Cuarenteñeros; hermanes, fratelas y sorelos; hartos ya de estar artes; inventoros de recursos absurdos pero válidos para entretenerse durante el ASPO y el DISPO; soñatrices; actores, autores e intérpretes de la tragicomedia cotidiana; generosos, gentiles y gentilicios; hartoperceptivos; sutiles; intuitives; percentiles. Imperfectes en cualquier tiempo del subjuntivo: todas ustedos me acompañan en el duro elogio, en la amorosa crítica o en la piadosa indiferencia; y yo os, es e is acompaño también.

Lo digo de esta manera porque estamos viviendo tiempos difícilos. De egoísmo sin par ni impar. De neoliberalismo llevado a los límites del “nazismo con buenos modales”. Y de ningunarquía, o sea, el ninguneo hecho virtud.

Miren, si no, las declaraciones de “la señora que preside la Unión Europea”: hace pocos días propuso que las vacunas que se producen en la Unión Europea se queden en la Unión Europea. Una propuesta que podría considerarse de un nivel de ignorancia cuasimacrista, ya que ni China ni Rusia (Gamaleya, Sputnik) ni Gran Bretaña (AstraZeneca) son países de la Unión Europea. Pfizer y Moderna son de USA.

Según se rumorea, un laboratorio de fuera de la Unión Europea está produciendo vacunas, muy financiado por la Unión Europea… ¡y vendiéndolas al mejor postor! Pero esto no habla bien de la Unión Europea, sino mal del citado laboratorio, o del capitalismo, o del neoliberalismo, o del poder, o de la ley de la selva, o de…

De ser al revés, si ningún laboratorio de fuera de la Unión Europea le vendiera vacunas a la Unión Europea, sería un acto terrible, cuasigenocida, con el que jamás estaríamos de acuerdo, y gran parte del mundo se rasgaría las vestiduras. Pero si lo piden los europeos unidos, pues esa es la ley primera, está bien.

A fines de los '70 se dio por televisión, en blanco y negro y censurada, Yo, Claudio, la maravillosa miniserie de la BBC basada en la novela homónima de Robert Graves (ya en democracia, pudimos verla en colores y sin cortes). En el último capítulo (perdón por espoilearles la historia del imperio romano), Claudio, el emperador, decepcionado de todo, nombra heredero a su hijastro Nerón (el que incendiaría Roma) y dice: "Que toda la ponzoña que acecha en el fango salga a la superficie".

Esa frase, que se volvió cotidiana en mi familia para tomar con humor situaciones de desastre inevitable, se hace realidad en la Unión Europea dos mil años después de C. (Claudio). Veamos:

La Unión Europea parece tener más de Europea que de Unión. Como diría Orwell, "están todos unidos, pero algunos están más unidos que otres”. No es lo mismo cuando Alemania pide algo que cuando lo piden Grecia o Irlanda. Y, de hecho, varios países ya tienen preparada la sigla para huir. Era Gréxit si se iba Grecia, es Bréxit si se van los británicos y, quién te dice, tal vez un día haya Fréxit, Espéxit, Portéxit, Italéxit, Andorréxit, etceteréxit. No lo sabéxit.

Además, el odio no se queda en Europa, circula por el mundo más rápido que el Covid, y nadie piensa en vacuna alguna. De hecho, hasta hay bandos que pelean entre sí por las vacunas, desde “a ver quién la consigue primero” o “la mía es mejor que la tuya” hasta “si te aplican esa, te volvés comunista” o “si te das la vacuna y comés sandía con vino, te morís” o “esa vacuna te puede dejar sordo, mudo, impotente y alérgico a las cáscaras de frutilla en celo”.

Y, a partir de eso, pelean por cualquier otra cosa: que si la culpa es de los jóvenes, que salen; de los ancianos, "que viven de más"; de los niños, que juegan y juegan, van de paseo y van a la escuela; de los políticos; de los chinos, que son todos iguales, como los políticos; de los rusos, los musulmanes, los judíos, los ciclistas; de los infectólogos, “porque si no descubrían la epidemia, no se hubiera muerto nadie”; de los perros, de las mujeres, de los kirchneristas, etceteréxit.

Incluso se ciernen batallas sobre las palabras, pero no sobre el tono agresivo, o no, de quien las pronuncia -y me parece que la cosa pasa por ahí-.

No nos extrañe que haya una guerra entre les partidaries de la biología y los de la subjetividad. ¡Como si los seres humanos no fuéramos necesariamente las dos cosas! Porque sin biología –o sea, si no nacemos, no comemos, no respiramos, no nos circula sangre, etcétera–, ¡no vivimos! Y sin subjetividad, vivimos, pero no como seres humanos. En fin...

Al inicio de mis monólogos, yo solía decir (hasta la pandemia, claro): "Agradezco a los presentes por venir a escucharme, pues creo que el problema de todes es lograr ser escuchades”. Pero estamos viviendo tiempos donde demasiados hacen demasiado por ser “visibles”, “vistos” o hasta “visualizados”, sin que importe lo que digan, sin escuchar.

Al odio le alcanza con la imagen; el amor, la ternura, el diálogo probablemente necesiten además alguna palabra. Etceteréxit.

Hablando de odios sin sentido, sugiero al lector acompañar esta columna con el video La milonka de la morochka del Kremlin, interpretada por Los Cosacos de Vladimir (RS Positivo, Rudy-Sanz), ubicable en el YouTube de los autores: