Dicen que tuvo una buena muerte, la medianoche de ayer. A los 83 años Laureano Segovia abandonó este lugar y andará entre los sabios e imprescindibles que se han ido quién sabe a donde. Partió con la tranquilidad de quien cumplió su objetivo. En 1995, cuando promediaba su vida, se propuso escribir para que su Pueblo tuviera algo con qué probar su preexistencia en ese territorio, disputado por criollos. Años antes de su muerte pudo decir: "Ahora, los wichí tienen libro".
Y no solo uno, cuatro libros tienen, fruto de su trabajo de rescate de la historia y la cultura de su Pueblo, el Wichí.
Laureano Segovia vivió toda su vida en torno al río Pilcomayo, desde que naciera, en 1948, en Misión San Andrés, del lado formoseño del río. Mucho tiempo y trabajo después, vino a radicarse en Misión La Paz, que descansa sobre el lado salteño del río. Tenía un amor muy grande por ese río, al que llamaba "Madre", porque siempre alimentó a su Pueblo.
San Andrés fue una de las misiones creadas por los ingleses cuando llegaron a estas tierras. En ese lugar Laureano conoció el trabajo y también aprendió a leer y escribir, practicando sobre el suelo nomás, porque recién a los 13 años conoció eso de los útiles escolares, lápices y cuadernos. Años después, en 1995, en una noche en vela, impulsado por la impotencia que provoca saberse víctima de una injusticia, ya viviendo en el amplio territorio de los ex lotes fiscales 55 y 14, en el Chaco salteño, tomó la decisión de escribir para que los wichí tuvieran libros.
Ese día había participado de una reunión en el paraje San Luis, convocada por el gobierno del capitán de navío Roberto Augusto Ulloa (que ocupaba la gobernación elegido por el voto tras haber sido gobernador de facto). Tramposamente, los funcionarios dijeron que iban a determinar quién decía la verdad sobre la propiedad del territorio de 648 mil hectáreas que se disputaban criollos e indígenas: preguntaron a los criollos (los chaqueños) si eran los dueños, dijeron que sí y, como prueba, exhibieron un libro. Preguntaron a los wichí, dijeron que sí; les pidieron entonces que mostraran donde estaba escrito. Nadie pudo levantar la mano.
Esa noche Laureano decidió que iban a tener una prueba escrita de su existencia en ese lugar, donde siempre vivieron. En 1996 publicó el primer libro, Lhatetsel (Nuestras raíces-nuestros antepasados), escrito íntegramente en lengua wichí.
Laureano recolectó las historias de su padre, sus abuelos, sus tíos, ancianos y otros "paisanos", todo aquél que recordara su pasado. Durante 20 años recorrió de una punta a otra, de Argentina a Bolivia, 35 comunidades instaladas a la vera del Pilcomayo. Esas historias quedaron grabadas en 300 casetes que guardaba celosamente en su Taller de Memoria, en Misión La Paz.
El cólera y la covid
Salta/12 visitó a Laureano Segovia en su taller a principios de marzo de 2020. La pandemia de la covid-19, de la que recién se empezaba a hablar aquí, le provocaba tristes recuerdos, de la peste del cólera que en la década del 90 se abatió sobre las poblaciones en la cercanía del Pilcomayo.
Andaba precisamente en el rescate de historias cuando en 1992, junto a su hijo todavía niño, visitó Villa Montes, en Bolivia. De regreso hicieron noche en Crevaux, donde compartieron con una familia. Al día otro día siguieron el viaje, en bicicleta y llegaron a Misión La Paz al atardecer. Esa noche su nuera comenzó con dolor de estómago, vómitos y diarrea; a las 9 de la mañana del día siguiente su hijo empezó a sentirse mal, también con diarrea y vómitos.
El relato de lo que sigue es también una crónica de las carencias que soportan todavía hoy los pueblos originarios: en Misión La Paz no había comunicación de ningún tipo para pedir una ambulancia, el centro de salud ni suero tenía. Laureano buscó toda la mañana un vehículo para trasladar a los enfermos hasta el Hospital de Santa Victoria Este, a 25 kilómetros, recién lo consiguió a las 4 de la tarde. Cuando por fin los enfermos llegaron al Hospital, les pusieron suero pero los médicos no se explicaban qué les pasaba. La mujer falleció a eso de la 1 de la mañana y el niño unos pocos minutos después.
Tengo para contar mi palabra
"Mi papá dijo: Mirá hijo, no tengo estudio, lo que tengo mucho para contar es mi palabra", dice Laureano Segovia en el documental Tewok, que iba a presentarse a principios del año pasado pero no se pudo, por la pandemia.
El escritor Carlos Müller, codirector del audiovisual y uno de los compañeros de caminos de Laureano, lo despidió ayer: “Nos ha dejado Laureano Segovia, wichí del Pilcomayo, historiador, escritor, un hombre que amaba a su pueblo y que siempre luchó por la defensa de su cultura, de su lengua y de la tierra".
El padre de Laureano era analfabeto, pero le gustaban las historias, y transmitió a su hijo ese gusto, que se crió escuchando esos relatos y años después los imprimió en papel.
En 1998 presentó su segundo libro, Olhamel otichunhayaj (Nuestra Memoria). En 2006 publicó Otichunaj Ihayis tha oihi tewok (Memorias del Pilcomayo), y en 2013, Nosotros los wichí.
De esa última obra es el relato de la imagen que ilustra esta nota, Historia de una serpiente que comía gente en el pastizal, tomado de Martiniano Marcelo, de Misión La Paz.
En 2005 el INADI reconoció la labor del escritor wichí, en 2007 Laureano Segovia recibió el Premio The Ken Hale Prize de la Sociedad para el Estudio de las Lenguas Indígenas de las Américas (SSILA) y en 2018 el gobierno de Salta le otorgó el reconocimiento al mérito artístico.
"Para mí es importante escribir porque así no se pierde nuestra cultura wichí. Los jóvenes wichís siguen mucho a la cultura blanca y así nuestra cultura se va perdiendo. Al realizar estos registros bilingües que se transformaron en libros, los chicos pueden aprender”, dijo alguna vez al hablar de su obra.