Celia hacía dibujos de diseños de vestuarios de las actrices de Hollywood para una sección llamada “La moda en el cinematógrafo” en un suplemento del diario La Nación. Se iniciaba la década del 40, y para realizar los dibujos, su hijo Héctor debía pasar a buscar por las distribuidoras de cine las fotos de actrices como Katherine Hepburn. A punto de cumplir los 90 años, Héctor Olivera recuerda en su biografía Fabricante de sueños esas escenas pintorescas de cuando tenía 11 años y debía tomarse el tranvía para ir a buscar fotos de actrices. Al leer este fragmento de su autobiografía que acaba de editar Sudamericana, es inevitable pensar en Manuel Puig mientras se lee su visión del glamour hollywoodense filtrada por el color local. Y si ese inicio es puiguiano, su continuación lo es aún más. Porque su madre, que firmaba esos dibujos como Zely, terminó trabajando en el cine como vestuarista, y en la película Allá en el setenta y tantos (1945), conoció por primera vez a Fernando Ayala, que era asistente de dirección. “Mamá no imaginó que ese gordito amable y muy formal sería tan importante en la vida de su hijo”, agrega Olivera. No iba a pasar mucho tiempo para que su madre le pidiera a Ayala contratar a su hijo como segundo asistente de dirección en una película.

UNA AMISTAD PARTICULAR

En esos años de entrenamiento en la industria del cine, Olivera coincidió con Ayala en varios rodajes, incluso en uno donde viajaron a Chile, y se fue forjando una relación más allá de lo laboral. Mucho más allá. La principal pasión que los unía era, por supuesto, la cinefilia, que incluía salidas los sábados a ver películas, un ritual que no mucho antes Olivera hacía con su madre. Y uno de esos sábados, la historia pegó un giro esperado: recuerda Olivera que si bien Ayala “hacía todo lo posible por mantenerse en el closet, su homosexualidad era evidente para quien lo conociera de cerca. Un buen día, almuerzo en el restorán Riobamba y luego una película en el cine Grand Splendid. A la salida, un té y después de comentar el film, muy sutilmente Fernando me propuso iniciar lo que entonces se llamaba una amistad particular.”

Esa escena entre ambos podría haber formado parte de Sábado a la noche, cine (1960), película que varios años después dirigirá Ayala y producirá Olivera, donde algunas parejas viven romances compartiendo la cinefilia en la misma noche de un fin de semana. Pero pasó más de una noche para que se concretara esa “amistad”, porque le tomó dos semanas a Olivera aceptar esa propuesta a la hora del té. Olivera confiesa que “no tenía ninguna tendencia homosexual sino un rechazo proveniente de mi educación militar decididamente machista” y que se dio cuenta de que la esa relación “solamente podía ser para bien, pero la decisión no surgía fácilmente a pesar de que me atraía la curiosidad de vivir una experiencia distinta y sentir que por primera vez en mi vida le podía aportar felicidad a alguien que me necesitaba.” Dos sábados más tarde, luego de ir a ver otra película juntos, ambos terminaron en el departamento de Ayala y así comenzó una relación íntima que duró unos años. Y aunque con el tiempo dejaron de gozar del sexo compartido, siguieron formando una amistad y sociedad de 50 años que incluyó fundar Aries en 1956, productora que los hizo responsables de varias decenas de películas, obras de teatro y series de TV.

Además de relatar detalles de sus amores con varias parejas heterosexuales que marcaron su vida familiar, Olivera hace pública por primera vez la relación sexoafectiva de su juventud con Ayala en Fabricante de sueños. ¿Pero hubo algún sueño queer de esa factoría? Sí, claro, el dúo hizo películas pioneras de la sensibilidad queer en el cine argentino, muchas veces enfrentando a la censura de su época. Hoy, ver el cine de Ayala bajo la luz de esta revelación, puede resaltar aún más algunos rasgos de sus películas, como las pistas que daba Rock Hudson en sus performances en las películas antes de salir del clóset.

MODERNIDAD QUEER

El primer éxito de la dupla Ayala-Olivera fue El jefe (1958), película basada en el relato de David Viñas. Hay una escena clave donde el personaje del título, interpretado por Alberto de Mendoza, le pinta unas tetas femeninas en el pecho a un joven. Toda esa escena tiene un homoerostismo violento, está en clave de denuncia del machismo del protagonista y puede ser una de las primeras veces que se representa en el cine argentino a una barra de varones que hace bullying a alguien que no tiene sus mismos códigos de virilidad. La dirección de Ayala retrata una amistad con mucho de seducción viril, pero también como forma de poner en crisis ciertas opresiones. Con El jefe la productora Aries posicionó a ambos como promotores de un cine autoral que modernizara al cine argentino, y sus películas fueron reconocidas como precursoras, junto con las de Leopoldo Torre Nilsson, de la renovación de la generación del 60. Como cuenta en su autobiografía, Olivera había viajado a New York a incio de los 60 y se encuentra con el argentino Julio Kaufman, arquitecto homosexual que había comenzado a producir teatro. Allí surge la idea de hacer la versión cinematográfica de obras con intérpretes del Actor's Studio. Primero quieren adaptar a Tennessee Williams pero los derechos eran muy caros. Se deciden por la obra Huis clos de Jean-Paul Sartre, y Ayala en Europa consigue una entrevista con el agente del filósofo y escritor existencialista y obtiene los derechos. El resultado es una adaptación en doble versión, en inglés y español: una película con tres personajes, dos mujeres y un varón, encerrados en el infierno, representado en una habitación de hotel. Inés Serrano, interpretado por Inda Ledesma, es lesbiana y expresa su deseo explícitamente en toda la película: fuma un cigarrillo post-coito con otra mujer en la cama, acaricia la espalda de una mujer desnuda y acosa al personaje de María Aurelia Bisutti sin nungún pudor. “Soy una antorcha que arde en el corazón de otra gente”, dice Inés, y si el infierno en la película es una fría habitación de hotel, el fuego lo aporta una lesbiana hot.

Si Huis clos (A puerta cerrada) cuenta la historia de cómo murieron tres personajes y fueron a parar al infierno, la película invierte el relato moral de la muerte poniendo fin al lesbianismo, porque el deseo de Inés no se detiene ni con la muerte. En su entrega actoral, Ledesma, quien fue destacada por la crítica de la época, hace una performance tremenda y redondea a una lesbiana indestructible, eterna, un deseo desviado que no apaga ni siquiera la muerte. Producida por Olivera y por Ayala, quien también supervisó la dirección de la adaptación al cine, no cedieron a hacer ninguna variación de los contenidos y la versión en inglés, a pesar de haber tenido premios en el Festival de Berlín, fue prohibida en Inglaterra por su contenido lésbico. Huis clos se volvió una película maldita.

Sin embargo, al año siguiente, Olivera va por más y se atreve a hacer su primer argumento para cine para que lo dirija Ayala, la primera colaboración más profunda entre ambos. La película originalmente se iba a llamar “Machito”, pero el título finalmente fue Primero yo, y tiene una dimensión queer tal vez del mismo nivel que Huis clos. El relato sigue a Jackie, un hijo que vuelve de Europa para reencontrarse con su padre, un exitoso automovilista argentino, que tiene una vida de playboy. Jackie vuelve decidido del viaje a seguir su vocación por el ballet, pero su padre quiere que se vuelva un hombre, así que toda la película es un muestrario del machismo disciplinario sobre las elecciones de su hijo. Otra vez, la figura del varón aguerrido es encarnado por Alberto de Mendoza, sinónimo de una cierta virilidad convencional en la época, que esta película pone en crisis. Además, en 1963, Primero yo retrata una comunidad queer relacionada con las artes y la danza, lo hace sin caricatura, sin burla, por primera vez en el cine argentino. Incorporando algunos íconos queer vernáculos al cast, como Bergara Leumann y una muy joven Marilina Ross, frecuente en las películas del dúo. Es una historia frontal y valiente, tal vez un poco dura para la época, y aún para hoy, porque muestra cómo la violencia machista lleva al exterminio. Tal vez por eso fue siempre un poco esquivada, incluso olvidada, aunque fue seleccionada en 1963 para la competencia del Festival de Cannes. Ese mismo año, Olivera produce Paula cautiva, una película que dirige Ayala basada en un cuento de Beatriz Guido donde en el momento que la pareja central de Susana Freyre y Duilio Marzio se besan están viendo una escena de Rodolfo Valentino, el latin lover marica. Pareciera que durante los 60, en las películas pioneras de Ayala y Olivera, todo amor debía tener algo queer.

EL CINE LOS CRÍA: ELLOS PRODUCEN

Sobre una idea de Olivera, en 1966 Ayala dirigió Hotel alojamiento, película que creó todo un subgénero de la picaresca argentina de historias corales en habitaciones de telos. En una escena, una pareja de hombres entra abrazada al hotel y genera confusión. Como cuenta Olivera en su autobiografía, la película hizo renacer a la productora Aries, y generó otras dos, la primera fue La gran ruta (1971), que transcurre en un albergue transitorio en la Panamericana, y allí comienza a tener una mayor presencia el cross dressing, el drag y el travestimo que será parte esencial de la picaresca de Aries. Por esos años, Héctor Olivera debuta en la dirección también con Psexoanálisis, sobre varias parafilias de pacientes de un falso psicoanalista, uno de ellos interpretado por Julio de Grazia, quien lograba asumir su gusto por travestirse. Incluso, a mitad de la década del 70, Aries produjo Mi novia el... (1975), cuyo título original tenía la palabra “travesti”, pero fue censurado. La película toca el tema de la transfobia, pero como mucha obra picaresca es moralmente ambigua, en parte es una transgresión, pero también es una burla. Con las numerosas películas producidas por Aries y protagonizadas por el dúo de Porcel y Olmedo, el travestismo y la presencia de maricas se convirtió casi en un rasgo obligado, tanto en películas para adultos como para niños. El summun fue Atracción peculiar (1988) que es casi un carnaval travesti y fue la última película de la dupla. Y si bien se pueden juzgar muchas de ellas con una dimensión ofensiva, hay ciertas desviaciones valiosas. Sin embargo, Ayala y Olivera solo producían y no estaban tan involucrados en cuestiones más creativas de la saga de Porcel y Olmedo. En la película La nona (1979), que sí dirigía Olivera, “tuvo algún problema con la censura”, como revela en el libro, porque se decía que “no podía autorizarse una película que denigraba a la abuela, pilar fundamental de la familia cristiana”. Tal vez, para los censores de esa época, la denigración era que la abuela era interpretada por el actor Pepe Soriano travestido.

Después de sus películas picarescas iniciales, Olivera prefirió dirigir películas como La Patagonia rebelde o La noche de los lápices, entre otras que no tenían una dimensión queer. Sin embargo, Ayala, hasta el final, parecía siempre incluir al menos algún gesto queer en cada una de las películas que dirigía, como exponer el culo de Federico Luppi en El año del conejo (1987). Pero Dios los cría (1991), la última película de Ayala, quien murió en 1997, significó una suerte de testamento queer. Infravalorada en su momento, incluso Olivera en esta autobiografía no solo no le da mucha importancia, sino que hasta la trata de transnochada. Sin embargo, con un guion basado en un caso real leído por Olivera, la película retrata los hábitos de un personaje homosexual interpetado por Hugo Soto, que se monta para salir y frecuenta una disco muy queer. Hasta ese momento el cine argentino había hecho representaciones de homosexuales en pareja entre cuatro paredes, sin vida social. Tan pionera como otras de sus películas, Ayala-Olivera crearon un sentido de comunidad LGBTIQ como nunca antes se había visto. Además, el personaje gay terminaba haciendo una alianza con una madre prostituta, interpretada por Soledad Silveyra, formando una familia con su hijo. Por supuesto hay también mucho camp en Dios los cría, empezando por la presencia de China Zorrilla. En el momento del estreno de esa película, a inicios de los 90, a la Comunidad Homosexual Argentina le había sido negada la personería jurídica, y aún no existía la Marcha del Orgullo en Buenos Aires. Hoy esa película sigue olvidada como muchos de los gestos de avanzada de las producciones de Aries. Esperemos que esta biografía de Olivera ayude a rescatar una cultura queer que en muchos casos hizo historia y hasta aún desafía al presente.