La temporada oficial 2020 fue una de más las breves de la historia del fútbol argentino. De enero de ese año a enero de 2021 abarcó apenas 21 fechas: siete por la Superliga, uno por la trunca Copa de la Superliga, los once de la Copa Diego Armando Maradona y las dos finales entre Boca-Banfield y Rosario Central-Vélez. Sin embargo, la pulsión de los dirigentes por ejecutar directores técnicos prosiguió intacta: en el mismo lapso, 16 de los 24 equipos de Primera A cambiaron de entrenadores. Sólo Marcelo Gallardo (River), Miguel Angel Russo (Boca), Israel Damonte (Huracán), Luis Zubeldía (Lanús), Sergio Rondina (Arsenal), Frank Darío Kudelka (Newell's), Eduardo Domínguez (Colón) y Alexander Medina (Talleres) retuvieron sus cargos. El resto fue barrido con la misma urgencia de siempre.

Ni siquiera la amabilidad de la Copa Maradona en medio de la pandemia, sin descensos, sin promedios y sin público en las tribunas, contribuyó a hacer más estable la vida de los técnicos. Luego de la misma, nueve clubes cambiaron sus entrenadores: Juan Antonio Pizzi llegó a Racing en lugar de Sebastián Beccacece, Julio Falcioni a Independiente por Lucas Pusineri, Diego Dabove a San Lorenzo por Mariano Soso, Ricardo Zielinski a Estudiantes por Pablo Quatrocchi quien había asumido un interinato en reemplazo de Leandro Desábato, Omar de Felippe en Atlético Tucumán por el propio Zielinski, Sergio Coleoni en Central Córdoba de Santiago del Estero por Alexis Ferrero, Sebastián Méndez a Godoy Cruz por Diego Martínez y Fernando Gago a Aldosivi por Guilermo Hoyos. 

Queda claro que el único proyecto en pie es el de ganar el próximo partido. Y que ese resultado, más que una posibilidad deportiva, sigue siendo cada vez más una necesidad industrial detrás de la cual se encolumna y subordina todo lo demás. Los mismos dirigentes que decidieron quitarse presiones de encima y jugar la Copa Maradona con juveniles para aligerar presupuestos y crear nuevas oportunidades de negocios, terminaron sometiendo a esos juveniles y a sus entrenadores al mismo brutal gana-pierde de antes. Sin paciencia para sostener proyectos o apuestas, nunca frenaron la marcha de la picadora de carne. Y ahí adentro los tiraron a todos. A los chicos que estaban surgiendo y a los técnicos que hicieron lo que pudieron hasta que el mecanismo se los terminó devorando enteros.

Sería un pecado de ingenuidad pretender o suponer que algún día esto habrá de cambiar. El fútbol es así de impiadoso y a nadie le preocupa demasiado modificarlo. Mucho menos en la temporada 2021. Que promete ser bastante más larga que la de 2020 (no menor a 39 partidos entre las competencias de los dos semestres) y en la que los puntos que se ganen o pierdan, aplicarán para la tabla de promedios que volverá a regir en 2022. En ese contexto, los técnicos volverán a ser el primer fusible que salte ante los malos resultados o los objetivos incumplidos. El problema es que ese fusible salta cada vez más pronto. Y nadie se apiada de ellos.