¿Cómo puede ser que estos burros nos metieran tres goles en una semifinal?, se preguntan los hinchas de Boca recordando la noche oscura de Villa Belmiro.
¿Cómo puede ser que estos burros nos metieran tres goles en una semifinal?, se preguntan los de River recordando la fatídica noche de Avellaneda que selló su eliminación.
¿Cómo puede ser que nos hayamos tenido que comer esta final espantosa y nosotros no estemos ahí, en el Maracaná?, se preguntan a coro los hinchas de los dos grandes de la Argentina que tuvieron la pésima idea de sentarse frente al televisor en la lluviosa tarde del sábado.
Los de Boca y los de River necesitarán una mirada introspectiva para entender por qué se quedaron afuera de esta final.
Es cierto que River lo pasó por arriba a los paulistas en la revancha, pero la cadena de errores propios en Avellaneda (empezando por las fallas de Armani y la expulsión de Carrascal) fue la que los dejó al margen.
Es cierto que Boca no pasó apremios en el partido de ida y consiguió el resultado que creía conveniente, pero la falta de convicción y de rebeldía (reconocida por los propios jugadores) fue la que determinó el 0 a 3 de la revancha.
En el fondo lo que pasa es que el partido final fue tan chato, tan malo, hubo tan pocas situaciones de gol, hubo tanto miedo, tantos nervios, tantas faltas sistemáticas, tantas interrupciones, tan pocas paredes, tan poco juego asociado, tan poca emoción que resultó aburrido, insoportable, difícil de digerir.
Suele decirse, sin analizar demasiado, que el campeón de la Libertadores es “el mejor de América” , pero vale preguntarse si lo es realmente. ¿Es Palmeiras la máxima expresión del fútbol de estas latitudes? ¿Lo hubiese sido el Santos si le hubiese tocado en la lotería? ¿No son más River y Boca que estos dos equipos? Demasiado tarde para lágrimas.