Pasaron Cromañón y más de una devaluación, pasaron varios presidentes y también una presidenta, apareció una pandemia y eclosionó toda una escena. Pasó de todo… y Melonio sigue existiendo. Antro, sótano, tugurio: el bar de Congreso recibió innumerables (des)calificativos mientras abundaban salas de mayor carpeta y alcurnia. Hasta que un día ese ecosistema se fagocitó y, de repente, Melonio fue de lo poco que quedó de pie en un escenario postapocalíptico.

Hoy, a más de quince años de su inauguración, el reducto de Montevideo 175 vuelve a sacar la cabeza debajo del pantano para tomar oxígeno y reinventarse, tal como ya lo había hecho tantas veces. La última de ellas, en 2016, luego de una larga clausura. "Durante muchos años habíamos sido una especie de 'oveja negra': no nos habilitaban, pero tampoco nos cerraban", recuerda el Turco Ayala, socio fundador de un bar que increíblemente consiguió los permisos para funcionar con todas las de la ley en contexto de cuarentena y gracias a la sinergia de la Clumvi, Cámara de Clubes de Música en Vivo.

Melonio comenzó como un bar de la noche de Congreso en la planta baja, al ras de Montevideo, hasta que a los dos años, y luego de hacerse de un público habitué, se habilitó el subsuelo para montar un escenario y darle lugar a bandas en vivo. Aunque "habilitar" es un decir: "Pasamos por mucha persecución y poca voluntad de parte de autoridades para darnos los permisos correspondientes. Nunca quise hacerlo pagando 'costos', sino de manera legal", se jacta el Turco, guiño mediante.

Debuts con protección

Lo que para muchos era antro, para otros significó refugio. Sobre todo después de Cromañón y la clausura a mansalva de lugares y reductos similares. Melonio supo convertirse en el escenario debut de centenas de bandas, también en el puerto de desembarco porteño de tantísimas del interior. Y además, claro, de noches memorables, como aquella en la que Pity Álvarez –acaso en sus últimos momentos de brillo– apareció en moto con un tapado de piel y un casco rojo que no se sacó en toda la noche, ni siquiera cuando subió a cantar después de pedirle permiso al grupo que estaba tocando.

Eran épocas en las que se había aceitado un mecanismo de autoprotección ante el incesante sobrevuelo de buitres y halcones en procura del Señor Billetín: cuando la rapacidad se acercaba a la puerta, se desplegaba con celeridad una pantalla gigante en el escenario del sótano que tapaba los instrumentos, y se proyectaba en ella alguna película. En lo que tardaba el caranchaje en bajar, Melonio se reconvertía en un bar de cine con gente sentada tomando un trago. Surrealista.

Toda esa maniobra era fatigosa. Y, sobre todo, injusta: el lugar cumplía con cada una de las medidas de seguridad. El único pecado fue negarse a aportar a las cajas paralelas. Así sobrevivía con un aura de clandestinidad medio bizarro: nadie podía ignorar lo que pasaba en ese reducto de Congreso, de cuyas entrañas bullían músicas indisimulables ante todo aquel que pasaba por la puerta.

Foto: Cecilia Salas


Los nuevos holas

Desde hace unos años, la batuta la retoma Sergio Casado, hombre de largo trayecto tanto en locales nocturnos como en el rock (es cantante de Ira). "Después de estar ocho meses cerrado, y en el contexto del rubro, es increíble que algunos lugares estén cerrando y nosotros, por ahora, subsistamos de manera autogestiva, poniéndole el pecho", dice con cierta angustia pero mucho orgullo.

"Hoy Melonio está abriendo como en sus inicios: en forma de bar", dice Sergio, aliado con Gabriela Renna en este nuevo montaje que consiste en mesas sobre la vereda, música funcional y un lento despliegue de actividades paralelas que comenzó con la presencia de Chico Bomba, la radio itinerante del Chinasky Morales, guitarrista de Mamushkas y bajista de Pilsen. "Lo estamos repensando como un espacio cultural con cursos y talleres de teatro, literatura, fotografía y música". ¿Y las bandas? "Para eso vamos a esperar a que haya nuevas normativas. No es momento para amontonar gente", explica Casado con sensatez. Bien ahí.

De todos modos Sergio no olvida que, desde que llegó en 2015, pasaron por el bar un promedio de 600 bandas al año con arreglos que él defiende como equitativos: "Desde el famoso 70/30, a entregarles a los artistas la taquilla de la puerta, bien al estilo Cemento". Y no solo de punk, tal como inicialmente se lo asoció: hubo grupos de todo tipo, fiestas electrónicas y hasta ferias de libros y discos. Como sea, mientras tanto, Melonio teje un lazo cooperativo con la pizzería que está enfrente y con el restorán que tiene al lado, para tener una oferta gastronómica.

De miércoles a sábados a partir de las 18, Melonio volvió a recibir gente. "Hoy, en este contexto, es difícil mantener un público. Pero se ve que, a pesar de todo, no hicimos las cosas mal, y todavía lo seguimos teniendo", desarrolla Sergio. "Melonio empezó siendo un bar, no una discoteca. Hoy es un conjunto de cosas. Y aunque el entorno nos afecta y no hay muchas respuestas, nos armamos de paciencia porque la situación es crítica y vemos que otros lugares no pudieron sostenerse. Mientras tanto, vamos a esperar y a resistir para que, en algún momento, volvamos a funcionar con la normalidad de antes."