Las disputas internacionales por la provisión de todas las vacunas está demostrando lo infinitesimal de lo que representan los antivacunas, que en realidad son antiestado. El fenómeno es un síntoma que tal vez uno no debería llamar “global”, sino más bien “occidental”, porque se basa en una interpretación desviada del concepto de “libertad”.

En este país, a los que les falta la libertad es a los que fueron perseguidos políticos y cuyas causas son castillos de naipes marcados, no a los que las restricciones de cada etapa les impidieron tomar cervezas con amigos o ir a fiestas electrónicas. En los dos casos se habla de “libertad”, pero esos dos contenidos tan opuestos nos vuelven a invitar a revisar palabra por palabra.

En todos los países hay presidentes, gobernadores o intendentes que se fotografían vacunándose, para promover la vacunación en un clima adverso y alienado que, aquí, Juntos por el Cambio fogonea, a tal punto que no hemos visto a ningún funcionario Pro vacunarse. No pueden mostrarse protegiéndose con vacunas porque ello implicaría admitir la doble vara.

El fin de semana pasado se vacunó Cristina. Hasta el barbijo que usó para ir a un Hospital de Avellaneda fue tema de debate. “Quiere promocionar la vacunación”, dijeron, convirtiendo en “denuncia” lo evidente. Ella los altera. Los instala en su propia vibración inestable. Cristina sigue siendo lo indigerible por excelencia para los sectores antipueblo. No es la única atacada ni dejan de petardear a los funcionarios que en gestión están, de hecho, promoviendo políticas o proyectos populares. Pero fue y es ella el objeto de odio trabajado y pulido por los que en lugar de dar noticias tallan estigmas.

Como fuere, quiero dedicarle un par de párrafos al barbijo. Probablemente nada de lo que voy a decir lo haya tenido en cuenta ella, o quizá todo, porque es incluso a su pesar una usina de símbolos, referencias y señales para los que tienen muy en cuenta su palabra y sus gestos.

El barbijo replicaba el abrazo que se dieron ella y Néstor en un acto caliente, en 2008, cuando pese a la firmeza decidida por ambos, el país se movía como un barco en tormenta por la protesta de los agroexportadores, que los diarios que eran sus socios llamaron “el campo”.

Ese abrazo, capturado para la historia por Víctor Bugge, el fotógrafo presidencial, es el de un marido y una mujer que sobre esos roles privados tenían otros roles públicos, y que eran los que los llevaban al abrazo: eran una presidenta y un expresidente sellando su compromiso con el proyecto de país prometido en campaña, y que sencillamente retomaba lo expuesto antes por héroes nacionales de diferentes épocas: había que exportar el zapato y no la vaca. Sobre eso, sencillo de entender, se basaba una lógica económica muy clara, la única capaz de permitir un desarrollo equitativo. Exportaciones surgidas de este suelo, pero ya trabajadas por argentinos.

Ese abrazo entre Néstor y Cristina pasará a la historia, y ella puede haberlo elegido solamente por eso. Pero en 2008 nació en kirchnerismo, cuando muchos que parecían amables o educados se volvieron de pronto violentos escrachadores y golpeadores de oficialistas. Hasta entonces se apoyaba al gobierno, pero esa identidad política no sobrepasaba la de un grupo. Recién cuando tembló la tierra, que fue justo cuando en ese acto Cristina volvió a negarse a entregarles a los agroexportadores lo que pedían, recién cuando todo se puso dramático --y ese abrazo transmite también esa coordenada, y la decisión de resistencia--, hubo muchos que dieron un paso adelante y dijeron: “Estamos”.

Por ahí iban los sueños de los desaparecidos, por ahí iban la soberanía política, la independencia económica, la justicia social. Ese día, el del abrazo, Cristina quedó grabada como la conductora de aquel proyecto para sus seguidores, y como el blanco a atacar y a destruir por parte de los operadores del otro país, el que evade dinero, esconde granos, inventa causas, publica noticias falsas.

Y ella eligió ese barbijo para ir a vacunarse y promover que se vacunen otrxs, en medio de la lucha contra una pandemia que entre otras cosas nos ha privado de los abrazos. Tenemos más de 45.000 muertos. Se fueron sin un abrazo. Sus seres queridos no pudieron abrazarse entre sí. Nadie que se quiebre o que vacile, en esta larga temporada de miedo, puede ser consolado con un abrazo. Eso es lo que soportamos los que cumplimos las reglas porque queremos vivir y queremos que no se muera nadie.

La única esperanza, y de ribetes realistas, es la vacuna, cualquiera de ellas. El barbijo de Cristina nos habló de muchas cosas, pero también de ese horizonte con el que tantos soñamos, que es dejar de sentirnos peligrosos para los que queremos, y dejar de tener miedo del cuerpo de los otros.

 

Esa mujer y ese hombre, fundidos en el abrazo de sus vidas, en blanco y negro, en el barbijo, también activó esa zona de deseo postergado. Que lleguen las vacunas, que se gestione la vacunación como es debido, y que superemos este tiempo triste en el que hemos estado tan solos. Vaya a saber uno cómo algunos liderazgos funcionan así, como generadores de mensajes de muchas capas, algunas inconscientes. Un brazo dispuesto a la vacuna, la mirada confiada y el barbijo trayéndonos el pasado de lucha y el futuro de abrazos.