“Matarse, dijo, en esa coyuntura sociopolítica, es absurdo y redundante, mejor convertirse en poeta secreto”. Roberto Bolaño, ”Estrella distante”.

Dígame cuando puedo empezar ¿empiezo entonces? Mi nombre es Mercedes Rucci, Memé me dicen todos. Lo conocí a Alejandro Grande, antes de todo eso que usted conoce. En ese entonces éramos muy chicos y él iba a los “danzan” que se hacían en el pueblo. Se dice “danzán” con acento en la última a. Lo conocí por un primo, me dijo que me iba a caer bien porque era un poco raro, como yo. Fuimos novios durante un tiempo, si cuento esto es porque creo que allí nació todo, no es que me crea fundamental en la vida de él, pero nuestra relación era como un borrador sobre el cual él ensayaba algunas cosas. Una vez, me dijo que estaba convencido, que los hombres más hombres, eran aquellos que estuvieran dispuestos a probarlo todo. Resaltó la palabra TODO, y continuó su desarrollo aclarándome que consideraba que es mucho más hombre aquel que probó el sexo con hombres, pero no deja de sentir el placer por el sexo con una mujer. Para él esos hombres eran más libres, en esa posibilidad de ir y venir. Esa era su idea del hombre verdadero, así lo llamaba. Nunca me animé a preguntarle si él era un hombre verdadero, tampoco le pregunté si acaso él pensaba que existían los hombres falsos, o si su teoría también aplicaba a las mujeres. A principio de los noventa nadie hablaba sobre un placer sin ese tipo de fronteras. Una vez, pero ya habíamos decidido que solo podíamos ser amigos, en realidad yo decidí que no quería más seguir siendo su novia, entonces él me propuso ahorrarnos el trámite del odio, “si nos queremos tanto Memé” dijo, “y nos encanta hablar mil horas, podemos ser amigos, yo no me enojo si le das un beso a otro”. Y me convenció con lo de ahorrarnos el trámite del odio. Esa vez me dijo que ya no existía eso de la histeria, y que nadie se iba solo de un boliche, que a mí me costaba entenderlo y a él también porque pertenecíamos a otra generación. Entonces no podría decir bien a qué se refería con lo del hombre verdadero sobre lo que siguió escribiendo, o quizás él podía escribir sin entender.

Él tenía una idea romántica con la muerte, le despertaba una gran curiosidad, una noche después de caminar largas horas, por las calles del pueblo, hablando de poesía y de cómo la realidad no era más que ficción, me propuso hacer una prueba los dos juntos. Teníamos que encontrar alguna manera de morir sin morir, de llegar hasta ahí, pero pudiendo volver. Para eso había que conseguir equipos médicos para la resucitación o algún contacto con estudiantes avanzados de medicina. Todo lo que hablaba, no sé si era todo lo que pensaba, pero era parte de una especie de mapa místico donde cada cosa estaba ligada a otra. Todo su ser estaba de alguna forma entregado al universo, eso sí lo decía, entregado al tiempo. Experimentar con su ser todos los sentidos de la vida. En esta ocasión quería experimentar desprenderse del cuerpo por un rato, también buscaba la experiencia de la no experiencia decía. Esa idea no prosperó porque sinceramente a mí sí me daba miedo la muerte.

Su padre era dueño de una distribuidora de bebidas y de una quiniela, según Alejandro era un hombre muy inteligente, había inventado un sistema, una especie de fórmula, para poder ganar a la quiniela siempre, pero no se atrevía a usarlo, lo consideraba deshonesto. En algún momento le dijo que eso sería su herencia. Creo que su honestidad y su obsesión por los números y las fórmulas debe haber venido de ahí.

Las cartas estuvieron desde el principio, él me llevaba cinco años, aunque no lo parecía. Siempre estaba igual, yo sentía que solo yo me hacía grande o un poco más vieja. Al poco tiempo de conocernos él se mudó a la ciudad para estudiar Ciencias Económicas, nada más alejado de sí mismo. Cuando no volvía a su pueblo, me escribía cartas, siempre encontraba alguien con quién mandarlas. Los sobres eran grandes, de tamaño A4, contenían una carta escrita en una letra muy prolija, y muy pequeña, de larga extensión, no menos de cuatro hojas escritas en ambos lados. También incluían recortes de diarios, poesías transcriptas de Girondo, otra vez me envió una de Lugones, fotos o cosas que juntaba por ahí y le causaban gracia. En uno de esos envíos me mandó el recorte de un diario local en donde él aparecía sentado entre dos libreros y algunos escritores, que yo desconocía por completo. No, no recuerdo los nombres. Sí me habló de una reunión especial, era un lugar al que concurrían otras personas, “gente rara Memé, mucho más rara que nosotros”, eso lo decía siempre. Las reuniones se hacían en un kiosco de la calle Ovidio Lagos de esos que tiene todas las ventanas cubiertas por revistas, un poco desteñidas por el sol. En esas reuniones se hablaba de esoterismo, trasmigración de almas, otras dimensiones, incluso había un flaco que estaba obsesionado con los ovnis.

Digamos que ese borrador que era nuestra relación, se fue trasladando hacia las cartas, en una de ellas desarrolló su idea de las dimensiones paralelas, él decía que por cada decisión había una existencia, por cada decisión y su opuesto, por tanto, había tantas realidades como decisiones tomadas o no tomadas, porque había una existencia también en el “no”. Un día llegó hasta mi casa, el nunca avisaba antes de ir, para ese entonces yo también vivía en Rosario, en el microcentro, él trabaja en una oficina cerca, había cambiado de carrera, estudiaba Filosofía, esa vez me dijo “Memé, ¿vos te das cuenta que hay otro de nosotros mismos? ¡Y seguramente no haya una sola dimensión, sino millones! ¡Hay un millón de otros de nosotros mismos!” Y siguió diciendo que eso haría posible que él ya hubiera muerto en otra realidad, y que cuando él muriera en está, seguramente estaría vivo en otra, “así que Memé”, me dijo “no te preocupes más por mí, siempre va a haber otro de mí en alguna otra parte”.

Sí, me preocupaba por él, es que a veces desaparecía, simplemente así, se hacía humo, no era posible ubicarlo por ningún medio, y luego volvía a aparecer. Una vez de esas me avisó que se iba a Guatemala, al día siguiente, llamó para despedirse. Hacía tiempo que formaba parte de un movimiento pacifista internacional, tenía cosas medio religiosas, como un mesías propio, pero no era totalmente religioso, era como de izquierdas, pero con dinero. Nunca supe de donde salía el dinero. La cuestión es que el movimiento lo mandaba a Guatemala, como si fuera a evangelizar, pero sin Dios, con otras ideas sobre la humanidad, una humanidad para el hombre nuevo decía él. Esa vez me dijo que Guatemala era el lugar desde donde empezaría el nuevo ciclo. Cuando le pregunte sobre eso, me dijo que era algo que no podía explicar por teléfono.

No, no firmaba como “Magnus”, firmaba “Ale”, así no más. Yo creo que firmaba con su nombre, el primero, el de nacimiento, porque el que escribía era esa parte de su existencia, en Magnus se convirtió después.

Cuando volvió de Guatemala la primera vez me dijo que había otra gente que estaba intentando hacer algo parecido, que el cambio debía iniciarse en Latinoamérica. Hubo una especie de congreso en México, ahí conoció un grupo de gente que le hablaron por primera vez en su lenguaje, el sentía que le habían dado las palabras que le faltaban, se nombraron como los herederos del real visceralismo. Recuerdo bien ese nombre porque se lo pregunté varias veces, pensé que eran unos sanguinarios que les gustaba destripar animales o cosas así. Él me dijo que eran poetas salvajes, dispuestos a llegar a las últimas consecuencias para despertar al continente. Me dijo “los viscerrealistas son como yo Memé van en línea recta hacia lo desconocido”.

Nunca nombró a nadie, lamento desilusionarlo, pero ese nombre, no ¿Belano me dice? Nunca lo escuché.

Sí, sobre Magnus, cuando los viscerrealistas le dijeron que la premisa sobre las que se sustentaban la escritura, y Ale le agrego “y las acciones poéticas”, era cierta desconexión transitoria con la realidad; cuando le dijeron eso, el pensamiento siguiente fue para él de una total obviedad, no era posible querer cambiar la realidad estando sujeto a ella, él no podría ser solo Alejandro, que Alejandro era esta realidad, y el necesitaba dejar de serlo. No volví a verlo. Sólo recibí algunos mensajes por telegrama ¿quién manda un telegrama? No hacía falta si quiera que lo firmara. Eran pocas palabras, por algo era un telegrama, frases, el nombre de un libro, página y número de línea, una vez me mando un haiku para mi cumpleaños. El último que recibí fue hace un año y decía: “Sigo vivo, en esta y múltiples realidades. Nos veremos en el nuevo mundo. Magnus”.

 

(*) Ejercicio de glosa: la memoria de Bolaño.