animados con grises y blancos y negros– y con la cadencia narrativa que ofrecen las secuencias mudas (la mayor parte del libro carece de diálogos) Grassi lleva al lector deliberadamente a un terreno de inocencia, de ilusiones, sueños y de futuro para, de pronto, abrirle ante sus ojos, de par en par, una ventana con vista a la calle del infierno donde nunca dejan de desfilar los horrores de la vida en comunidad: los amores que se oxidan siempre se rompen (separación); los hijos que pierden la infancia siempre reprochan (manutención); el trabajo jamás deja de exigir horas extras y dedicación full time; y la clase social a la que se pertenece es una marca imposible de borrar.
Mascota, claro, no es el relato infantil de un simpático animalito, sino un retrato descarnado del diario vivir, ese hueso duro de roer: el perro siempre será perro aunque camine en dos patas, dibuje barcos sobre un tablero y pida un vaso de vino en un bar cualquiera de la ciudad.
“Un perro dibujado es un estado de las personas”, dice el dibujante, hoy profesor adjunto de ilustración, cátedra Roldán, en la carrera de Diseño Gráfico de la UBA, y muchos antes participante del colectivo El Tripero y estudiante del Occidental College de Los Ángeles donde aprendió cine. “Dibujar un perro, que encarne el rol protagónico, es una buena forma de llevar adelante ciertos vectores de un personaje y sacarse de encima el peso que podría tener el carácter humano. Además este perro tiene los atributos de un animal y de una persona, y ahí también aparece inserto los discursos de clase, pero también marca una forma de entender el mundo”.
Dividido en episodios de una sola palabra (“Positivo”, “Frágil”, “Vacío”, como si cada uno fuera un ladrido/aullido), el libro se articula en un antes y un después de un hecho clave: cumpliendo sus funciones de mascota asalariada Jaime interviene en un robo callejero y desata una tragedia donde un revolver sostenido por una mano temblorosa sentencia la vida de uno de los millonarios.
A partir de entonces se iniciará una larga caída hacia el tetra brik, hacia la cama sucia de una vieja pensión, hacia las pesadillas del hambre, y hacia las vejaciones callejeras para conseguir dinero. Todo en un fondo de tristeza donde no hacen faltas palabras y donde ni los grises/azulados ni los blancos y negros de la ciudad que propone Grassi hacen menos tolerable las escenas. Un pesado collar de desgracias dibujadas.
Es en ese punto donde Grassi encuentra la llave para darle a su historia una vuelta de fábula: el perro que tocó fondo buscará redimirse vendiendo las ideas de sus historietas a una empresa. Y ahí comienza otro libro, que, sin romper lazos narrativos con la primera parte, hace de Mascota un trabajo distinto y posibilita a Grassi mostrarse como un dibujante menos atado a la arquitectura narrativa. A las ideas gráficas del perro, Grassi les encuentra su hueso.
“En realidad este libro surge a partir del capítulo ‘Mecánica’, que originalmente fue una historieta de doce páginas que salió publicada en el último ejemplar de la revista El Tripero, en el año 2015, con el nombre de ‘Mecánica Integral’ y en donde el perro trabajaba en esa especie de oficina-gimnasia como productor de ideas para historietas. Cuando terminé de hacerlo me di cuenta que ese personaje me daba para proyectarlo y empecé a hacer los restantes capítulos, por eso este libro está estructurado en episodios”.
Desde entonces Grassi llevó adelante este trabajo (en cada página asoma una profunda reflexión de formas y composición) y cinco años después lo editó Tren en Movimiento en formato grande, y con una tapa a dos tintas, naranja flúo: “El color es como el de una mochila de Rappi”, comenta el autor y reflexiona: “Cuando hacés historietas hay como diferentes analogías a las que podes recurrir de acuerdo al momento en el que estás trabajado: evocando a Walter Benjamin, en algún momento toda creación se parece a la composición de una sinfonía, en otro a la construcción de un edificio, otras veces a un tejido. Las decisiones gráficas están ligadas a esos momentos del trabajo. Para mí Mascota se asemeja a un recorrido con diferentes topografías donde hay bajadas, precipicios, subidas y otros recorridos que conducen a lo incierto, a la monotonía, y a diversos accidentes geográficos de la vida”.
El recorrido de Jaime, que así se llamó además el perro de Grassi (“Hasta su muerte dormía bajo el tablero de dibujo y me miraba mientras trabajaba”), va de la confianza por la existencia (el amor, la fantasía y los sueños) a la desesperanza fatal.
Esta es la historia de vida de un perro que arrojó dos veces la moneda de la suerte: una cayó del lado de la creación, del enamoramiento, de la amistad y de la familia, y la segunda le mostró su peor cara: la necesidad del dinero, la falta de tiempo para imaginar, la desesperación para obtener el sustento diario, las humillaciones, la soledad, los vicios como formas de escape y un largo etcétera que termina por tocar el fondo de la existencia. El perro Jaime del principio no es, claro, el perro Jaime del final del libro. Porque ya lo había advertido muchos años antes el rumano Ciorán: “Cuando el animal se trastorna empieza a parecerse a un hombre”.