Ninguna escritora es tan emblemática del siglo XX estadounidense como Susan Sontag. Según su biógrafo, Benjamin Moser, este hecho cabe en la frase de Canetti acerca de la definición del “gran escritor contemporáneo”: “Es original; resume su época y la contradice”.
Venerada y aborrecida, Sontag se convirtió en símbolo y objeto de culto. De su obsesiva y genial inteligencia nació un legado de escritos sobre arte y política, feminismo y homosexualidad, celebridad y estilo, medicina y drogas, radicalismo y fascismo, freudismo, comunismo y americanismo, que constituye una clave indispensable de la cultura moderna.
Para capturar la época de Sontag, acaso como en una fotografía, Moser presenta un incisivo mapa social, intelectual, artístico y político, hurgando en los detalles más ambiguos e inaprensibles que van trazando la autoinvención de Sontag. La “figura” de Sontag - mujer erudita, brillante, lesbiana, que empezó siendo crítica de arte y se convirtió ella misma en obra, en objeto artístico o marca registrada – emerge en toda su fascinante y desgarradora contradicción.
Si los halagos y la fama han sacado a la luz lo peor de Sontag, tal como lo revela Moser, la consciencia de la opresión y de la miseria sacaron lo mejor. Ante tanta y tan desconcertante complejidad, el biógrafo lucha por llegar a un acuerdo entre la suma de descubrimientos sobre el comportamiento insufrible de Sontag y la tremenda fuerza de voluntad que de ella irradia.
Termina su opus reconociendo la humana valentía de Susan Sontag ante la enfermedad, y también el humano terror en aquella persona de carne y hueso que murió tras haberse sometido a un trasplante de médula ósea terriblemente doloroso. Todo ello, ante la mirada de su última pareja, la fotógrafa Annie Leibovitz, quien documentó la agonía de Susan en una serie de fotografías que muchos sintieron como una intrusión obscena y morbosa. Moser logró a último momento entrevistar a Annie Leibovitz, y supo ver en ese subversivo gesto artístico una innegable prueba de amor.
Inigualable, agregaríamos.
Benjamin Moser, se le ha concedido un permiso sin precedentes para acceder a los archivos personales de Susan Sontag, nunca antes consultados. Aun así, ¿es ésta una biografía autorizada?
Yo fui autorizado a tener acceso a los archivos, a la correspondencia, a los diarios, pero la biografía no es la biografía autorizada, que es otra cosa, y que puede sugerir que habría aceptado alguna censura. Tenía total libertad para escribir lo que me diera la gana, es la única manera en la que puedo trabajar. Sin esa libertad no hubiera escrito la biografía, sencillamente.
A partir de ese material que ha calificado de “archivo implacable” ¿cómo se propuso abarcar el trabajo titánico de entender a la mujer que se esconde detrás del ícono?
Bueno, es algo que se produce con el tiempo y con mucha paciencia. Uno se aproxima a la mujer en primer lugar a través de su parte editada. La que se encuentra en sus libros, en todo lo que ha querido exponer a sus lectores y a sus amigos. Y poco a poco se va descubriendo - esto es lo fascinante en Susan - que, al margen de esa parte editada, ella mantenía y alimentaba en sus diarios una parte secreta. Creo que lo hizo con mucho cuidado y con mucha conciencia desde chica, desde los trece años. Sabía que iba a ser famosa, que iba a hacer algo en el mundo. Y por varios motivos eligió no exponerlo todo, inclusive su sexualidad.
Tenía esa doble cara…
Sí. Es como si hubiera cortado una parte de sí misma que dejó en un rincón que se llama “los diarios”. Se conoce de ella la máscara pública que fue construyendo al largo de los años. Pero también tenía aquella otra cara, que escondió muy bien. La puso en una caja, casi literalmente, puesto que guardaba sus cuadernos en un armario. Es como si hubiera puesto su otro ego detrás de una puerta cerrada con llave.
Ese desdoblamiento o tensión entre la escritura “pública” y la “íntima” debió de haberle pasado factura en algún punto.
Claro, en lo público y en lo personal. Yo creo que le ha costado mucha energía, digamos. Al mismo tiempo, lo impresionante de Susan es que también la estimuló mucho. Ella tenía sus razones, razones personales, pero también había motivos históricos y políticos relativos a la sociedad de aquel entonces. Esto fue un motor para ella también, la figura que ella ha creado para mí también es una ficción, quizás de lo más fascinante que haya creado.
¿En qué sentido?
Porque es una persona que no es ni real ni falsa, es una figura de ficción. Y ella siempre ha anhelado ser “ficcionista”. A mucha gente no le gustan sus novelas, a mí sí, al menos algunas. Hay como una visión generalizada según la cual los ensayos son fabulosos y las novelas malísimas. Pero como lo digo en el libro, algunos ensayos no son tan buenos mientras ciertas ficciones sí son muy buenas. La división no es tan fácil. Pero la figura de Sontag, esa gran figura de diva absoluta en la cumbre de las letras nacionales durante casi cincuenta años, también es una ficción fascinante. Y es una cosa que ha inspirado más que las novelas o los ensayos. La figura de Sontag es de extrema importancia para muchísima gente.
¿Cómo explicar que sus ensayos sean más apreciados y conocidos que sus novelas?
Creo que es un estereotipo, es que la gente no ha leído a Susan. Ese es el problema, han leído Notas sobre lo “camp”, Contra la interpretación talvez, Sobre la fotografía a lo mejor. Pero su obra es vastísima, es una obra muy extensa. Entonces la gente se queda con unas ideas que no hablan de lo que realmente era o produjo. Es una frustración para un biógrafo porque uno busca una visión más honda. Siempre hay ideas preconcebidas y muchos se resisten a tratar de ir más lejos. No les gusta que les digan que sus ideas preconcebidas son erróneas.
Se le reprochó, un poco como a Foucault, pero de manera distinta, haber sido discreta respecto de su lesbianismo.
Es algo a veces difícil de explicar a las personas heterosexuales, y también a los homosexuales más jóvenes. Hoy en día, oficialmente al menos en las grandes ciudades, la homosexualidad está más asimilada. Es una revolución que ha sido muy completa. Así que hoy nos preguntamos por qué habría evitado hablar de ello hasta el punto de no decirlo nunca públicamente. En el libro explico el pánico que le producía la idea de que fuera algo público.
¿Cómo explicaría aquella “discreción”, si lo es?
Por un lado, porque nació en 1933, eso todo el mundo lo entiende. El problema es que después, en la época del SIDA, hubo un cambio radical en la forma, en el lenguaje y en el deber que éste imponía. Hablás de discreción. Discreción es la palabra que se utilizaba antes. Después, lo que antes se llamaba discreción pasó a llamarse “mentira.” Eso refleja un cambio filosófico. La exigencia pasó a considerar el hecho de ser gay como algo natural, como decir que uno es católico o mujer o uruguayo. Si no lo dices así, si no lo tratás como algo natural, estás reforzando la idea de que hay algo de lo que avergonzarse. Se trata de decir lo que eres, y escribir desde lo que eres. Esa fue una revolución que Susan no pudo acompañar, por los motivos que explico en el libro.
Es cautivadora la manera en que la biografía revela la dicotomía entre una extrema, generosa lucidez y una exigencia algo tiránica e incluso pueril o frívola para con los demás. Esto la sitúa en una dimensión más humana, lejos de toda idealización o fetichismo.
A mí no me interesan las santas. Y tampoco los diablos. Susan era una persona extrema en casi todo, y por eso es tan fascinante. Y en sus extremos, ella es muy humana. Tiene los lados buenos que todos tenemos—pero más. Y los lados malos—pero más. Para un biógrafo, es un personaje irresistible.
Hoy varias instituciones de arte contemporáneo promueven obras con “mensaje”, arte político, etc. ¿No cree que las ideas expuestas en Contra la interpretación pueden encontrar un eco a contracorriente de esa tendencia?
Creo que cuanto más lees a Sontag, más te das cuenta de que ese tipo de arte, ese mensaje trasnochado, existe en la historia del arte desde hace muchísimo tiempo. Es que hoy hay una falta de conciencia histórica. Y cuando digo la historia del arte no me refiero a Leonardo da Vinci, me refiero a hace treinta años. Pasa algo similar con el feminismo, por ejemplo, algunas personas piensan que acaba de ser inventado. Ocurre lo mismo con el movimiento Black Lives Matter, la gente cree que hace seis meses se inventaron los derechos civiles de los afrodescendientes, pero es una historia que tiene siglos. ¡Hay tanta falsa originalidad! Respecto del arte, creo que es esencial leer y entender la obra de Sontag porque nos ahorra convertirnos en personajes trasnochados. Desde el punto de vista del arte político actual, por radicales que seamos, no dejamos de estar en una tradición. Es algo que ya hicieron nuestras abuelas.
¿Entonces cómo situarse?
Se trata de entender el pasado para saber cuáles son las preguntas y cuáles han sido las respuestas. Para después pasar adelante adaptándolas a nuestra época. Pero no de imaginar que estamos inventando algo que ya existe. Sontag dice que las únicas respuestas buenas son las que destruyen las preguntas y eso, creo, hace que queramos destruir las preguntas. Hay que destruir las preguntas, contestándolas. Solo así podemos ser radical de verdad. Es la lección que nos da Sontag, porque por radical que fuese estaba profundamente arraigada en la cultura occidental. No confundió lo contemporáneo con la novedad.
Tal vez aquella relación con una cierta historicidad no es ajena a su herencia judía. La transmisión, el exilio, la memoria.
Dice Borges que de todos los pueblos del Mediterráneo antiguo, sólo los judíos sobrevivieron. Porque tuvieron que hacerlo, no les quedaba otra. Con Sontag, nos acercamos a lo que es realmente importante en la cultura. No se trata de ser nuevo para provocar a la burguesía, que además cuanto más la provocan más encantada está. Se trata de encontrar un medio entre la tradición, que puede ser opresiva, y la novedad, ídem. Hay que reinventarse, pero sin perder de vista lo que somos o hemos sido.
Ese acto de pensar está planteado en “Pensar contra uno mismo: reflexiones sobre Cioran”, que usted califica como uno los mejores ensayos de Sontag.
Cioran también se situó entre la radicalidad de su juventud y un cierto conservadurismo en su madurez. No hablo de conservadurismo político sino de una veneración del legado cultural y artístico del pasado, algo que había pasado de moda. Su radicalidad fue escribir como los memoristas franceses del siglo dieciocho. ¡Allá está la verdadera provocación!
En un mismo orden de “radicalidad”, su biografía revela hasta qué punto Artaud fue una figura importante para Sontag.
Artaud sí es radical. Su obra y su vida implican la destrucción total de lo que Clarice Lispector llamó "civilización". Artaud es La Pasión según G.H. Dejarse matar por defender una idea. Es algo que en la sociedad capitalista la gente casi ya no entiende. Pero durante toda su vida, Susan buscó una manera de mostrar la radicalidad de su compromiso con la mejor parte del ser humano. Cuando tenía trece o catorce años, ella y su amigo se preguntaban cuántos años de sus vidas sacrificarían para darle a Stravinsky unos minutos más de vida. Esto es un poco grandilocuente viniendo de unos adolescentes, pero era absolutamente serio. Estaba dispuesta a morir por la cultura y por la dignidad que la cultura daba a la vida humana.
¿Fue lo que hizo en Sarajevo?
Absolutamente. Cuando se fue a Sarajevo, que es una ciudad tan pequeña, donde la podrían haber matado muy fácilmente. El quinto Ejército de Europa había asediado la ciudad y andaba por las colinas matando gente todos los días. ¿Y que hizo? Montó una pieza de teatro, Esperando a Godot de Beckett. Para mostrar que más grave que la escasez de comida es la escasez de cultura, que enaltece la vida diaria, que nos ayuda a comprenderla. Eso es lo que me inspira en Sontag. Es como Clarice Lispector, de quien escribí mi primera biografía. Son personas que realmente estaban dispuestas a llegar muy lejos. Artaud también. Pero es raro, es muy raro encontrar artistas que estén realmente dispuestos a llegar hasta el final. Son vidas que nos espantan.
Respecto de su evolución feminista, descubrimos también que el ensayo sobre Freud que le dio renombre a su primer marido fue en realidad escrito por Susan cuando era una muy joven universitaria. Esto contrasta con la imagen que se tiene hoy de ella.
La gente se sorprendió mucho con eso, y esta información produjo una gran conmoción en la prensa internacional cuando se publicó el libro en inglés. Varias mujeres jóvenes estaban anonadadas. Y por otro lado recibí correos electrónicos de mujeres mayores, de la generación Sontag, que se reían de esa conmoción, porque aquello era algo tan banal en el mundo universitario. La gente ha olvidado cómo fue la sociedad. Por eso digo, para los homosexuales, para los judíos, para las mujeres, para los artistas, es muy importante saber lo que vino antes. El progreso en la lucha feminista ha sido enorme. En aquella época, había un solo libro que rescatara el recorrido intelectual, científico, de una mujer, era una biografía de Marie Curie. No había modelos. Entonces todas las escritoras, artistas o intelectuales de la generación Sontag, al igual que ella, leyeron esa biografía, todas.
¿Qué otra escritora, pensadora o mujer artista ha marcado o nutrido su reflexión, su escritura, su recorrido intelectual?
Uno de sus primeros ensayos le dedicó a Simone Weil, que es otro caso extremo. Alguien dispuesta a ir muy, muy lejos para defender una idea moral, dispuesta a morir para ella, y que de hecho murió.
Las reflexiones que expuso sobre las metáforas empleadas para nombrar la enfermedad son muy actuales, y más ahora en plena época de pandemia
Así es, y es algo sumamente interesante. Se suele decir que la enfermedad viene de otro lado, de los extranjeros. En EE.UU., Inglaterra, Brasil, la derecha hablaba del “virus chino”. Quieren darle a un virus un pasaporte, una nacionalidad. La enfermedad siempre ha sido algo que viene de otro lugar, dice Susan. No puede venir de nosotros. Y la historia del lenguaje que utilizamos para describir la enfermedad es una historia que nos traza Sontag. Hice dos biografías. Clarice Lispector murió en 1977. Nadie le dijo lo que tenía, pues estaba prohibido pronunciar la palabra “cáncer”. Yo pensé que era una cosa brasileña, pero no, así fue en todo el mundo.
Fue lo mismo con Sontag
Sí, Sontag encontró la misma situación casi en el mismo año. Descubrió que el uso de ciertas palabras hacía su enfermedad aún más grave. La gente se avergonzaba, pensaba que el cáncer era un castigo para los que no habían vivido con suficiente espontaneidad, suficiente felicidad, cosas que no tenían nada que ver con el cáncer. Y la gente se moría por eso. Porque si no se hubieran avergonzado, habrían ido a lo del médico y habrían sido tratados. Es una reflexión que como todo en Sontag, es mucho más actual de lo que la gente cree. Cuanto más me sumergí en ella, más lo descubrí. Y eso es lo que son los grandes pensadores, que no sólo son actuales, sino que se van volviendo cada vez más actuales. Es magia. Son profetas.
En su relación con su última pareja, la fotógrafa Annie Leibovitz, la enfermedad y la fotografía se unen de una manera singular, ¿cómo abordó este tema candente?
Es un tema que me ha caído encima en el trascurso de mi trabajo, no sólo por las fotografías que Annie Leibovitz tomó de Susan Sontag mientras estaba moribunda, o incluso muerta. Esto causó un divorcio post mortem entre el hijo de Susan y su compañera. Y me encontré un poco en medio de ello, porque a raíz de mi biografía de Clarice Lispector, fui invitado a hacer esta biografía por el hijo, por la editorial y por personas del entorno de Susan. Entonces del lado de Annie se pensó que yo era parte del bando enemigo. Y un buen día, después de cinco años de intentarlo, me contactaron para anunciarme que Annie accedía a reunirse conmigo. Así descubrí que aquel tema en torno a las fotografías es profundamente humano. No se trata de una postura intelectual. No hay distancia. La diferencia entre la persona y la imagen de la persona es una cuestión de vida o muerte, y cuando sientes eso, porque estás como en medio de dos partes, te das cuenta de que, en lo que respecta a la fotografía, Sontag realmente anunció y describió este conflicto que iba a suceder treinta años después alrededor de su proprio cadáver. Es algo extraordinario.