Se fue 2020, llegó 2021: la pandemia aún arrecia, tenemos aborto legal, la puja por la presencialidad escolar no da tregua y el debate amenaza con seguir la curva de la vacunación. Rebrote, vacaciones y después. ¿Qué será de este año? Difícil hacer predicciones cuando en enero de 2020 la OMS todavía decía que no había evidencia de que la covid-19 se contagiara entre humanos. Ha pasado tiempo, poco tiempo pero mucha vida, y no sabemos si volverá el ASPO e incluso las cuarentenas. Leamos, que para lo demás hay mucho tiempo.
Las voladoras, de Mónica Ojeda (Páginas de Espuma)
¿Literatura gótica ecuatoriana? Por qué no. La sensibilidad poética de Ojeda es deslumbrante y, a la vez, toda una sorpresa. Es una escritora andina que apenas pasa los 30 años, que ya lleva varias novelas y poemarios publicados en su país, y que ha sido premiada por su trayectoria.
Los personajes de estos cuentos, que mezclan a partes iguales oscuridad y un halo de luz misterioso que nos sumerge en mundos que hilan lo fantástico con lo cotidiano de un modo muy llamativo, son criaturas especiales. Tienen experiencias sensibles que lindan con lo real, pero apenas deformadas: como si una pequeña pieza desencajada abriera un universo muy familiar –abortos, violaciones, dramas familiares– pero desenfocadas y tamizados por el horror de lo que escapa a lo real.
Repleto de metáforas y alegorías, el escribir de Ojeda nos pasea, nos lleva con gusto por el disgusto, nos propone dejarnos atrapar por esa fantasía un poco perversa y a la vez exquisita. La historia de una chica decapitada que atormenta a una docente, la de un padre enfermo y con una curiosa parafilia sexual, los paisajes de volcanes y erupciones que se mezclan con las tramas. ¿Es lava lo que trata de salir como pus de las entrañas de estos seres? Es podredumbre, es humanidad, y quema.
Cobayo glaciar, de Ariana Atala (Iván Rosado Ediciones)
Ariana recoge varios años de anotar sus sueños en un solo ejemplar que, por ese procedimiento asombroso que es la escritura, engendra algo nuevo: una especie de novela alucinada. La trama es difusa –a fin de cuentas son sueños–, y la mezcla de la Facultad de Ciencias Sociales con su casa familiar en José Marmol y su departamento en Callao y Corrientes dibujan un triángulo extraño donde aparecen y desaparecen ex novios, amigues, ex amigues, familiares y muchas referencias políticas, pop o literaria.
La lectura puede ir recorriéndose como el avance de un inconsciente en progresión. Es un juego delicioso perseguir al inconsciente, mientras Ariana recorre sueños en los que escapa de o forma parte de piquetes, revoluciones, represiones, clases universitarias, horarios de trabajo, paseos, vacaciones, paisajes: ¿hay acaso referencias que nos muestran una conciencia que, en vigilia, es otra cosa?
Si los sueños son el mundo donde a veces se aflojan las represiones, Cobayo glaciar es un viaje onírico por el revés de una época: podemos ver qué produjo en la psiquis de Ariana el asesinato de Mariano Ferreyra, una época política, la militancia universitaria de izquierda, la búsqueda laboral por medios de comunicación y afines.
No es una novela pero no importa, porque sí lo es: hoy una novela es, a la vez, todo y nada, pura etiqueta. Cobayo glaciar es una deformidad híper divertida para tratar de perseguir un personaje que cambia de piel y formato a cada rato.
Los llanos, de Federico Falco (Anagrama)
Falco fue finalista del Premio Herralde de novela 2020 y, por eso, se publicó esta joya del desamor y el duelo como formas de reorganizar la vida, que desanuda la cruda tensión de un ser que se deshizo en el amor con otro y debe recomponerse sobre sí mismo tras la separación.
Falco tiene algunos libros de cuentos y una sólida trayectoria aunque con bajo perfil, pero acá llega a manos de todes con esta historia de un joven pampeano que tras un desamor decide dejar Buenos Aires, alquilar una casa en el medio del campo (cerca de un pequeñísimo pueblo) y dedicarse a armar una huerta. Y lo hace recuperando pedazos de su desamor y de la historia de su infancia y su familia.
La huerta y los recuerdos operan como telón de fondo para una cruzada por salir adelante. Para salir de esa entrega total, para recuperarse a uno mismo tras el dolor de la ruptura, hay que depositar la entrega en otro lado –en la huerta– y recordar quién era uno. En este caso, ése que se fue del pueblo para vivir su identidad libremente.
En Los llanos, que un brote prenda y rinda se celebra como la recuperación de un paciente enfermo. Los llanos es hermoso.
¡Hasta pronto, querida!, de Valeria Mussio (Peces de Ciudad)
La mujer perfecta es una ex agente de la KGB que se despierta con La Internacional y que, como todo lo perfecto, es comunista. Mide casi dos metros, es rubísima, es rusa, lanza bala, es fuerte, es hermosa, es todo. Y la inventó Mussio en alguno de los textos de este potente poemario repleto de posicionamientos estéticos, políticos y sentimentales.
La poesía también, como la novela, puede ser muchas cosas. Pero la poesía tiene otras cuestiones técnicas, sus cositas. Y la construcción de imágenes son su fuerza y su mundo. Desde los '90 emergieron poetas de lo urbano y cotidiano, de la vida y de las experiencias –para mí el rey es Mariano Blatt–, y la poesía de Mussio va por ahí, por esa línea entre lo real y lo que no, que se cuela en ese sentimiento puro que puede ser la poesía.
En este poemario le habla a las amigas –y se habla–. En tiempos de existencia sorora, de feminismos que postulan hermandades y recuperaciones mutuas, estas líneas indagan en ese sentimiento pegajoso que es la amistad. Indaga en la memoria, en lo compartido, en los deseos de experiencias y de futuro mutuo.