Traductor, traidor: no es lo mismo un niño detective que un detective pequeño. De todas formas, el protagonista de The Kid Detective solía ser lo primero en un pasado remoto y glorioso, y es indudablemente lo segundo en el presente, a pesar de sus infundadas ínfulas. La ópera prima del canadiense Evan Morgan tuvo su estreno mundial hace algunos meses en el Festival de Toronto –reconvertido a una versión online, como tantos otros eventos cinematográficos recientes– y desde entonces ha enamorado a una importante cantidad de espectadores dispuestos a dejarse atrapar por su particular cruza de film noir, historia detectivesca juvenil al estilo de las novelas de Nancy Drew y comedia de tintes tirando a tristones, cuando no tenebrosos.
Disponible para su alquiler en Google Play y iTunes con el título en español El pequeño detective, la historia sigue a un tal Abe Applebaum, detective privado de pueblo chico dedicado a nimiedades como buscar gatos perdidos o confirmar la sospecha de que alguien es homosexual. Todo por un suma realmente módica. Abe acaba de pasar la frontera de los 30 años y en su despacho cuelgan con honores una docena de recortes periodísticos de las épocas doradas, cuando con apenas 12 años podía anticipar quién era el asesino en cualquier película. O, en la vida real, era capaz de resolver los casos más complejos que surgieran en la escuela o el barrio. El non plus ultra de esos logros: descubrir la identidad del ladronzuelo que se había quedado con la colecta escolar destinada a fines filantrópicos. ¡Qué tiempos aquellos, cuando todo el mundo lo saludaba cortésmente y con orgullo en la calle! Si hasta el heladero llegó a prometerle cucuruchos gratis durante el resto de su vida.
Ahora las cosas son muy diferentes. Interpretado por un preciso Adam Brody, el Abe adulto es un manojo de frustraciones que nunca terminan de subir a la superficie. Un joven con tendencia al abandono y el alcoholismo que no logra desprenderse de ese pasado que prometía llevarlo al infinito y más allá. Sus padres están preocupados por su estado mental y futuro profesional, como si en lugar de tres décadas de vida y contando estuviera atravesando una pubertad tardía. Abe no parece ir hacia ningún lado provechoso, hasta que el asesinato de un adolescente y la llegada a su oficina de quien solía ser su novia tuercen el destino para siempre. El largo y arduo camino de la pesquisa que sobreviene lleva al espectador de la comedia ligera y la aventura sin peligros reales a un camino cada vez más siniestro y oscuro. A pesar del título, El pequeño detective no es una película apta para todo público.
Evan Morgan imaginó una primera versión de la historia durante sus años de estudio universitario, pero ese cortometraje nunca llegó a producirse. “En realidad, lo que hice fue pensar el concepto y un posible desarrollo pero nunca escribí el guión. La idea en aquel entonces era que el protagonista fuera un niño que investigaba casos de homicidio y se metía en un universo peligroso”, recuerda Morgan en comunicación exclusiva con Radar desde Toronto.
“No fue hasta que me contacté con Adam Brody, años después, que surgió la posibilidad de revivir la idea y escribir un guión en el cual el héroe fuera un exniño detective. Algo mucho más irónico que, por otro lado, tiene obvios puntos de contacto con las estrellas de cine o TV infantiles que no logran continuar con sus carreras en la adultez”, cuenta.
Entre la idea original y el estreno de El pequeño detective transcurrieron muchos años, durante los cuales el realizador debutante dirigió algunos cortos, se sumó al berretín de la actuación y coescribió el guión de The Dirties (2013), el largometraje de su coterráneo Matt Johnson que terminó convirtiéndose en un auténtico film de culto.
“La cruza de estilos, el concepto de comedia negra, estaba presente desde el primer momento y forma parte de mi trabajo previo. Supongo que me gusta hibridar la comedia con la tragedia. O, en otras palabras, explorar temas complejos, oscuros e inquietantes de una manera humorística. En este caso, el mundo de las novelas de Nancy Drew de los años '30 y de las de Encyclopedia Brown en los '60 me resulta muy familiar. Ese mundo tan ‘americano’ en el cual todos se conocen, donde el repartidor de diarios, el lechero y el alcalde son personajes recurrentes. Es un universo que pide a gritos un tratamiento irónico y me parecía interesante repensarlo desde el punto de vista de la pérdida de la inocencia comunitaria. Y ahí es donde aparece un componente de tristeza. Lo más complicado a la hora de mezclar todos esos tonos –el cine negro, el relato detectivesco juvenil, lo sórdido, la comedia– era no ir demasiado lejos con uno de ellos solamente. No sacrificar la autenticidad en pos de la comicidad ni transformar la historia en una parodia absoluta. Tampoco ponerse muy oscuros demasiado pronto, porque si bien el destino final de la película es poco luminoso, eso es algo que debía ir apareciendo de a poco. Con pistas que le recuerden al espectador que, si bien esta es un historia divertida, hay cosas terribles que pueden pasar. Los chicos pueden ser secuestrados, la gente puede ser asesinada."
El mundo del pequeño Abe posee puntos de contacto temáticos, aunque no formales, con el universo de Wes Anderson, cineasta de quien perfectamente podría imaginarse la creación de un niño detective. Pero si hay un trauma que marcó a Abe Applebaum durante la infancia, al punto de cortar definitivamente con la excelente racha de casos resueltos, fue la desaparición de Gracie Gulliver, la chica linda de la escuela y su secretaria en la “oficina”. Todo termina de manera amarga cuando los meses y los años pasan y Gracie nunca vuelve a aparecer. Ni viva ni muerta.
Corte al presente y a otra oficina, generalmente desierta de clientes. Femme fatale sin fatalidad a cuestas, Caroline, una chica de 16 años interpretada por la canadiense Sophie Nélisse, se presenta en el despacho a la manera de los clásicos policiales negros. ¿Quién y por qué mató a su novio con diecisiete puñaladas? ¿Por qué tanto ensañamiento? Más que una típica clienta, la inteligente joven se convertirá sin escalas en asistente del detective, además de su chofer predilecto. Así comienza la investigación, que lleva al dúo a husmear en el pequeño anillo de tráfico de drogas sintéticas del pueblo, a interrogar a compañeros de clase y amigos cercanos del difunto y a visitar a una joven que, según se dice por ahí, suele sacarse fotos completamente desnuda, con una máscara de tigre como único atuendo.
A diferencia de lo que ocurre con cada nueva encarnación del neo-noir, El pequeño detective elimina de cuajo cualquier atisbo de imitación estética de los clásicos del género: no hay fotografía contrastada, los planos son usualmente horizontales y nunca llueve, por lo cual no resulta indispensable que el protagonista vista un impermeable. “Quería hacer un noir que no fuera contrastado, que no se viera oscuro. Es decir, un noir que tuviera la mirada de un niño detective. Quería que la película existiera entre el mundo del detective hard-boiled a lo Philip Marlowe y las novelas de Nancy Drew. Visualmente, tuvimos muchas conversaciones con el director de fotografía y decidimos muy temprano que la idea no era homenajear a los clásicos, sino que la iluminación fuera lo más clara y colorida posible. Lo oscuro no está dado por la fotografía sino por los temas que comienzan a surgir en la investigación. Esa aparente contradicción es lo que me parece más interesante”, explica el director.
Excéntrica y, en más de una ocasión, sorprendente, entre las virtudes de El pequeño detective deben destacarse los precisos y afilados diálogos cómicos, gags verbales que no siempre están jugados a la carcajada y que generan un particular efecto de retardo: es sólo después de algunos segundos que el espectador cae en la cuenta del punchline, el golpe de efecto humorístico. Morgan destaca que, en ese sentido, no hubo posibilidad alguna de improvisación y que cada línea debía ser dicha de manera precisa y meticulosa.
“Eso está muy ligado a las actuaciones, lo cual fue realmente un desafío. El de la película no es un mundo naturalista, sino todo lo contrario, a pesar de que por momentos parezca otra cosa. Y cada mirada, cada diálogo, cada movimiento tiene una cadencia particular que debía ser respetada para logra el efecto deseado. Por esa razón no hubo mucha espontaneidad en el set”, detalla.
Tarea dura para un rodaje de apenas 26 días y unas 128 páginas de guión que empujaron a Evans y equipo a resolver muchas escenas por día. El realizador lamenta que como consecuencia de la pandemia y la cuarentena la película no haya podido proyectarse hasta la fecha ante un público en una sala de cine. “En la comedia eso es esencial. Poder sentarse a ver y escuchar la reacción de la gente en una proyección colectiva. Lo único bueno que nos dio el aislamiento fue que el editor no pudo viajar para trabajar en otro proyecto que tenía comprometido y, en cambio, se concentró en el montaje de The Kid Detective”, expresa.
Con tantas películas estadounidenses filmadas en Canadá por cuestiones de impuestos (Toronto suele hacer las veces de Chicago, Filadelfia e incluso Nueva York), la idea de Morgan era que la ciudad en la cual tuvo lugar la filmación, en el norte de la provincia de Ontario, no reflejara en pantalla un lugar específico. “Hay gente que busca signos geográficos específicos. Alguien me ha dicho que se ve una placa de Ontario en un plano y un billete de dólar estadounidense en otro. Pero la intención fue que eso permaneciera como algo ambiguo, que no se pueda saber si estamos en los Estados Unidos o en Canadá. En el fondo, deseaba que se sintiera que todo transcurre en un mundo literario, en ese lugar ficcional que puede hallarse en los libros detectivescos para jóvenes”, argumenta el realizador.
Morgan escribió la historia de El pequeño detective específicamente con Adam Brody en la cabeza. El director se declara fan de la serie O.C.: Vidas ajenas, en la cual el actor californiano comenzó a participar en el año 2007, en el rol de Seth Cohen, muy posiblemente su papel más conocido. Eterno secundario más allá de algunos protagónicos puntuales, Brody aportó su talento en títulos tan diversos como Sr. y Sra. Smith, Scream 4, Shazam! y la magnífica Diabólica tentación, y para Morgan la personificación física de Abe Applebaum no podía ser sino suya.
“Su papel en O.C. es extraordinario y cada una de sus participaciones, aunque sean muy pequeñas, siempre mejoran la película o serie en cuestión. Creo que su talento está subvalorado y casi siempre es utilizado como ‘alivio cómico’ en escenas dramáticas. Quería ofrecerle algo distinto a lo que suele hacer y, luego de las primeras charlas, se dio un proceso en el cual yo escribía el guión y le iba pasando partes para poder conversar al respecto. Me interesaba que pudiera participar en un film en el cual estuviera presente en todas y cada una de las escenas; un rol más complejo, con mayor cantidad de capas, que los que suelen ofrecerle. Un personaje que permitiera que su carisma brille, muchas veces con humor, pero que también ofrezca un grado de vulnerabilidad y de oscuridad creciente”, señala.
Morgan admite que una cuestión que lo puso muy nervioso antes del rodaje era la química que debía darse entre los dos personajes centrales, Abe y la joven Caroline: “Más allá de que Adam y Sophie son grandes intérpretes, la relación en pantalla era algo que me preocupaba. Era muy importante en esta película en particular, porque cuando se tiene a un personaje que anda por los 30 y una chica adolescente como dúo protagónico nadie quiere que eso se sienta como algo siniestro. Y eso dependió mucho de las actuaciones y la interacción en cámara. Creo que lo logramos: una relación pura que va creciendo hasta que se transforman en un verdadero equipo”.