En esta época de escuela itinerante, docentes apaleados y un gobierno que ningunea su paritaria, la historia del profesor desaparecido Eduardo Requena tiene una vigencia extraordinaria. Amaba dar clase, pero también jugar al fútbol y practicar atletismo. Es uno de los tantos militantes que secuestró la última dictadura, del que nunca más se supo nada. En su Villa María natal, salió campeón de Primera cuatro años en forma consecutiva con el club River local. Era defensor, back izquierdo como se decía en los años 50-60. También se había destacado en carreras con vallas y salto en alto. En el ex predio del centro clandestino de detención La Perla, hoy lleva su nombre el Centro Educativo en Derechos Humanos. También una calle de su ciudad y una escuela de la capital provincial. Dirigente gremial y fundador de la Ctera, el Gallego –como le decían– nació en 1938 y se crió en el barrio Almirante Brown. Desde pibe siempre se repartió entre sus dos pasiones: la educación y el deporte.
Requena es uno de los 600 docentes desaparecidos, de los cuales 33 son de su provincia. El 23 de julio de 1976, un grupo de tareas lo secuestró del bar Miracles, ubicado a pocos metros de la plaza Colón, en la capital de Córdoba. Lo estaban esperando. Él sabía que lo buscaban. El profesor de historia y geografía era para entonces un militante gremial a tiempo completo. Participó como delegado en el congreso unificador docente del 11 de septiembre de 1973, donde nació la CTERA. Ese día de sensaciones contrapuestas –los militares chilenos liderados por Pinochet derrocaban a Salvador Allende– Eduardo se pronunció a favor de la unión de unos 140 sindicatos. El maestro y dirigente socialista Alfredo Bravo –otro detenido desaparecido pero que recobraría su libertad en 1979– redactó el primer comunicado de la Ctera en repudio al golpe en Chile.
En Villa María, el Gallego había dado sus primeros pasos en el sindicalismo. Sus ideas de izquierda no lo encorsetaban en ningún partido. Los compañeros de la militancia y el deporte lo recuerdan de la misma manera. Como un hombre solidario, leal, comprometido y de firmes convicciones políticas. Requena estaba hecho de una sola madera. La más noble. Su etapa como atleta y futbolista la investigó un periodista nacido en su misma ciudad: Gustavo Ferradans. Hoy integra la cooperativa Comunicar que publica El diario, un medio local que se autogestiona desde el 13 de diciembre de 2001. El colega recuerda: “Eduardo era amigo de mi papá. Yo conservo un vago recuerdo de él, porque tenía apenas ocho años. Mi padre también fue detenido tras el golpe de estado, pero lo liberaron después de un año preso”.
Los orígenes deportivos de Requena coinciden con el atletismo, donde sobresalía. Acaso por sus condiciones y otro tanto por su entrenador –Guillermo Evaristo Evans, quien compitió en los Juegos Olímpicos de Londres en 1948– el joven de Villa María se perfilaba como un interesante proyecto de corredor-saltador. En los Juegos Evita representó a Córdoba en 1953 y 1954. Fue campeón argentino en la especialidad de 64 metros con vallas – distancia que existe en las categorías menores– y subcampeón de salto en alto. Pero su pasión por el fútbol pudo más. Lo prueban las distintas fotografías donde aparece posando en varios de los equipos que integró. Siempre en River, el club del que nunca se quiso ir y donde permaneció hasta 1965, cuando se retiró definitivamente.
“…Eduardo jugó desde los 12 hasta los 27 años. Y dejó para dedicarse a sus actividades gremiales. El nunca quiso jugar en otro club que no fuera el de su barrio, el Almirante Brown”, le contó su hermano Mario Requena al periodista Ferradans en un detallado artículo de 2008. También elaboró una teoría sobre el perfil de futbolista que tenía Eduardo, basada en su pasado como atleta. “Jugó en distintos puestos de la defensa. Tenía velocidad para la marca. Es probable que esto sea así porque había practicado atletismo desde los 13 años junto a Guillermo Evans”, completó Mario.
De aquella nota se desprende que Requena debutó a los quince años en la selección de fútbol de Villa María. Fue en un amistoso contra Tigre. Su compañero de equipo Omar Cacho Ermácora recuerda que “como futbolista era un crack, un gran defensor. Una luz defendiendo, muy ligero. Era diestro, pero jugaba por el sector izquierdo…” Salió campeón con River cuatro temporadas consecutivas, entre 1959 y 1962.
Cuando en marzo pasado se inauguró en La Perla el Centro Educativo en Derechos Humanos Eduardo Requena, los alumnos de la escuela que lleva su nombre, del barrio Ituzaingó en la capital provincial, cerraron la jornada de homenaje con un partido de fútbol. No podía ser de otra manera. En el acto estuvo su compañera de la vida Soledad García, también una histórica dirigente docente. Con el Gallego se conocieron en la época del Cordobazo, cuando él llegó a la capital desde Villa María. “Nos vinculamos por la actividad sindical. Estuvimos siete u ocho años juntos. El 9 de marzo del 76 a mí me detuvieron y el 22 me pasaron a la Unidad Penitenciaria 1. El día antes del golpe, una compañera del gremio, Blanca Claudina Díaz, me trajo un mensaje de Eduardo escrito en papel. Ella lo escondió en su peinado, de esos que se usaban en la época, como armados. La nota decía: ‘Estamos peleando por tu libertad, como antes por tu vida’. Lo conservé un tiempo largo hasta que lo perdí en una requisa. A mí me liberaron después de cuatro años y medio”, le cuenta hoy a este cronista desde Córdoba.
Requena no tuvo hijos. Dos de sus tres hermanos también se vincularon con el fútbol. Miguel fue arquero de Huracán Las Heras de Mendoza y Mario es director técnico en Villa María. La hermana menor Silvina buscó siempre a Eduardo por todos los lugares posibles. La familia sabe que fue conducido a La Perla donde lo fusilaron. Presume por el testimonio de sobrevivientes que en los primeros días de agosto del 76. Su compañero de militancia Daniel “Renolito” Carrasco salvó su vida de milagro. Suele contar que fue gracias al back izquierdo del River cordobés. El profesor-futbolista, rápido de reflejos –así como era adentro de una cancha–, ignoró su presencia en el bar Miracles con un gesto cómplice. La patota no se percató cuando ya lo tenía maniatado. El ex trabajador de Renault (de ahí su apodo) nunca dejará de agradecérselo.