En tiempos de épicas desteñidas y posibilismos de todo tipo, los nostálgicos de revoluciones no vividas tenemos una tendencia a redimensionar cualquier estímulo rupturista. Hemos salido del cine (en Palermo) con ganas de quemar coches y ajusticiar garcas después de haber visto como el Guasón de Joaquin Phoenix levantaba a las masas en su cruzada vengativa. Pero a los dos días se nos pasó. Nos conformamos con escuchar a Gary Glitter remixado en la lista que nos sugirió Spotify.
La pandemia no venía ofreciendo muchos resquicios para la fantasía revolucionaria, reducida al ínfimo consuelo de contestarle a la vecina cacerolera de enfrente, balcón enrejado de por medio. Hasta que una noticia recorrió el mundo, con más velocidad que aquel fantasma del que hablaba (Karl) Marx: unos cuantos miles de nerds anónimos habían puesto en jaque a los más buitres entre los buitres. Con la lógica de unos Robin Hoods posmodernos, para colmo, como si necesitáramos un suplemento de endorfinas idealistas. Si no entendimos mal, estos pibes (hasta ahi eran “pibes”, casi adolescentes de tik tok) intervenían en la bolsa para desactivar el llamado "short selling", a través del cual grandes fondos de inversión apostaban a la baja de empresas que venían en picada para llevarlas al subsuelo y quedarse con millonarias ganancias en unos pocos días. Nada que no vinieran haciendo con decenas de países, incluido el nuestro. Estos foristas de la plataforma Reddit, usuarios del chat abierto WallStreetBets, se confabularon entonces para apostar todos juntos a la compra de acciones de estas empresas deshauciadas, que de este modo vivieron en las últimas semanas un auténtico canto del cisne. La operatoria amenazaba con llevar a la quiebra a varios buitres.
La noticia venía con un condimento extra, casi un golpe bajo: algunas de las empresas súbitamente revividas en la bolsa, como Blockbuster, ya habían sido rehabilitadas en nuestra conciencia antiimperialista por el simple efecto de la nostalgia. En la grieta "Blockbuster vs Melvin Capital" no había lugar para los tibios. Estos chicos que en un rapto de genialidad propiciaron ese salvataje bursátil se vieron investidos de un aura equivalente al de los bolcheviques en la previa de la toma del Palacio de Invierno. Como técnicamente no entendíamos demasiado lo que estaba pasando, acudimos a una frase célebre del viejo Marx para darle al episodio una base filosóficamente acreditada: "el capitalismo lleva en su seno el germen de su propia destrucción".
Pero Marx jamás hubiese imaginado --especulábamos nosotros con una sonrisa levemente cínica-- que el sujeto social de la revolución no estaría encarnado en el proletariado industrial sino en jóvenes al parecer despolitizados, movidos más por una pulsión de resentimiento activo (al estilo de los "luditas" que rompían las máquinas en los comienzos de la Revolución Industrial) que por el sueño de una nueva sociedad sin clases. Chicos asociados a partir de afinidades algorítmicas. Nerds que habían aprendido las mañas de los poderosos y las usaban en su contra. La mística resultante no sería equiparable al descenso de la Sierra Maestra pero bueno, para esta época estaba bien. Tanta marcha, tanta lectura de Gramsci y finalmente la revolución era esto. Ni Toni Negri la vio.
Las primeras reacciones del "sistema" confirmaron lo que ya todos intuíamos: los buitres acudieron desesperados a Wall Street para que los salvara de la quiebra. Porque los neoliberales solo son liberales cuando les conviene. No hay nadie en el mundo más estatista que un capitalista asustado. Así que en un nuevo atentado al libre mercado, Wall Street intervino en la operatoria para restringir la capacidad de daño de los jóvenes revolucionarios. Las acciones de GameStop (una cadena de tiendas de videojuegos estadounidense, auténticos y adorables losers para las nuevas generaciones), que habían sido la vedette del aluvión bursátil, se desplomaron rápidamente.
Un día después se supo que Black Rock, el administrador de activos más grande del mundo (la palabra buitre ya fue usada demasiadas veces en esta nota) también había obtenido una tajada importante de la inversión masiva en GameStop. La jugada en contra de un puñado de gigantes de la especulación no era patrimonio exclusivo de los jóvenes autodenominados "degenerados". El dueño de Tesla, Elon Musk, se sumó a la cruzada revolucionaria. Dijo que en su momento los buitres también habían apostado contra él. Ahi empezamos a desconfiar. Los pibes pidieron refuerzos a otros millones de usuarios de Reddit y las acciones de GameStop volvieron a subir, configurándose un escenario de guerra de guerrillas al estilo vietnamita, con final inesperado.
De este lado de la trinchera, pero culturalmente lejos del teatro de operaciones, el entusiasmo inicial se transformó en confusión. Leningrado se nos mezcló con Silicon Valley, y en la incomprensión de estos fenómenos no nos quedó claro si estos pibes tenían como ídolo al Che Guevara o a Larry Fink (CEO de Black Rock). Parece que habrá que esperar para que el capitalismo termine de desarrollar en su seno de una vez por todas el germen de su propia destrucción. Por las dudas, sigamos con las marchas y con la lectura de Gramsci. Y mientras buscamos nuevas anécdotas para la autosatisfacción (será difícil de superar la alegría burlona vivida durante la breve toma del Capitolio), el pragmatismo nos ofrece una lectura más opaca, paráfrasis de una genialidad de otros tiempos: "los capitalistas son como los gatos. Cuando parece que se pelean, se están reproduciendo".