Fragmentos de una mujer encierra una paradoja: es una buena película tremendamente difícil de recomendar. Bien filmada, bien actuada, la más vista en Netflix por estos días, mimada en el Festival de Venecia, producida por Martin Scorsese, es una posible candidata al Oscar en la que casi todo el mundo hace con destreza lo que le toca. Puede ser presentada a partir de su gran logro: narrar una muerte perinatal sin golpes bajos. No es difícil encontrarse con espectadoras que cuentan que se les volvió imposible verla de un tirón, tuvieron que dosificarla en cuotas. Otras cuentan que empezaron viéndola en el sillón y terminaron en cuclillas frente a la pantalla.

El argumento gira en torno a la muerte de una bebé a pocos minutos de su nacimiento y muestra cómo su madre (Martha) y su padre (Sean) lidian con el duelo durante los meses posteriores. ¿A quiénes les habla el director húngaro Kornél Mundruczó (White God, Jupiter's Moon), con su primera película en lengua inglesa? Pero sobre todo cabe una pregunta: ¿Qué justificación encuentra el plano secuencia (sin cortes) de casi 25 minutos durante los cuales se exponen los estados por los que van pasando la pareja y la partera, desconocida para ellxs porque llega en reemplazo de la elegida? Personajes y espectadorxs atraviesan los nervios, las expectativa, los chistes, la conmoción, el dolor físico y después la desesperación.

Después de la introducción, cada secuencia es precedida por una fecha y un plano general del Río que cruza la ciudad en la que viven, Boston. Los meses pasan, pero ni el paisaje urbano ni el emocional cambian demasiado. Toda la película podría verse como una serie de variaciones sobre el tema del invierno, con diferentes tonos de blanco y gris. Nieve, cenizas, niebla. Ella es una chica bien y él, un obrero de la construcción. Sabemos bastante poco de Martha, interpretada por Vanessa Kirby (la joven princesa Margarita en la serie The Crown). Apenas se muestra que trabaja en una empresa en un rascacielos de vidrio. Sabemos que tiene su propia oficia y que decide volver a ella a pocos días del parto. Pero no mucho más. (¿No es curioso que en una película en la que se pone tanto esfuerzo en trazar un retrato íntimo de sus personajes no haya alusiones a sus intereses anteriores o por fuera del duelo?).

La película, escrita en base a experiencias autobiográficas del director y la guionista Kata Wéber -que son pareja en la vida real-, muestra cómo Martha se vuelve casi muda y soporta cada conversación con un malestar diplomático. No hay redes para acompañar este momento, ni una sola amiga a la vista. El desconcierto mayor llega sin duda en torno a la construcción algo esquemática del personaje de Shia LaBeouf. Sean es sucio, malo, tosco, violento y con problemas con el alcohol.

La madre de Martha, Elizabeth (Ellen Burstyn), es también una mujer de pocas palabras, de origen judío húngaro. Interfiere constantemente con las decisiones de su hija pero hacia el final del relato de desmarca de algunos clichés asociados a su personaje. A pesar de que se ablanda para empezar a dar cuenta de sus orígenes y sus circunstancias, no le tiembla la lapicera para darle un cheque a Sean para que se evapore del mapa.

¿Por qué contar esta historia? ¿Por qué verla? Tal vez porque asume el riesgo de ponerle imágenes y sonido a una experiencia de la que casi no se habla. Si el puerperio es una etapa asociada a silencios y pudores en pos de versiones rosas sobre la maternidad que aún no terminan de retirarse, un puerperio sin bebé es un indecible. Y Fragmentos de una mujer tiene el mérito de poner en escena, sin desbarrancar, aspectos de la corporalidad concreta de esa pérdida, de la carnadura del duelo de la protagonista.

Sabemos que durante esos meses de frío la madre de Martha impulsa un juicio contra la partera que llega a la tapa de los diarios. La radio y la televisión van arrojando detalles, y como si estuviéramos en la cabeza de Martha los escuchamos apenas como un ruido de fondo.

En un momento, queda al descubierto que la escena sin cortes del trabajo de parto tiene una justificación que es puramente cinematográfica. Es una prueba, podría decirse, documental. Es al mismo tiempo, un reto (para quien mira) y una evidencia clave en el juicio contra la partera. Haber presenciado aquellos 25 minutos conduce a una recompensa: nos convierte en testigxs involuntarixs pero absolutamente fundamentales del proceso. Gracias a una ventaja que ofrece el streaming frente a la sala de cine, es posible hacer fast forward para corroborar el papel de cada personaje en esos primeros minutos de película.

Junto a la trama sentimental, avanza la exploración de una vía por momentos más interesante: el drama judicial. La película recorre algunas tensiones entre el duelo, la noción de castigo según la ley y la religión y las preguntas en torno a las posibilidades de una reparación efectiva, si es que fuera posible, frente a una muerte por causas, al fin y al cabo, que los médicos no terminan de aclarar. Hay un debate que abren el director y la guionista, muy a conciencia, que es el del punitivismo como respuesta todos los males. Para la madre de la protagonista la reparación sólo podrá concretarse en la medida en que se pueda asignar un culpable. A Martha le lleva pocos meses elaborar una posición distinta.

A pesar de que algún crítico haya visto en Fragmentos… una advertencia para toda aquella embarazada que se atreva a tomar decisiones sobre su parto, lo cierto es que no parece haber en la película una bajada de línea que impugne a Martha -¡cuando no la maternidad asociada a la culpa!-, ni que indique una relación causal entre el parto domiciliario y la muerte del bebé. Para quienes sigan adelante después de la primera secuencia, la película muestra un modo de narrar la resiliencia, y también la exige de parte de quienes se animen a verla.