¿Qué tienen en común una escritora argentina afrodescendiente con otra escritora y profesora francesa, que además es cantante y acordeonista en la banda punk Julie Colère? Luciana De Mello y Angela Lugrin, que dan talleres de escritura en la cárcel de Devoto y en la parisina prisión de La Santé, reflexionaron sobre sus experiencias en la primera jornada de La Noche de las Ideas (NDI), quinta edición que se está realizando de manera híbrida hasta el domingo 31, bajo el lema “Estar cerca, estar juntos”, organizada por el Institut français d’Argentine, la Embajada de Francia en Argentina, la Fundación Medifé y la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF). “Entrar a la cárcel fue un antes y un después; nunca más volví a escribir y a leer o a vivir la literatura como lo hacía antes, porque no hay lugar donde el poder de la literatura se haga más evidente, donde el sentido de un texto estalle, como adentro de una cárcel”, dijo De Mello, cofundadora en 2011 del taller de lectura y escritura en el Centro Universitario de la Cárcel de Devoto junto a María Elvira Woinilowicz.
De Mello (Buenos Aires, 1979), autora de Mandinga de amor, novela reeditada en 2018 en la colección “8M” de Página/12, advirtió que no es lo mismo leer Operación masacre, de Rodolfo Walsh, y La metamorfosis, de Franz Kafka, en un aula de la facultad de Filosofía y Letras que en el penal de Devoto. En el libro Ninguna calle termina en la esquina. Historias que se leen y escriben en la cárcel, publicado en 2016 por la editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Woinilowicz y De Mello plantean la importancia que tiene el taller de lectura y escritura como espacio de libertad y conocimiento.
“El movimiento que estábamos buscando no tenía que ver solo con hacer colectiva una actividad solitaria, sino que por sobre todas las cosas el movimiento tenía que ver con un corrimiento de clase. En este punto radica lo que parecería una paradoja: la necesidad de sacar la literatura a la calle fue lo que nos hizo entrar a la cárcel”, subrayó De Mello. “La paradoja, sin embargo, se resuelve muy rápido, si se tiene en cuenta que la literatura es una de las artes más elitistas que existen. En un país donde con lo que se paga un libro se amasan quince kilos de pan, la biblioteca es algo completamente prescindible dentro de los hogares de las clases más bajas, que son las que pueblan las cárceles de nuestro país”, agregó la escritora y eligió leer fragmentos de dos textos producidos durante el primer año del taller: “El perdedor”, de Juan Carlos Pérez, y “Cuando lo logre”, de Pablo Pérez Brown.
Angela Lugrin (París, 1971) tuvo la oportunidad de enseñar literatura en la prisión de La Santé y vivió una experiencia inédita que la impulsó a escribir el libro En-dehors (2015), inédito en castellano. “La escuela de la prisión es un pequeño mundo aparte que está cerrado, pero paradójicamente es un espacio de mucha libertad”, destacó la autora de Marie, Lettre à Marie Depussé (2014). “Uno tiene la impresión de que entra en un teatro de virilidad, con tipos grandotes, algún cabecilla, que llegan ahí con sentimientos hostiles con respecto al sistema escolar, que abandonaron demasiado pronto, con una imagen muy negativa del docente y más aún de la literatura, que les parece algo sensible. En la cárcel el preso no puede demostrar, por una cuestión de supervivencia, ningún tipo de sensibilidad”.
Lugrin analizó lo que provocó el intercambio. “La palabra se liberó en todo sentido; ellos aceptaron reconectar con su niñez interior, con su sensibilidad, y yo también me liberé de las expectativas institucionales para animarme a recorrer los textos de una manera libre, y también aceptar lo que iba surgiendo, aunque pudiera parecer descabellado o excéntrico. Progresivamente fuimos experimentando una especie de lengua nueva entre nosotros; sentí que hubo un acercamiento, un vínculo como de familia”. La cantante y acordeonista en la banda punk Julie Colère conectó la experiencia en la prisión de La Santé con el lema de esta edición de La Noche de las Ideas. “El sentimiento de cercanía, sobre todo cuando nos separábamos, era muy real; esos últimos momentos siempre se alargaban con apretones de manos y miradas que buscaban verificar que la calidad y la extrañeza de lo que habíamos vivido en las aulas eran reales”, explicó Lugrin y aclaró que no mantuvo ningún contacto con los presos, pero conservó “el sentimiento de haber alcanzado lo más íntimo que había en nosotros”. Algunos fragmentos del libro En-dehors se leyeron en France Culture, la radio pública de Francia. “Por casualidad, un preso que había sido liberado escuchó la lectura y me hizo llegar un mensaje en el que usaba la expresión ‘nuestro libro’ –recordó la escritora francesa-. El uso de ese adjetivo posesivo validó lo que habíamos vivido”.