Una mujer está acurrucada, hecha un ovillo, la mitad de su rostro presionado contra el fino colchón de una cama de armazón metálica. Otra, de vestido amarillo, espera sobre sábanas blancas, sus piernas abiertas para la intervención inminente. Una tercera, muy joven, aún en su uniforme de colegio, se mantiene en cuchillas sobre un balde plástico que pronto se llenará de sangre. Hay dignidad y cierta aura triunfal en sus miradas al hacerle frente a circunstancias adversas, sin duda indeseadas; están incómodas, sí, pero no hay pizca de remordimiento. “La culpa no entra en la ecuación de la supervivencia”, diría la descollante Paula Rego (Lisboa, 1935) sobre estas icónicas pinturas, donde mostraba sin rodeos abortos clandestinos. Indignada, Rego creó este Tríptico -donde se adivina la influencia de Francis Bacon y Lucian Freud- en el ’98, como respuesta al referéndum que dijo “no” a legalizar la interrupción voluntaria del embarazo en su Portugal de origen. Y continuó su dura crítica -al dolor y la humillación a los que eran sometidas las mujeres por la legislación de su país- con su serie Sin título de pasteles al óleo; también con grabados, en pos de facilitar que el mensaje circulara, trascendiese. Evidentemente logró su cometido: hay quienes a la fecha sostienen que estas obras fueron decisivas para que la balanza se volcara al “sí” en el siguiente referéndum, de 2007, con la consiguiente ley del aborto.
“Quise ser explícita sin mostrar sangre; cruda, no obscena”, explicaría más tarde la dama inclaudicable, que jamás depone el trazo justo frente a tópicos de vital importancia: tiranía política, discriminación, violencia de género, mutilación genital femenina. En ocasiones parte de experiencias propias; en otras, se inspira en cine, literatura, folclore, mitología. Pues entonces, si no se tuercen los planes por la consabida crisis sanitaria, el venidero junio será testigo de la mayor retrospectiva hasta la fecha dedicada a Paula Rego, una de las artistas fundamentales del siglo XX y lo que va del XXI, en la importantísima galería Tate Britain, en Londres. Flor de oportunidad para dejarse emocionar por la extrañeza y el enigma de sus piezas, que hacen decisivo corte de manga a la complacencia, al conformismo; incluida, desde luego, su ya legendaria serie sobre el aborto clandestino.
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Quien siempre ha prestado su diestro pincel a causas justas y urgentes ha sido y es Diana Dowek, gran artista plástica que el pasado mes fuera incorporada como miembro de la Academia Nacional de Bellas Artes. Autora de series políticamente recargadas y decididamente bellas, de altísima expresividad, la resistencia y la solidaridad son las constantes que marcan su larga trayectoria, donde ha trabajado -entre otros tópicos- la barbarie de la dictadura, la corrupción del menemismo, la destrucción y muerte que acarrea el extractivismo, la dramática situación de los refugiados. Al poco tiempo de ser encarcelada Romina Tejerina -condenada por la justicia jujeña (que absolvió a su violador) a 14 años de cárcel-, una Dowek conmocionada pintó un gran retrato de la joven. Tiempo después diría que la obra estaba dedicada “a todas las Rominas, chicas despojadas de todo - incluso de la libertad de hacer con su cuerpo lo que les dé la gana. Romina no tuvo elección, después no tuvo derecho al aborto”. En charla con Las12, recuerda hoy Diana que cuando Romina llevaba dos, tres años presa, la visitó en la cárcel. “Yo había viajado a Jujuy en el marco de un encuentro organizado por Fundación Osde para artistas e intelectuales, y aproveché para ir a verla. Le llevé un retrato, más pequeño, que había hecho especialmente para ella”. Recuerda además que, en esos días, se topó con Héctor Tizón, “que además de ser un escritor reconocido, era uno de los jueces que debía decidir el destino de Tejerina. Fuimos a increparlo con Laura Malosetti Costa, historiadora del arte; le preguntamos qué iba a hacer con Romina. Nos dijo: ‘Eso lo va a decidir el juez’. ‘¡Usted es el juez!’, le respondimos. Pero se dio media vuelta y se fue”.
La última obra de Dowek, que comparte en exclusiva con Las12, es una pintura de 1,20 x 1,45 llamada Fue ley: la empezó nomás regresar de las manifestaciones fuera del Congreso mientras adentro se debatía la interrupción legal del embarazo, con la ilusión de que esta vez sí saldría. Y salió, y su cuadro refleja la marea de pañuelos verdes frente al Palacio del Congreso de la Nación Argentina, inolvidable día.
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En El acontecimiento, novela de la memoria sobria y muy lúcida donde la francesa Annie Ernaux relata el aborto ilegal que se practicó con 23 años, en el ‘63, lamenta la autora la falta de grandes obras de arte que afirmen o incluso representen la experiencia. Una verdad a medias, puesto que las ha habido, y muy jugadas por cierto. A medida que sigue desmontándose el tabú, de hecho, cada vez más artistas se manifiestan en sus obras. Para ejemplo, la ambiciosa muestra multimedia que el año pasado se inauguró en Estados Unidos: Abortion is Normal, que empezó a cranearse tras reiterados intentos republicanos por limitar el acceso a la intervención en distintos estados (un ejemplo: la ley firmada por la gobernadora de Alabama, Kay Ivey, que pretendía mandar al calabozo a docs practicantes con sentencias de hasta 99 años). En respuesta, esta exhibición organizada por un grupo de artistas y activistas -incluida Laurie Simmons, reconocida fotógrafa y cineasta, mamá de Lena Dunham-, que reunieron numerosísimas piezas de Nan Goldin, Cindy Sherman, Catherine Opie y un largo etcétera. Aunque no todas las obras referían específicamente al aborto, sí hablaban de libertad y justicia reproductiva. Entre los trabajos con enfoque más frontal, vale citar Thank God For Abortion, prints con sacra palomita de la artivista Viva Ruiz, que subvierte la idea de bendición; la instalación ritual de paquetísimos frascos de perfume llenos de la sangre menstrual de la performer Christen Clifford; el homenaje de Jane Kaplowitz a la jueza suprema Ruth Bader Ginsburg, fallecida el año pasado, acérrima defensora del derecho al aborto; un corto experimental de Jon Kessler con imágenes de archivo de atentados a clínicas donde se practicaban abortos en la década del 70.
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A continuación, y a modo de sucinto racconto, he aquí algunas manifestaciones que, desde distintas geografías, abogan por el aborto legal, seguro y gratuito desde hace décadas…
De los 80s, una serie de trabajos de la sobresaliente Kiki Smith sobre reproducción y nacimiento, donde indaga en lo que acabará volviéndose figura recurrente: los órganos, los sistemas, los fluidos, paisajes de vitalidad y de muerte. Del ’85, la serie Possession Is Nine-Tenths of the Law, serigrafías y monotipos que ofrecen clínico acercamiento a órganos internos (incluidos los reproductivos) y que, según voces en tema, marca su incipiente preocupación por el cuerpo femenino como campo de batalla. En esa clave puede leerse Womb, del ’86, útero hinchado moldeado en bronce, con bisagras: nomás abrirlo, se revela vacío, metáfora de la lucha de las mujeres por tomar control de sus propios cuerpos, de elegir.
¿Elige realmente la mujer cuando suena en bucle la voz de un sacerdote en pleno momento de consagración? Tal es el clip de misa, en blanco y negro, que se repetía una y otra vez en Geburtenbett, obra donde el televisor era la cabeza de una muchacha echada sobre una cama de resina, las piernas abiertas mientras luces de neón color hemoglobina brotaban de su vagina. Este trabajo de la austríaca Valie EXPORT, otra histórica, fue originalmente expuesto en la Bienal de Venecia de 1980 y contrastaba la idea romántica, sacralizada del nacimiento con el costado más crudo del parto; aunque también subyacía cierta entrelínea: hasta qué punto permea la moral judeocristiana en el presunto deseo de maternidad, ese perenne “deber ser”. Al respecto, ¿había sido realmente deseado el avanzado embarazo de la angustiada mujer que llora en Smocked Figure (1984), de Judy Chicago, parte del Birth Project que -con ayuda de bordadoras- propuso una variopinta y ambivalente iconografía de la maternidad y el parto occidentales?
Apropiándose de lenguaje y estética publicitaria, fue en el ’89 cuando la artivista Barbara Kruger pergeñó la serigrafía seminal Your Body is a Battleground, pieza icónica que creó para la Women’s March de aquel año, en Washington, donde más de medio millón de mujeres salieron a las calles para protestar contra intentos legislativos que trataban de socavar la vigencia de Roe Vs Wade. De tan poderoso el volante, no sólo sigue vigente: ha bañado las calles de Polonia en las manifestaciones recientes contra la prohibición casi total de abortar.
La díscola inglesa Tracey Emin, antaño enfant terrible del movimiento YA, ha trabajo en reiteradas ocasiones sobre el aborto; más precisamente sobre los dos abortos que tuvo a los 18 y 26 años. Uno mal practicado, dicho sea de paso, que casi le cuesta la vida al no darse cuenta el doc que estaba embarazada de gemelos y extraer solo un feto. Así lo describe en el arrollador, crudísimo video How It Feels, que años atrás se proyectara en el Malba. Y a eso hace referencia la monoimpresión Terribly Wrong, creada en su “semana infernal” de los 90s. Las palabras Feto I y Feto II, por cierto, están bordadas en su tienda pionera, Everyone I Have Ever Slept With, de mediados de esa mentada. También están las recientes esculturas en bronce, de gran tamaño, de mujeres acurrucadas en aparente agonía, I Lay Here for You y When I Sleep, que recuerdan a la serie previamente citada de Rego, según la crítica brit.
En huestes locales, imposible olvidar la potente -y bastante secreta- instalación alusiva que, en 1999, Ana Gallardo montó en el sótano de la tienda de pilcha Juana de Arco, en Palermo; un sitio más que propicio, como advertía este suplemento por esas fechas, siendo la zona de lo escondido, de lo negado. La muestra de la artista plástica rosarina refería al aborto casero a través de “manojos de agujas de tejer metálicas, oxidadas y curvadas por el uso, de ramos invertidos del clásico perejil, una bolsa de residuos numerada, además de utensilios varios de cocina” -triste y peligrosamente socorridos por mujeres de escasos recursos, en situación de urgencia, desesperación-: pinche de brochette, espátulas, cucharita, cascanueces, cuchillos, tijeras, pegados con cinta a la pared, entre los cuales hay un solo instrumento médico-ginecológico: un medidor de diafragma. Como prólogo de aquella muestra, palabras contundentes de la religiosa y teóloga feminista brasileña Ivone Gevara: “Una sociedad que silencia la responsabilidad de los varones y solo culpabiliza a las mujeres, que no respeta ni sus cuerpos ni su historia, es una sociedad excluyente, sexista y abortiva”.
En No matarás, ¿a quién? , videoinstalación por la que Vera Grión ganase la beca Fondo
Nacional de las Artes en 2004, también recurría esta artista argentina a agujas
de tejer y ramos de perejil, dispuestas en la orilla de una playa de restinga
de Puerto Madryn. Las aguas -que van y vienen- ocultan, tapan estos elementos
comúnmente usados para interrupciones precarias: imágenes que Grión proyecta
sobre sommiers en forma de cruz latina, símbolo religioso que recuerda cómo la
Iglesia católica es cómplice de la crucifixión de las mujeres que son obligadas
a recurrir a la clandestinidad y a poner en peligro sus vidas.