Jimmy, hay demasiado que pensar sobre ti y muchísimo más que sentir. La dificultad estriba en que tu vida no se presta al resumen, siempre ha sido así, y en cambio invita a la contemplación. Como muchos de los que nos hemos quedado aquí, yo creía conocerte. Ahora descubro que, en tu compañía, a quien conocía era a mí.  Ese es el regalo extraordinario de tu arte y tu amistad: nos entregaste a nosotros mismos para que nos pensáramos y nos cuidáramos. Somos como Hall Montana cuando ve cantar a su hermano con asombro renovado, sabiendo que la canción que cantaba éramos nosotros, que él somos nosotros. 

Nunca he oído de tus labios una sola orden; sin embargo, las cosas que me pedías, los retos que me planteabas, no podían prestarse a confusión, aunque no fueran impuestos: que trabajara y pensara dando lo mejor de mí, que mantuviera unos principios morales sin olvidar que siempre debían apoyarse en la misericordia, que recordara que "el mundo está ante mí y no hay necesidad alguna de tomarlo o dejarlo según lo encontré hecho cuando llegué a él".

Bueno, a tu lado siempre era Navidad y, como para recordar un aspecto de esa época del año, no te olvidabas de hacer al menos tres regalos. Tú me has entregado una lengua donde morar, un regalo tan perfecto que tengo la impresión de haberlo inventado por mí misma. Llevo tanto tiempo pensando tus ideas, habladas y escritas, que he llegado a creerlas mías. Llevo tanto tiempo viendo el mundo con tus ojos que he llegado a creer que esa visión clara, tan clara, era la mía. Ahora incluso, aquí incluso, te necesito para que me digas qué siento y cómo expresarlo. Por eso he revisado con atención (una vez más) las 6895 páginas de tu obra publicada para reconocer la deuda y agradecer tus méritos.

Para mí nadie ha poseído o habitado el lenguaje como tú. Tú has convertido el inglés americano en algo genuino, en algo de verdad internacional. Tú has sacado a la luz sus secretos y lo has remodelado hasta hacerlo auténticamente moderno, dialógico, representativo y humano. Tú lo has despojado de su comodidad, de su falso desahogo, de su ilusoria inocencia, su subterfugio y su hipocresía. Y en lugar de tortuosidad has dejado claridad, en lugar de mentiras mullidas y rollizas ha quedado un poder magro y definido. En lugar de la insinceridad intelectual y lo que denominabas "exasperantes egocentrismos" nos has legado una verdad sin ornamentos. Tú has sustituido los tópicos torpes por una elegancia íntegra. Tú has penetrado en ese territorio prohibido y lo has descolonizado, le has "arrebatado la joya de su ingenuidad" y has abierto sus puertas a los negros, de modo que siguiendo tu estela pudiéramos entrar en él, ocuparlo y reestructurarlo para que pudiera albergar nuestra compleja pasión. No nuestras vanidades, sino nuestra belleza intrincada, difícil y exigente; nuestro conocimiento trágico y obstinado; nuestra realidad vivida; nuestra imaginación clásica e impecable. Y mientras te negabas a dejarte "definir por una lengua que nunca ha sido capaz de reconocernos". En tus manos, la lengua volvía a ser hermosa. En tus manos, veíamos cómo debía ser: ni exangüe ni sangrienta y, sin embargo, viva.

Hubo quien se enfureció. Quienes vieron la pobreza de su imaginación en el espejo espía que les ponías delante se lanzaban contra él, trataban de reducirlo a fragmentos que a continuación pudieran clasificar y calificar; trataban de deshacerse de las esquirlas en las que seguían apareciendo tu imagen y la suya, encerradas pero listas para alzarse. Al fin y al cabo, eres artista, y aquí al artista se le prohibe hacer carrera, el artista sólo tiene derecho al "éxito" comercial. No obstante, los miles y miles de personas que se han solidarizado con tus textos y se han permitido escuchar tu lengua, se han ennoblecido solo con ese simple gesto, se han revelado; se han civilizado.

Tu segundo regalo ha sido tu valor, que nos has permitido compartir. El valor de quien podía entrar como forastero en la aldea y convertir las distancias entre las gentes en intimidad con el mundo entero; el valor de comprender esa experiencia de formas que hacían de ella una revelación personal para cada uno de nosotros. Eres tú el que nos ha dado el valor de apropiarnos de una geografía ajena, hostil y totalmente blanca, porque habías descubierto que "este mundo ha dejado de ser blanco y nunca volverá a serlo". 

El tercer regalo ha resultado difícil de comprender y aún más difícil de aceptar. Ha sido tu ternura. Una ternura tan delicada que me parecía que no podía durar, pero ha durado, y ha acabado por envolverme. En pleno accedo de rabia me dio unos golpecitos igual que la criatura del vientre de Tish: "Como un susurro en un lugar repleto, algo tan leve y definido como una telaraña me golpea bajo las costillas y deja pasmado de asombro mi corazón."

La tuya ha sido una ternura, una vulnerabilidad, que lo pedía todo, que lo esperaba todo y que, cual Merlín del mundo, nos ofrecía medios y formas de cristalizar. Supongo que por eso siempre he sido un poco más educada en tu presencia, más lista, más capaz, deseosa de ser digna del amor que prodigabas, y de tener la firmeza necesaria para ser testigo del dolor del que habías sido testigo tú, el dolor que habías soportado con entereza mientras te partía el alma; deseosa de tener la suficiente generosidad para unir tu sonrisa a una de las mías y la suficiente temeridad para zambullirme en esa risa con la que te reías y compartirla. Porque nuestra alegría y nuestra risa no sólo eran adecuadas, eran precisas. 

Lo sabías ¿verdad? ¿Sabías lo mucho que necesitaba tu lenguaje y la mente que le daba forma? ¿Sabías lo mucho que dependía de tu tenaz coraje para que domara la jungla por mí? ¿Sabías lo mucho que me fortalecía la certeza de que jamás me harías daño? Lo sabías, ¿verdad? ¿Sabías cómo amaba tu amor? Lo sabías. Por eso, esto no es una calamnidad. no. Esto es una celebración. "Nuestra corona -decías- ya está comprada y pagada. Lo único que tenemos que hacer -decías- es llevarla".

Y la llevamos, Jimmy. Tú nos has coronado.


Texto leído en la Catedral de San Juan, el Divino, Nueva York, 8 de diciembre de 1987, una semana después de que James Baldwin muriera en Francia. Está incluido en el volumen La fuente de la autoestima, de Toni Morrison, que Lumen acaba de publicar.