Arnold Schwarzenegger ya no es invencible. Más allá de las secuelas de Terminator, han pasado ya veinte años desde que protagonizó una película en la que rompió la barrera de los cien millones de dólares de recaudación en las taquillas. Su aparentemente estable vida familiar colapsó de manera similar en 2011, cuando Maria Shriver, su esposa desde 1986, se separó de él al descubrir que había tenido un hijo con la casera. Para la época en que dejó el cargo, su popularidad inicial como gobernador republicano de California –“Governator”– también había caído en picada. Como estrella de acción, político y hombre de familia, Arnie entró en su sexta década de vida contra las cuerdas.
Su inesperada respuesta ha sido reinventarse a sí mismo como actor “serio”, una movida que se confirma con el lanzamiento de Aftermath (que se verá en salas comerciales y a través del sistema on demand), película en la que interpreta a un afligido y eventualmente vengativo padre. Aún más que en su trabajo de bajo perfil en Maggie (2015), donde se encargaba de cuidar a su hija mientras esperaba que se produjera su transformación en una zombie asesina, Schwarzenegger exhibe en Aftermath cierta dulzura, desamparo, varios matices. A los 69 años, finalmente ha aprendido a actuar.
Semejante sutileza no fue necesaria en la pompa del Arnie modelo 1980. La visión del “macho americano” de la primera estrella de Hollywood convertida a la política, Ronald Reagan, estaba en plena sintonía con las películas de pura y descerebrada acción con las que Arnie reinó en esa década. La exhibición de abultados pectorales mientras luchaba con Depredadores, saltaba de un avión en movimiento (Comando) y liquidaba en soledad a todo un casino de mafiosos (Triple identidad) lo hicieron parecer blindado a todo. Hasta Clint Eastwood de pronto pareció viejo, y perdió su corona de rey de la taquilla a manos de Arnold y su compañero de músculos similarmente inflados, Sylvester Stallone.
Schwarzenegger se fijó metas por demás ambiciosas desde que llegó a Estados Unidos en 1968, procedente de su Austria natal; incluso las escribió en fichas como un Gatsby de músculos hiperdesarollados. Luego de ser coronado como el más joven fisicoculturista del certamen Mr. Universo, e ignorando su fuerte acento para triunfar no solo como héroe de acción sino también como estrella de la comedia (en Gemelos, junto a Danny De Vito), la política pareció el inevitable próximo paso en un ascenso irresistible. Incluso se habló de cambiar las leyes para que ese austríaco procedente de un pequeño pueblito pudiera suceder a Reagan como presidente.
Schwarzenegger probó ser un Gobernador de California menos partisano que Reagan, pero también proveyó, de algún modo, una plataforma para el ascenso de Donald Trump. “Hay un gran montón de paralelismos”, señaló al diario Sacramento Bee Sean Walsh, director de comunicaciones de Schwarzenegger. “Buena parte del encanto de Schwarzenegger tiene que ver con los one liners y la frustración de los votantes”. Walter von Henue, su entrenador actoral desde 1996, ayudó a afilar discursos políticos que encajaran con su perfil de estrella, lo que significó que los demócratas fueran ridiculizados como “nenitas”. Aunque en los años ochenta se admiraban mutuamente, el Arnie ex gobernador se convirtió en un mordaz crítico del presidente Trump. Pero Donald ganó la batalla el mes pasado, cuando el actor renunció como su reemplazo en The Celebrity Apprentice luego de solo una temporada.
Mientras tanto, toda una década lejos de los roles protagónicos despojó a Schwarzenegger de su poder. Hubo signos de que su lustre se estaba apagando cuando se convirtió en gobernador; había trabajado en la desastrosa Batman & Robin (Joel Schumacher, 1997), como un Mr. Freeze extremadamente aburrido. El día final (Peter Hyams, 1999) mostró a Arnie terminando el milenio enfrentándose al mismísimo Satán. Su personaje, Jericho Cane, supuestamente era un ex policía alcohólico, pero el rol estaba fuera de sus posibilidades. Uno esperaba que su coprotagonista, el experto en el Método Rod Steiger, lo echara a gritos a mitad de la película. En algo que se convertiría en un patrón: las taquillas ominosamente mediocres de Estados Unidos debían ser compensadas con lo que se recaudara en el resto del mundo. Interpretar a un clon en El sexto día (Roger Spottiswoode, 2000) y un clon de su trabajo en Comando en Daño Colateral (Andrew Davis, 2002) no ayudó en mucho a recomponer su carrera. Solo Terminator 3: La rebelión de las máquinas lo dejó entrar en la oficina de gobierno con la frente alta.
Cuando Schwarzenegger finalmente hizo su regreso con El último desafío (2012), descubrió rápidamente que había estado fatalmente lejos de las salas multiplex durante demasiado tiempo. El director coreano Kim Jee-woon imprimió un estilo de superacción a una trama al estilo A la hora señalada, en la que el sheriff interpretado por Schwarzenegger defiende su pueblo de una banda de narcotraficantes. El rol estaba “especialmente diseñado para un tipo algo quebrado de 63 años”, según le dijo un ejecutivo de la compañía productora Lionsgate a Deadline; Jee-woon vio una nueva “vulnerabilidad” en su estrella, que ahora sugería algo de la cruda dignidad del último John Wayne. Los míseros 12 millones de dólares obtenidos en las boleterías demostraron que eso le importaba a poca gente.
Escape imposible (2013), un film en el que debía realizar la fuga de una cárcel en equipo junto a Stallone, mostró un costado más ligero de Arnie en sus momentos cómicos, pero otra vez necesitó de los fans asiáticos y europeos para conseguir alguna ganancia. Nuevamente solo para encarnar al policía corrupto de Sabotage (2014), la vergonzosa recaudación de 10 millones en Estados Unidos confirmó que el estrellato de Schwarzenegger como héroe de acción estaba terminado. Aun Terminator: Génesis, que fue un éxito de taquilla, fue ampliamente ridiculizada. Interpretar a un androide que aterrizó desde el futuro enfrentado con el Arnie de 1984 ofreció un prospecto más bien limitado para el ex gobernador de sesentaipico.
Maggie exploró una dirección nueva, sombríamente madura. Ahora, Aftermath prueba que Schwarzenegger es serio sobre eso de ponerse serio. En el film interpreta a Roman, un trabajador de la construcción ucraniano-estadounidense cuya esposa e hija embarazada mueren en un accidente de avión. Culpa al controlador de tráfico aéreo, y está determinado a obtener venganza. Pero Roman no es un tipo duro con un rifle de asalto en la mano. Se lo ve al comienzo en la ducha, un Arnie de 68 calendarios que luce muy lejano a lo superhumano. Tiene un andar pesado, de trabajador con años en su espalda, y al enterarse de la muerte de su familia se muestra enojado de un modo cortés e indefenso. Por qué tomar este personaje, y por qué no lo había hecho antes, es algo que el director británico Elliott Lester preguntó en su primer encuentro. “Estaba tan ocupado en ser la mayor estrella de acción del mundo, y luego Gobernador, que eso no estaba en mí”, confesó Schwarzenegger.
“En términos de habilidad cruda como actor, cuando estaba haciendo esos grandes personajes de acción y cobrando 30 millones, las heridas de guerra aún no estaban allí”, dice Lester. “Creo que debés tener cierto nivel de daño para ser capaz de hacer esto. Aunque él probablemente diga que no tiene ningún daño. Pero yo vi en él una sensibilidad. Con todo el éxito que ha tenido, a lo largo del camino ha recibido algunos golpes”. Lester sabía que estaba llevando a su protagonista a un territorio nuevo. “Con Arnold viene un montón de equipaje. No puedo ignorar lo que ha hecho en el pasado. Pero estaba trabajando con Arnold Schwarzenegger, el actor de un pequeño pueblito austríaco. No estaba trabajando con Arnold Schwarzenegger de Bel Air. No es el que conocí. He trabajado con gente como Mark Rylance, y descubrí que Arnold puede ser tan profesional, y aplicarse tanto al estudio, como cualquiera de los otros tipos”.
El acento obstinadamente intacto de Schwarzenegger sugiere aquí a un hombre que aún es un forastero en Estados Unidos. “Cien por ciento”, afirma Lester de modo enfático. “Y él ha sido ese hombre que es Roman: Arnold supo ser albañil de paredes”. Estas raíces de hombre ordinario resurgieron en el set, y en su performance actoral. “Descubrí que Arnold es increíblemente sencillo, muy simple en sus gustos. Estábamos filmando en Columbus, Ohio, y él quería ir a comer salchichas alemanas y papas. Y un día que estábamos filmando en la parte más pobre del pueblo, fue a comprar a la sección de ofertas de un almacén. Esa es la clase de persona que es”, dice el director. Cuando terminó el rodaje, sin embargo, Lester vio a Schwarzenegger haciendo campaña por John Kasich en las primarias presidenciales. “Había aviones privados, una veintena de guardias de seguridad, todo un convoy. El atravesó dos mundos, pero fue la misma persona en ambos”.
Walter von Huene, su entrenador actoral ocasional, tuvo quizás una importancia renovada en el set de filmación. “Walter ha estado en su vida durante veinte años”, explica Lester sobre ese rol no demasiado visible. “Juntos atravesaron todos los ritmos emocionales, y leyeron el guión seis o siete veces al día, una y otra vez. Walter también habla alemán, y ocasionalmente ladraba alguna palabra, pero siempre chequeaban todo conmigo. Al terminar y volver al trailer, se sentaban y jugaban al ajedrez”. Lester compara la ética de trabajo que vio en el Arnie actor con su devoción como fisicoculturista por las repeticiones de ejercicios. “El ensayó un giro asombroso en Maggie”, reflexiona el director. “Sería buenísimo que, a medida que envejece, hiciera películas como Los Imperdonables o Gran Torino. Sé que acaba de hacer una comedia, Why We’re Killing Gunther.”
Quizá sea demasiado tarde para esa clase de segundo acto. El modelo para la longevidad en Hollywood, Clint Eastwood, fue construyendo ese rango amplio en la interpretación de roles casi desde el principio. “Depende de cómo reaccione la gente a estas películas”, concluye Lester, reflexionando sobre el compromiso de Schwarzenegger a dejar atrás el género de acción. “No sé si los fanáticos de Terminator necesariamente vayan a apreciar Aftermath, que es una película muy tranquila, íntima. Pero Arnold es muy consciente de sí mismo. Y creo que él sabe que es físicamente muy difícil hacer lo que hizo en Terminator cuando tenés 70 años”.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.