Hay un lugar cerca del árbol inclinado por los vientos, donde en los días de cielo abierto y pequeñas nubes, la pampa se ve hacia el final de la calle como el mar que es, y el pueblo entero parece un barco mecido por oleadas de espigas buscando en vértigo una línea costera que se posterga al infinito. En ese lugar, a dos cuadras de las vías tiradas por los Irlandeses, todo comenzó o todo terminó el 16 de Mayo del año 1937, cuando apareció muerto de peleas Tadeo Juárez.

Juárez cubierto de verdín, parecía entre los pastos brillantes, un muerto viejo, trabajado durante la noche por esa herrumbre salitrosa de aquellas tierras. Años antes,Tadeo Juárez se había alzado contra la línea Rosario-Río Cuarto del ferrocarril. Criado como mensual, hijo de criollo y una parte sangre de pampa, logró embestir en malones empobrecidos el avance de lo que llamaba el progreso. Juárez mismo había sido empleado de los Irlandeses, hasta que un intercambio de palabras con el capataz por el manejo de una llave california, le torció el destino. 

Aquel mismo día decidió ser el último guerrero de su raza perdida y de la pampa virgen toda. No le costó juntar una veintena de hombres mal dispuestos a los nuevos tiempos, para saquear las estaciones nuevas que se iban construyendo. La gerencia del ferrocarril, puntual, recurrió a Paul Williamson y sus hombres, fusileros de Northumberland, veteranos de la gran guerra, al servicio por esa época en el país. Baste decir aquí que la contienda fue menor, dos o tres escaramuzas leves, sin muertos ni heridos, ganada en pocas semanas por Williamson.

A pedido de la Gerencia, Williamson buscó dialogar con Tadeo Juárez antes del enfrentamiento, Juárez al principio receloso, sin embargo aceptó. El encuentro fue en las afueras de Pujato, donde un periodista o escritor del lugar, al servicio del Ferrocarril, registró parte del diálogo que tuvieron. “Los dos a caballo habrán hablado media hora, apartados. Era un mediodía de viento pampero de los duros, después del recio temporal, las ráfagas nos traían las palabras por oleadas: "...en el futuro esas máquinas como su tren van a cambiar mi pampa, hasta los caballos serán inútiles…", "el futuro llegó hace mucho Juárez, empezó antes de la gran guerra, un gas parecido al del tren, mata miles en unas horas, usted es el pasado, usted y sus costumbres son solo un reflejo, venga y trabaja con nosotros, no se haga matar por una discusión de alambrados".

--Mátenme ahora mismo muentado en mi zaino si se anima --dijo secamente envalentonado Juárez. 

--Tal vez eso hagamos al final --pedagógicamente explicó el sargento Williamson--, primero buscamos que usted deje de pensar como bárbaro y acepte por decisión (que le parecerá propia en algún momento) aquellas vías por esta llanura, como algunos de sus hombres lo están haciendo ahora. 

--Ver cada horizonte igual y diverso de mi pampa, atravesados por trenes, es ver lo que otros ojos hacen, es lo mismo que morir. 

"Juárez --fue definiendo el Inglés-- esta llanura no es suya, no es tampoco del país, pertenece al mundo, y del mundo, a los que más fuerza tienen y pueden cambiar el pensamiento de millones, con algunas palabras emotivas en los diarios, fíjese sino para que trajimos a este".

El resto de lo hablado no llegó hasta nosotros; Tadeo Juarez dijo unas últimas palabras que dejaron blanco al colorado sargento y nuevamente rojo pero de furia.

Todo lo que sigue es conjetura; de Williamson se supo poco, un dudoso registro de aduana lo hacía en Europa desde el año 35, otros lo daban por muerto en la segunda batalla de El Alamein en el 42, y refieren una rara herida vieja, de boleadoras, en su brazo izquierdo. 

A Tadeo Juárez, pocos lo recordaban, unos decían que escapó del brazo de los fusileros y que se escondía a plena luz del día trabajando de mensual, otros habían escuchado por la zona de Junín a un tal Suárez, que por las noches decía en sueños “el mundo es de quien lo vive, no es de naides y es de cada uno, te mandan a vos los juertes, fíjate gringo si te animas en la de a pie”.

 

Tadeo Juárez tenía en su cara de muerto viejo una sonrisa, en la mano derecha las tres marías, y un tajo que lo abría de lado a lado por la altura del ombligo. Entre sus ropas, nada de valor, hacia un costado, bajo el árbol inclinado por los vientos, como en un ensueño, los yuyos dibujaban quemados a un ausente tendido con el sable de caballería herrumbrado y algunos pelos colorados sobre la empuñadura. 

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