El ministro de Seguridad de la provincia, Maximiliano Pullaro exhibió esta semana números beneficiosos para su cartera. Bajas en los delitos, esclarecimientos de homicidios y también alguna merma en los asesinatos. Es cierto que hubo mesura en los anuncios, pero el ministro no podía ocultar su satisfacción. El gobernador Miguel Lifschitz, sin embargo, no se equivoca al hablar de estas cosas: "Teníamos 40 de fiebre y ahora tenemos 39", repite porque sabe lo mal que cae en la población batir el parche con buenas estadísticas cuando los vecinos sufren todos los días hechos de violencia y robo. Las sensaciones en este rubro tan particular son importantes, también cuando el Ejecutivo provincial repetía a principios de 2007 que la inseguridad era, precisamente, "una sensación".

Con todo, la clave está en observar el nuevo paradigma en seguridad en la provincia. Este pasa fundamentalmente por la idea de no repetir las malas experiencias del gobierno de Antonio Bonfatti pero tampoco la de Hermes Binner. El ciclo sería así: el primer gobierno socialista optó en primera instancia por un autogobierno de la policía y terminó con un jefe preso por narcotráfico. El segundo gobierno pretendió cambiar a la policía y se quedó a mitad de camino con una fuerza connivente con el narcotráfico y la casa del propio gobernador baleada en medio de la mayor ola de asesinatos entre bandas organizadas de la historia de Santa Fe. Esta administración va por el medio: Desdeña el autogobierno policial pero eligió descartar los cambios profundos en la policía. Le soltó un poco más la mano a la fuerza para obtener algún resultado, pero comienzan a verse algunas consecuencias nefastas en el territorio. Lo que sigua faltando es la conducción civil férrea de las fuerza. "A la policía se la manda, no se la deja hace sola pero tampoco se juega de amigo", señala un criminalista, buen observador de la realidad santafesina. Pero este capítulo no sólo pude señalárselo en Santa Fe. Si hay una gran deuda de la democracia esa es la de no haber conformado fuerzas de seguridad democráticas.

La reacción del propio ministro Pullaro frente al atropello policial en el barrio qom es ilustrativa del tema. El ministro no habló mucho públicamente pero respaldó las bravatas del jefe policial usando las redes sociales. Ya todos saben que el abuso de la fuerza en el barrio pasó más que nada por la discriminación al origen de sus habitantes y hasta un policía pasado de copas, que por la persecución de delincuentes con prontuario y fugados que buscaba la policía. Primero porque es sabido que la policía de Santa Fe no busca a nadie, sino no se explica la cantidad de presos con salidas transitorias que no regresan a los penales. Y segundo porque el fiscal que investigó el tema pudo establecer claramente que los delincuentes que figuraban entre los detenidos del barrio, habían sido apresados días antes en otras circunstancias. Los usaron para justificar el procedimiento y los allanamientos furiosos a las humildes casas del barrio donde se llevaron "los cuchillos de mi cocina" para usar como prueba, como lo contó una vecina para la televisión.

 

 

El fiscal Ponce Asahad preguntó varias veces a Coronda si había un delincuente con pedido de captura. Nadie le informó, no pudo más retenerlo y lo soltó. Después llegó la comunicación de que ese preso sí estaba fugado. Eso les sirvió para correr del caso a un fiscal que logró incomodar al personal de la seccional 19 con sus investigaciones. La causa pasó a la fiscalía encargada de los casos de violencia institucional donde muchos de esos policías ya tienen expedientes abiertos que no avanzan hace más de un año. Es claro que no le va muy bien a los fiscales que intentan profundizar en las investigaciones a policías, fiscales que tienen jefes más preocupados por sus carreras políticas que por los casos que encaran sus subalternos.

La reforma judicial que encaró la provincia con el fin de obtener mayor eficacia en los procedimientos, aún tiene mucho que andar. Sólo la Policía de Investigaciones (PDI) otorga algunas certezas a la hora de los procesos. Pero, se ve, los policías comunes de muchas cuestionadas seccionales siguen teniendo muchos elementos para embarrar la cancha, ocultar, pruebas y fabricar otras. Acaba de ser detenido un oficial que extorsionaba a un asesino para zafarlo de la prisión. Hechos como estos son los que demuestran lo mucho que hay que hacer aún en la materia: No hay delincuente por más peligroso y sanguinario que sea, que no le tema a la policía de Santa Fe y no precisamente por su profesionalismo.

El poder político no tiene paciencia para encarar una reforma policial de cuajo. Las marchas por la inseguridad en Rosario y en distintas localidades de la provincia, hicieron que la voz marginal del senador Lisandro Enrico (UCR) se tornara en un discurso escuchado en la Legislatura provincial para salir corriendo hacia el camino más corto: La demagogia punitiva. Esa que pregona un peligroso mensaje hacia una policía que tiene las características antes descriptas. Ese conjunto de parches penales que fueron acompañados por la mayoría de los legisladores de todos los partidos y que establecen, por ejemplo, que una persona pueda estar detenida hasta cuatro días sin informar a ninguna autoridad policial. Todo eso con una fuerza que tiene en sus espaldas los antecedentes de Franco Casco y Pichón Escobar, para nombrar sólo alguno de los casos. Una policía que está denunciada internacionalmente por estos asuntos.

Al panorama se sumó en estos días el debate por los presos con salidas transitorias que no regresaron nunca a sus celdas en Santa Fe. Pullaro admitió en la televisión nacional que son detenidos cuando vuelven a delinquir. Es decir, que si el reo se va a tomar mates a la casa de la madre, nadie lo busca. La respuesta acaso fue mejorar el control de las salidas transitorias o salir a buscar a los que no vuelven. No, otra vez el camino más corto: No hay más salidas transitorias para nadie.

Como consecuencia, los internos del penal de Coronda lanzaron un paro. ¿Cómo es posible esa medida?, no concurren a los talleres ni colaboran en la cocina. Lo que pasa adentro de las cárceles le importa poco a los gobiernos y nada a la sociedad en general. Después vienen las sorpresas por un delincuente liberado que vuelve a robar o, lo que es peor, a matar y violar. La gente observa el proceso en las dos puntas, la condena y la salida del penal. Las condiciones de los años a la sombra, no son tema.