No todo lo que reluce es oro en la era del streaming. Detrás de la posibilidad de acceder a contenidos de gran calidad de cualquier lugar del mundo, a un click de distancia y desde la comodidad del hogar, se esconde una consecuencia no deseada: la eliminación de toda la comunidad artística y técnica que trabaja en las obras audiovisuales. Como nunca antes, los créditos de quienes hacen una película, serie o programa de TV son descartables ante la ansiedad del usuario digital o por la “sobre edición” de los programadores de TV. La costumbre de saber quién fue el director de fotografía de una película, quiénes sus actores o sus autores parece ser otro hábito arrasado en épocas donde mantener la atención del espectador no solo es consecuencia de la creatividad del contenido sino también de un continuado permanente de efectos. En la nueva era no hay lugar para “tiempos muertos”. Y tampoco –parece- para quienes trabajan en esas obras de las que tanto se habla. Son los "sin nombre" de los actuales tiempos.
Programas que no tienen autores ni directores. Tampoco productores, vestuaristas ni iluminadores. Se realizan como por arte de magia. Ciclos que terminan y abruptamente comienza el siguiente, no solo sin tanda comercial en el medio sino hasta sin placa que actúe como separador. El televidente tiene que estar muy atento para darse cuenta de que el programa que estaba viendo terminó y que comenzó el que le sigue. En la televisión de la pandemia el tiempo es más tirano que nunca. No hay espacio para respirar ni pensar. Atrás quedaron los años en los que se veía “la novela de Migré”, “el ciclo de Alejandro Doria”, la nueva de “la dupla Mario Segade y Gustavo Belatti” o “la última de Damián Szifron”. Si hace un tiempo las personas le dejaron paso a las productoras (“la de Polka” o “la de Underground”), el streaming amenaza con instalar un nuevo estadío en la gente: uno en el que se habla de “la de Netflix”, “la que acaba de subir Amazon”, “la que está en HBO” o “la que se puede ver en Disney Plus”. En la era de las plataformas, corporación “mata” personas.
Si mantener la atención fue siempre un objetivo de cualquier expresión artística, el mundo digital parece haber encontrado en sus herramientas la posibilidad de eliminar un aspecto que formaba parte de la vida cotidiana: aburrir. No hay tiempo para la calma. Todo es ya, ahora, en este instante. La era del streaming y de sus grandes series es, también, la del sobreconsumo audiovisual. El “Ello” freudiano audiovisual encontró en las plataformas y en el consumo audiovisual digital al ecosistema ideal para su desarrollo. El homo videns es el nuevo y definitivo sujeto. Somos lo que vemos a través de las pantallas. O lo que los algoritmos nos llevan a ver.
El consumo maratónico y en continuado, conocido en el mundo entero como “binge-watching”, se incrementa año tras año. Según los datos recogidos por la consultora Ampere Consumer correspondientes al tercer trimestre de 2020, Argentina ya se ubica en el tercer lugar en el mundo de usuarios que miran en forma maratónica episodios de un mismo programa: el ranking lo encabeza China (68% de los usuarios tienen ese comportamiento), lo sigue Estados Unidos (67%) y luego Argentina y México (66%) completan el podio. El primer y el tercer mundo comparten costumbre. O al menos lo hacen quienes tienen capacidad de acceder a internet y a plataformas pagas. Que no son pocos, aunque tampoco son los más.
Esa nueva manera de ver series y películas, tan voraz como agotadora, no es gratuita. Tiene su costo artístico. Los recursos de “saltar intro” u “omitir intro”, que permiten el maratoneo, atenta contra la posibilidad de disfrutar las “aperturas” de las series, muchas de las cuales son verdaderas obras de arte. ¿Qué sería de Los Soprano sin esa secuencia apertura de Tony conduciendo su auto por las calles de Nueva York hasta su casa en Nueva Jersey, con Wok Up This Morning de Alabama 3 sonando de fondo? ¿O la apertura de Los Simpson con un final distinto en cada episodio? ¿O la secuencia de apertura de The Wire, que se modifica en cada nueva temporada? ¿Qué hubiera sido de X-Files sin la música compuesta por Mark Snow para la apertura y los créditos sin posibilidad de escucharla? ¿Se puede imaginar Twin peaks sin la melancólica guitarra de Angelo Badalamenti acompañando distintos lugares de ese terrorífico pueblo? Todas esas piezas únicas, que completan las obras audiovisuales de esas series, tal vez no se hubieran apreciado en su dimensión con las herramientas digitales que hoy las plataformas ponen a disposición de los usuarios.
Otro daño -“colateral” para algunos, “fundamental” para otros- lo marca el “countdown” automático que aparece sin pedir permiso al finalizar cada capítulo y que dice que “el próximo episodio comienza en 10 segundos”, y que le da “play” al siguiente capítulo por defecto. En ese caso, ese recurso atenta contra la pérdida del hábito de ver de todo el personal artístico y técnico que hicieron con su trabajo cada episodio. A excepción del director, autor principal y elenco protagonista, hay una numerosa cantidad de trabajadores que corren el riesgo de quedar invisibilizados en la era digital. Los derechos de propiedad intelectual no solo están en peligro por la falta de regulación a las poderosas plataformas, sino también porque directamente se cercenan los créditos y títulos. “Omitir Intro” o “Saltar Intro” es la nueva y deseada herramienta para los ansiosos pero también el certificado de defunción para los trabajadores que se esconden detrás de las historias. Si no se ve, no existen.
Acompañando esa lógica, la TV abierta -que carece de presentación o títulos finales de los ciclos- sumó a su pantalla el vicio del olvido. Aunque sin los recursos digitales de las plataformas, la pantalla chica argentina empezó a utilizar sus propias posibilidades para evitar caer en “tiempos muertos”. A la mutilación de los títulos finales de las (pocas) ficciones que se emiten, ya sea la reposición de Atreverse, Monzón o cualquier otra, se le suma en los programas en vivo- a los que la crisis y la competencia digital condenó a la TV abierta- el absurdo e ilegible zócalo a toda velocidad en el que se “cumple” con nombrar a todos los que participan. Un recurso tan vacuo y desinteresado que no hace más que subrayar la despersonalización que sufre la pantalla chica desde que el rating y el streaming se complotaron sin saberlo. La “familia televisiva” ya no es lo que era. Se empezó a desconocer a algunos de sus miembros.