Con un acceso limitado a las opciones desarrolladas por las grandes farmacéuticas, la ciencia argentina avanza a paso firme hacia la producción de una vacuna propia. La tecnología doméstica está siendo diseñada por equipos científicos del Conicet y la Universidad Nacional de San Martín. Empleará una proteína recombinante, recubierta de Sars CoV-2, capaz de generar anticuerpos suficientes para prevenir la infección por coronavirus. “La vacuna viene andando muy bien. Ya está por culminar la fase preclínica con animales y el próximo paso será avanzar hacia los ensayos clínicos en humanos. Ahora lo que estamos viendo es cómo asociarnos con algún laboratorio capaz de escalar la producción. Hay que pensar que para los ensayos a escala en humanos se requiere de una empresa que pueda producir el producto”, afirma Juan Ugalde, doctor en Biología Molecular y Biotecnología, decano del Instituto de Investigaciones Biotecnológicas de la Universidad Nacional de San Martín a cargo del proyecto.
Al respecto, apunta Roberto Salvarezza, ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación: “La vacuna de la Unsam está en fase preclínica, etapa previa a experimentar en humanos. Lo que se necesita para poder continuar es un laboratorio que pueda producir bajo buenas prácticas de manufactura. La Agencia que lidera Fernando Peirano estuvo trabajando muy fuerte en poder hacer un acuerdo. Falta poco, estamos cerquita de un socio que pueda producir esta proteína, que será la base de la tecnología”. Y, en esta línea, continúa: “Además del proyecto de la Universidad Nacional de San Martín, está el de la Universidad Nacional del Litoral que también financiamos. Ambos tienen en común que utilizan una proteína recombinante como antígeno para que el cuerpo humano directamente sintetice los anticuerpos. Me refiero a Spike, la que envuelve al Sars CoV-2”.
Lo que hacen todas las vacunas es simular procesos infecciosos, pero sin perjudicar la salud. De esta manera, el sistema inmune es entrenado como si el organismo cursara una enfermedad cuando en rigor no lo está haciendo. Ahora bien, ¿cuál es la particularidad de la tecnología local? “Hay diferentes tipos, pero la nuestra apuesta a proteínas recombinantes: tomamos algunos componentes como fragmentos de proteínas y los producimos en un sistema artificial que puede expresarse en bacterias o levaduras. A esto, sumamos adyuvantes, es decir, potenciadores del sistema inmune”, dice Ugalde. Cuando el especialista describe “fragmentos de proteínas”, se refiere puntualmente a porciones de Spike: aquella que utiliza el Sars CoV-2 como puerta de entrada a las células humanas; la proteína en la que colocaron el foco la gran mayoría de los laboratorios a nivel mundial para fabricar los diferentes candidatos vacunales.
La ciencia como vía hacia la soberanía
“No cabe duda de que la ciencia argentina es capaz de producir vacunas. El caso más claro es el de mAbxience que fabrica la sustancia activa de la de Oxford. Ahora bien, lo que buscábamos también es demostrar que además somos capaces de diseñar una vacuna desde el comienzo, de constituir la plataforma y no solo producirla a escala. Aquí se insertan los aportes que Conicet y las universidades nacionales están realizando”, enfatiza Salvarezza.
El trabajo es el fruto de un equipo transdisciplinario compuesto por virólogos, inmunólogos y especialistas en estructura de proteínas que desde hace meses se pusieron el desafío en la cabeza: Argentina debía tener su propia vacuna. Como Ugalde relata, la clave en todo esto es “no arrancar de cero”. “Cada laboratorio utiliza la metodología que tiene más a mano. Previo a sus desarrollos del presente, Gamaleya y AstraZeneca ya trabajaban con vacunas en base a adenovirus; Pfizer y Moderna ya venían haciendo ensayos clínicos con ARN para otras enfermedades. En nuestro caso fue un poco lo mismo: nosotros tenemos mucha experiencia en proteínas recombinantes, tanto para el desarrollo de vacunas como para diagnóstico”, destaca. La ventaja es que, a diferencia de otras variantes como las de Moderna y Pfizer que utilizan una técnica totalmente novedosa y nunca aplicada a gran escala, la alternativa local emplea proteínas recombinantes, técnica de uso masivo en ejemplos como la hepatitis B y HPV (Virus del Papiloma Humano).
Argentina, como otros países semiperiféricos o en vías de desarrollo, no juega la misma carrera que las potencias, a través de sus corporaciones farmacéuticas, disputan alrededor del planeta. Sin embargo, aunque los tiempos y las exigencias no son idénticos, sí es crucial exhibir de alguna manera las capacidades instaladas y los recursos humanos de excelencia que aquí se forman y trabajan. En este marco, aunque no hay plazos definitivos para la producción de bandera y por más que se requiera de la ayuda de empresarios vecinos o de naciones de otros continentes con plantas biotecnológicas de envergadura para su fabricación a escala, el desarrollo de una vacuna propia no deja de ser una excelente noticia. Más aún si se tiene en cuenta que, durante la gestión macrista, el área de CyT fue ajustada y descartada, tanto que el ministerio fue degradado a secretaría, luego de su creación en 2007 por la entonces presidenta Cristina Fernández.
Para hacer una vacuna se necesita dinero. A mediados de 2020, el grupo de la Unsam y de la Universidad Nacional del Litoral habían recibido un subsidio cercano a los 100 mil dólares por parte de la Unidad Covid, conformada por el Conicet, el MinCyT y la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación. Sin embargo, a pesar del empujón inicial, la realidad indica que se requiere de muchísimo más capital. En esta línea, las alianzas que se puedan establecer desempeñarán un papel decisivo. “Deseamos que los plazos para hacer todo sean lo más reducidos posible. Es un asunto muy variable y depende de los vínculos y las relaciones que podamos tejer. Hay muchas conversaciones avanzadas con empresas interesadas, pero no es posible divulgar nada hasta el momento”, advierte Ugalde. Después completa: “Es un avance muy importante que las instituciones argentinas se estén enfocando hacia estos problemas, porque supongamos lo peor, que la plataforma no sirva para producir la vacuna para el coronavirus, de seguro, más adelante servirá para cumplir con éxito desafíos futuros”. “El conocimiento y las tecnologías diseñadas quedan, nunca se pierden”, remata.