La Revolución de las viejas fue diseminándose a lo largo y lo ancho del territorio, con experiencias variopintas pero con la decisión tajante de convertirse en sujetos políticos del mundo que viene. Marcela Gaspari vive en Mar del Plata, cuando vio el video por primera vez tenía 53 años, si bien se sentía plena en muchos aspectos de la vida había algo que la angustiaba especialmente y eran los cambios que sentía a nivel corporal en una época en la que prevalecen los valores asociados a la eterna juventud. “Ser viejas es sinónimo de lo feo, de lo inútil, de lo pasivo. Convirtiéndonos en un estorbo que la sociedad descarta. Ví el video de Gabriela contando esto mismo, demaquillándose, diciendo que estaba próxima a convertirse en una vieja y que le quedan un montón de años de vida. Me interpeló profundamente”. Ella es psicóloga y se pregunta “¿Por qué una vieja no puede pensar en una revolución? Nos dicen que la vejez es el tiempo del descanso, si no nos gusta el modelo de vejez no podemos descansar nada, tenemos que transformarlo todo. Su iniciativa fue una invitación a una aventura que empezó con el formato de un grupo de Facebook: nos empezamos a contar historias atravesadas por la opresión, el patriarcado y la desigualdad. Cada una ya había pasado individualmente por una revolución pero ahora teníamos que ir por más”.
El último 8 de Marzo en Mar del Plata las viejas se habían encontrado en la calle con ansias de empezar a pensar proyectos y de ocupar la calle: “La pandemia nos planchó, porque había muchas compañeras que estaban dentro del grupo de riesgo y tenían que cuidarse. Entonces empezamos a aprender cómo reunirnos de manera virtual y nos propusimos hacer una capacitación en materia de feminismo. Lo que nos pasaba era que manejábamos algunos términos pero no teníamos profundidad en lo que es el patriarcado, el machismo, la diversidad sexual, estereotipos de género y el sistema binario. Fue maravilloso, había quienes tenían años de militancia y otras que no”
El 31 de Octubre de 2020 se realizó el Primer Encuentro Nacional de la Revolución de las Viejas, los ejes que se trabajaron fueron el edadismo, la autonomía del cuerpo en todas las etapas de la vida y la cuestión de las viviendas colaborativas. Sandra Buccafusca tiene 55 años y es socióloga, dice que su profesión hizo que la curiosidad le latiera todo el tiempo y si bien venía pensando cosas en relación a la vejez, Cerruti dijo algo que tenía que ser dicho: “Lo estaba diciendo desde el campo de la política. Una cosa es que las minas lo hablaramos entre nosotras, que incluso sea un tema presente en la academia, hay mucho escrito y mucha bibliografía, pero lo que faltaba era pensar en políticas públicas que es lo que nosotras estamos reclamando. Y yo dije: quiero estar ahí”.
Según Sandra hay un imaginario muy enquistado que adosa la menopausia a la imposibilidad del goce: “la sociedad te deserotiza, te volvés invisible frente a la mirada de les otres”. Sandra además forma parte de un colectivo llamado “Mujeres sin corset” en donde uno de los ejes que trabajan es la deconstrucción del amor romántico: “Para muchas mujeres eso fue un golpazo, lo primero que hicimos fue traer a la memoria las novelas que veíamos cuando éramos chicas y las canciones que escuchábamos. Hay que tener en cuenta que somos minas que tuvimos nuestra adolescencia en dictadura, fuimos criadas en el silencio. Entonces, de alguna manera se juntan silencios de distinto orden”.
Liliana Urbina tiene 57 años, es de San Luis, se sumó al colectivo un tiempo después de la viralización del video. Su campo de trabajo es la salud mental, allí encontró una analogía entre la institucionalización de la locura y la institucionalización de la longevidad, el manicomio en un caso y el geriatrico en otro: “Cuando hablo de institucionalización no hablo solamente de la institución geriátrica sino de un sistema de ideas y creencias en torno a la vejez. A partir de eso la estigmatización produce discriminación en ambos casos, claro que estamos hablando de grupos poblacionales bien diferentes”. Al momento de imaginar alternativas a las instituciones aparece el escenario de las casas colaborativas y comunitarias. “Partimos de la base de empezar por el deseo de la persona y del respeto a la autodeterminación. Nosotres queremos decidir en dónde, cómo y con quién envejecer. Hay muchas maneras de organización a través de la sociedad civil, como cooperativas o mutuales pero no puede ser sólo eso, tiene que haber un acompañamiento del Estado para nivelar en ese escenario en donde hay alguien que por limitaciones socioeconómicas no puede acceder a un derecho. Si decimos que les viejes tienen derecho a decidir dónde, cómo y con quién quieren transitar esta etapa de la vida, entonces son todes les viejes, no sólo quienes pueden solventarlo económicamente”
Las viejas de la revolución han tomado las vivencias de los pueblos originarios y hoy levantan la bandera del buen vivir. Allí se produce la costura de hilos ajustados entre individuos, la comunidad y el ambiente: “Tomamos el buen vivir porque consideramos que esta interrelación es un conocimiento que por mucho tiempo ha sido dejado de lado”, concluye Liliana.