Cinco discos compitieron on line por el último Grammy al jazz latino. Tradiciones, de la Afroperuvian Jazz Orchestra; Caribe, de David Sánchez; Puertos, del argentino Emilio Solla, y su Tango Jazz Orchestra; Sonero, de Miguel Zenón; y Antidote, de Chick Corea, y su Spanish Heart Band. Ya no es noticia fresca el hecho, claro –ocurrió mediando noviembre-- pero el resultado es lo que mantiene status de permanencia en el tiempo, básicamente porque no fue Corea el ganador. Fue Solla, aunque ni él se lo crea. “La verdad es que no puedo ganarle ni al ping pong a Corea”, se ríe este pianista y compositor mendocino, radicado en Nueva York. “El hecho de ganarle a Chick es un poco para la anécdota, hasta un poco absurdo, diría… él es uno de mis referentes del piano, del jazz y de mi vida musical, así que ya con el hecho de estar ahí con él en el quinteto final era muy fuerte. Después, no sé, quedarme con el premio fue raro porque el tipo nunca pierde un Grammy. Era una pelea difícil de ganar pero, bueno, hay que relativizar mucho eso de ganar o perder en la música… es algo muy subjetivo”.

--Pero lo ganaste a Corea, más allá de las discusiones, muy válidas por cierto, que se generan alrededor de los premios.

--Claro. Incluso, ya de por sí tomé la nominación con mucha alegría, con una sensación de reconocimiento al trabajo de muchos años, y en particular a este disco, que se trabajó mucho, y me tiene muy contento. Me siento feliz con el resultado, me gusta escucharlo, cosa rara para mí con mis discos. Hasta pasa que cuando estoy con amigos y alguien lo pone, me siento orgulloso.

Pese a que ha tocado con músicos universales “de fuste” (ver recuadro), Solla conocía poco a Corea. Nunca tocó con él, y apenas había cruzado algunas palabras durante la ceremonia de los Grammy 2015, cuando lo nominaron por primera vez. “Nunca tocamos juntos con Chick, creo que se me congelaría el cerebro y las manos de solo verlo ahí enfrente”, se ríe. “Pero hace poco soñé que me convocaba para un proyecto y que íbamos a hacer una versión en tango de 'Donna Lee', de Charlie Parker. En el sueño yo estaba estudiando ese tema todo el día como un loco y luego, cuando llegamos al estudio para grabar, había que subir una escalera muy grande. Y el estudio quedaba arriba de un lugar muy alto… así que la interpretación es bastante lineal, creo”, escenifica el cuyano.

--Qué extraño te habrá resultado recibir el premio on line… cuando la presentadora te anuncia ganador, se te ve sonreír solo a través de una pantalla de PC…

--Muy rara la situación. No había otros colegas, no había fiesta, no estaban el traje y los zapatos nuevos (risas). Pero bueno, estábamos muy contentos aquí con mi mujer en casa, viéndolo por zoom. Nos abrimos un vinito y lo pasamos muy bien, muy contentos.

--¿Recibiste algún comentario de tus “competidores”?

--Es que al ser on line ¡no había nadie para que me dijera nada! (risas), y después ninguno me escribió, pero sé que muchos músicos se pusieron contentos. Hubo un montón de mensajes en la redes, por parte de gente contenta con el premio, y sé por personas de Concorde, el sello de Corea, que a él le gustó mucho mi disco, y que me iba a escribir un mail. La verdad es que ganar el Grammy me sorprendió, pero no lo veía imposible. Habíamos tenido muy buena respuesta con el disco, e incluso uno de los temas ya había quedado nominado el año pasado a los Grammy norteamericanos como mejor arreglo instrumental. Digo, ya venía con un empuje el disco, con buena recepción de parte de los músicos y de la gente.

Pese a la cara de felicidad que se le ve mientras la presentadora lo anuncia como ganador –y a los vinos que se tomó luego con su mujer—Solla admite que le da una importancia “relativa” a los premios. “Sirven un poco para sentir un calorcito por dentro, por el orgullo que da que los colegas te elijan, porque en definitiva son los colegas, gente que entiende de música, la que te elige ¿no? Así que tiene una cosa muy reconfortante en lo personal, hay que admitirlo”, confiesa él, y luego sopesa. “Pero creo que para el afuera es muy relativo, aunque también es verdad que sirven para la carrera, ayudan un poquito porque hacen que tu producto musical ocupe cierto espacio durante un tiempo en las redes, y tenga cierta relevancia. Parece que fueras mejor músico si tenés premios que si no los tenés, aunque se sabe que eso puede ser exactamente lo contrario”.

Puertos, Music from international Waters –tal el nombre total del disco ganador— es el undécimo álbum de Solla y lleva en sus entrañas un sonido que juega con el cruce de culturas. Así se desprende de sus ocho sesudas piezas que conforman un mosaico entre tango, jazz, música clásica y sonidos latinoamericanos. Incluso, cada una está dedicada a una ciudad específica. “Sol La, al Sol”, a La Habana; “Llegará, Llegará, Llegará”, a Montevideo; “Chacafrik”, a Benguela; “La Novena”, a Buenos Aires, y así. “Puertos surge como una continuación natural de Second Half, disco que grabé en 2015 con el noneto con el que toco hace casi diez años en Nueva York. Últimamente venía escribiendo para ensambles más grandes, y me solían pedir arreglos de cosas mías o de cosas de otros para distintas big band. Entonces, cuando surgió hacer un disco nuevo dije: ¿por qué no armar mi propia big band y tocar mi música? Y así fue… armé una típica big band de jazz, pero con ciertas particularidades”, cuenta el músico.

Tales “particularidades” tienen que ver con el bandoneón que reemplaza a la guitarra, y la gravitación de un estilo de composición que viene de la música clásica. Sigue él. “Como me formé en música clásica, ese estilo está en los temas, en su duración, en su desarrollo, a diferencia del jazz convencional que suele presentar un tema al principio y otro al final, con la improvisación en el medio”, detalla el pianista, acerca del trabajo horneado a fuego lento junto a la Tango Jazz Orchestra, su big band de 17 músicos, más Edmar Castañeda y Arturo O´Farrill como invitados especiales. “Tenía muchas ganas de hacer algo con sonido más orquestal, que me permitiera poner en juego las dos cosas que más me gusta hacer: tocar y escribir. Me gusta mucho la música orquestal, la música donde podés crear timbres, colores, espacios sonoros, o imágenes con la música a través de la combinación de los sonidos”.

--El Grammy fue por el "jazz latino". ¿Qué entendés vos por esta etiqueta estética?

--El tema de los nombres en la música siempre es complicado. Mi música en particular tiene una fuerte base en el tango y el folklore argentinos, aunque influenciada por otros ritmos latinoamericanos y con una conexión muy fuerte con el jazz, en cuanto a los espacios de improvisación y a la armonía. Y el jazz latino surge como una etiqueta más asociada al jazz afrocaribeño, cuando el género empieza a mezclarse con la música cubana. Es decir, cuando las herramientas del lenguaje del jazz como la improvisación y las armonías más expandidas, se empiezan a teñir con los ritmos de la música latina, sobre todo del Caribe. Hablo de lo que se llamó jazz afrocaribeño de la mano de Machito, de Chico O'Farrill, y toda esta gente que empezó con la fusión, allá por la década del cincuenta. Dicho esto, a mí me interesó el hecho de que me hayan puesto en  la categoría Large Ensemble para los Grammy 2015, cuando había aplicado aquel disco (Second Half).

--Estás dejando entrever una crítica…

--(risas) Y… al principio no me gustó mucho como músico que hace tango-jazz porque lo tenía muy asociado a esta vertiente afrocaribeña, pero después me di cuenta que está bien, porque tiene mucho sentido que se llame jazz latino a todos los lenguajes de música latinoamericana, cuando estos están emparentados con el jazz. Es como expandir el concepto, sacarlo exclusivamente del Caribe y extenderlo hasta la Patagonia, y entender como jazz latino al jazz cuando se junta con cualquiera de las vertientes de las músicas regionales de Latinoamérica.

--¿Cuál sería la parte regional de tu música?

--Hay un aire de Buenos Aires en el bandoneón, en el alma de muchas de las cosas, en la manera de frasear, de cantar las melodías y muchas veces también en lo rítmico.

--¿Por qué lo dedicás a tus ancestros ucranianos y españoles?

--Argentina es un país marcado por la inmigración y al dedicarlo a ellos, de alguna manera lo estoy dedicando también a todos los cruces de culturas y a la música que viaja en los barcos con la gente y va cambiando en cada puerto. Es esa música que después se va nutriendo de otros acentos, de otros perfumes, y que lleva a sus nuevos puertos de destino.

--Con mojón cero en Mendoza, y primer destino Buenos Aires. ¿Extrañás?

--Sí, extraño a mi gente, familia, amigos, al punto que cuando voy me siento en mi lugar. No sé… respirar el olor de mis árboles, caminar mis calles, mi música que sale de ahí. Buenos Aires es una ciudad muy fuerte para mí.

--¿Por qué fuiste?

--Me fui en la época de Menem, porque era un momento muy malo para hacer música en la Argentina. A muchos de los que veníamos haciendo cosas en la década del ochenta se nos cayó todo, estaba todo muy parado artísticamente, no había donde tocar, no había posibilidades de hacer nada y yo me debo a mi música, vivo donde viva mi música. Necesitaba irme para poder abrir caminos, y seguir haciendo lo que me gusta hacer: escribir y tocar mi música, algo que Argentina no brindaba en ese momento. Después, una vez instalado en Europa con todas las posibilidades que se me abrieron de trabajo, me fui quedando. Y me pasó igual, tiempo después en Nueva York.

--Terrible como pegó la pandemia allí.

--Tremendo, sí. La ciudad está vacía, es una ciudad fantasma, de negocios cerrados. Con mu mujer pasamos casi todo el año atrincherados, saliendo lo mínimo, cuidándonos, estudiando mucho el piano. Por suerte un poco de trabajo hubo para mantenerse a flote, hubo herramientas para aguantar. Fue un año para replantearse las prioridades y el ritmo de vida que uno lleva.

--Decías antes --volviendo a lo musical— que tocar con Corea es un sueño para vos. El deseo no es aplicable a Paquito D'Rivera y Wynton Marsallis, porque con ellos sí pudiste. ¿Qué recuerdos te vienen de esos encuentros?

--Lo de Paquito fue un encuentro a través de Pablo Aslan. Le di un disco que había hecho en el 2001 que se llama Suite Piazzolliana, un trabajo de homenaje a Astor. Pasó que al par de meses abrí el mail y me encontré con un mensaje de Paquito, que estaba en un aeropuerto y no paraba de escuchar el disco. Me escribió que le encantaba y que quería grabar un tema con su grupo, conmigo como invitado. Ahí empezó todo. Increíble. Después estuvimos de gira juntos, tocamos, grabamos algunas cosas y hoy somos amigos… en cualquier momento puede aparecer alguna otra cosa para hacer con él, porque hay muy buena relación.

--¿Y con Marsalis?

--Ah, si… eso fue más corto. En realidad, fue más con el Jazz at Lincoln Center, porque estuve arreglando y dirigiendo en el último concierto que dio allí O’Farrill en la despedida de la Afro Latin Jazz Orchestra. Era toda una cosa que coordinaba Wynton, y ahí fue el encuentro enriquecedor, por cierto.

La tercera es la vencida

Su triunfo en los Grammy recientes no implicó el debut de Solla en tales premios. Por contrario, fue la tercera vez que los cráneos en la materia posaron su atención en él. La primera fue en 2015 por su disco Second Half , en el rubro Mejor álbum de Latin Jazz, y la segunda, cuatro años después por el tema “La novena”, en la categoría Mejor arreglo instrumental. Solla arrancó allá lejos en el tiempo –década del 80—con el Sexteto Apertura, la única agrupación de trascendencia que integró antes de viajar a Barcelona en 1996, y de su posterior radicación en Nueva York, donde atravesó el período más prolífico de su vida musical. Fue allí donde en 2010 formó La inestable de Brooklyn, orquesta de ocho músicos neoyorquinos con la que grabó el inspirado Second…. Fue allí también el lugar en el que grabó y publicó Tributangos, otro de sus buenos discos, poblado de versiones clásicas del género porteño. En Buenos Aires, en tanto, estrenó en el Centro Cultural Kirchner junto a la Orquesta Sinfónica Nacional  dos obras propias: Ñandú, y un fragmento de la Suite Piazzolliana, que tuvo al experimentado Oscar Giunta como baterista. “El otro día me llegó un material de una presentación que tuvimos en Badia y Compañía en 1986 y, al revivirla, me dio una sensación de coherencia musical y artística”, señala Solá a PáginaI12, intentando unir pasado y presente… Es decir, Buenos Aires y Nueva York. “Me escuché hablar en la entrevista que nos hicieron aquella vez, escuché hablar a mis compañeros de entonces, escuché la música que hacíamos, y me di cuenta de que más o menos sigo pensando las mismas cosas, y haciendo la misma música”.