No reconocemos la aldea. Brecht aseguraba que, un día, también se cantará sobre los tiempos sombríos. Es la vida de hoy, que se desangra, que no podemos tocar, que no podemos abrazar, la vemos pasar, sin prisas, como un sueño ajeno, distante, fuera del ruido de la calle. Cada primavera Perséfone emerge del infierno, y como una brisa cálida de calima nueva derrite los cristales del invierno. Es tiempo de encontrarnos, de llenar las ágoras, las plazas, las avenidas, para glosar el misterio inasible de la belleza del mundo. Todos venimos del viaje heroico de Ulises en su regreso a Ítaca, Alejandro Dolina también. Odiseo enhebra todas las noches texturas apacibles de voz y de sonido: lee, pregunta, escucha, mira, sueña, vive, y deambula por las copas de los árboles, mientras un Whitman apasionado lo reconoce: “descansa en la hierba/ suelta el freno de tu garganta/ ni palabras, ni música, ni poesía quiero/ solo el susurro de tu voz templada”.
-¿Qué soñó anoche?
-Que no “volaba”. Resultó extraño, como un acto de injusticia.
-La vida que no podemos vivir podemos soñarla. Soñar es otra manera de vivir, más libre, más bella, más auténtica...
-Soñar nos permite tener una segunda vida. Somos lo que somos, pero los sueños nos permiten ser lo que queremos ser. Hoy los sueños están en otra parte, en la esperanza. Pero la esperanza es una diosa esclavizante, temible, inmovilista.
-Hay un nosotros sagrado, amenazado, un nosotros que es un cuerpo colectivo que asedian con furia, con rencor turbio, de negación del otro como ser humano. ¿Lo percibe?
-Es el zumbido ronco del fariseo burgués. Grotesco, mezquino, miserable, que reclama una libertad supuestamente “arrebatada” para satisfacer un deseo mínimo, infame: el beber una cerveza en la calle, irse de compras, juntarse, mezclarse, sin atender el drama que nos paraliza. Con banderas al cuello exige una libertad de “bolsillo”, una “libertad individual”, donde ni el dolor, ni los contagios, ni las muertes le sacuden la conciencia.
-Kant decía que el bienestar es un ideal de la imaginación, mientras que la justicia es una exigencia de la razón.
-El “homo economicus” de la modernidad no entiende de razones. El burgués protesta desde falsas posiciones ideológicas, hace política opositora de trinchera, de barricada, solo por la defensa de un sistema de mercado sin restricciones. No se puede crear una sociedad igualitaria con quienes creen que el mundo se termina en la verja de su propiedad.
-La memoria es una inmensa niebla llena de resonancias.¿Qué momentos importantes recuerda de su vida?
-El nacimiento de mis hijos, y los relacionados con el amor.
-¿Se ha enamorado mucho?
-Me he enamorado. Me he llevado bien con el amor, y más con el amor a la belleza. Hoy me sigo enamorando, desde un concepto artístico, lírico, poético. También he sufrido de forma intensa el desamor. El desamor es un dolor mal curado. Mi amigo, Gabriel Rolón, acaba de escribir El Duelo, donde analiza el dolor desde la perdida, la ausencia. El dolor es inherente a la vida, pero hay que soportarlo con entereza. Todos llevamos ausencias sin resolver.
-¿Ha conocido la depresión?
-Claro, vive conmigo, en la habitación de al lado. No es peligrosa, aparece de forma puntual. Cuando veo televisión se manifiesta de forma virulenta. Tengo el aparato en ese cuarto, debo cambiarlo. La depresión es el gran drama social de nuestro tiempo, temible, doloroso.
-¿Por qué hay tanta gente avergonzada de su cuerpo y tan pocas de su mente?
-Porque el “cuento” que te “cuentan” está lleno de realidades imaginadas, inducidas. Se sostiene desde una falsa felicidad obligatoria que potencia la imagen, el envase, no el contenido. Es la bruma de una sociedad donde no sabemos si consumimos o somos consumidos. En mis años de juventud me fui a recorrer el mundo; encontré gente leyendo, intentando aprender, profundizar, razonar. Sabíamos que la sociedad de consumo era el problema, no la solución. Esa cruzada se ha perdido, pero era el espíritu de la época. Hoy las enciclopedias se leen en las redes sociales, el espíritu es ganar dinero, poseer, acumular, defender lo individual por encima de lo colectivo. Hemos pasado de sociedades culturales, de protección, de cuidado, a sociedades de inmensos vertederos de lo innecesario, del cansancio, de la utilidad de lo inútil.
-¿Cómo se lleva con las redes sociales en este capitalismo de vigilancia?
-Las evito por salud mental. Es el nuevo axioma de la distopía neoliberal. Acaban con la dimensión social del individuo al situarlo en el centro de la escena, lo apartan del escenario colectivo. El “ego” conmigo a todas partes y todo el tiempo.
-Algunas voces estiman que el fútbol también se ha transformado en un axioma neoliberal.
-También hay un fútbol fariseo que se manifiesta como un negocio especulativo y que responde a la dinámica actual del sistema. La fuerte entrada de capital financiero en los últimos años lo acredita. Eso no quita que el nivel de fútbol sea bueno.
-¿Lo sigue?
-Sí, lo sigo, me gusta. Veo fútbol inglés, español. El nuestro también, aunque no está en su mejor momento, pero se ven cosas.
-¿Cómo fue su infancia?
-Feliz, la recuerdo feliz. La memoria escarba entre los restos, y a veces encuentra, y a veces no. Muchos de los recuerdos no son míos, son ficcionados, instantes recuperados por la memoria familiar. Se dice que el artista mejora con el sufrimiento, con un cierto dolor, con una cierta angustia interior. No fue mi caso, tuve una niñez y una adolescencia feliz.
-¿Fue futbolística?
-Sí. El fútbol se incorporó tarde en mi niñez, pero luego me acompañó de forma intensa durante toda la vida. Hoy me sigue acompañando. La pandemia ha suspendido la actividad, pero algunas tardes me subo a la terraza a hacer unos jueguitos con el balón. Todavía recuerdo de chico aquella pelota de goma “pulpo” estrellarse contra la pared. Son los sonidos de la infancia.
-El fútbol tiene una verdad que carece el arte, no hay falsos prestigios: solo hace falta salir a jugar.
-Es cierto, la cancha no miente. El talento, o su ausencia, se desnuda de inmediato, cuando te llega la pelota a los pies. Ahí comienza la aventura o la desventura. A edades tempranas se puede ser muy cruel a la hora de valorar como tratas el balón.
-¿Cómo se reconoce cuando le llega la pelota a los pies?
-Bien, muy bien, disfruto, me defiendo. De niño por lo menos no me mandaban al arco, ese refugio envenenado que pone de manifiesto tu grado de inutilidad. De adulto tampoco. Creo que estoy bien considerado. Los que son muy buenos jugadores son mis hijos.
-¿Cómo vivió la muerte de Maradona?
-Con una enorme tristeza, lloramos todos en casa. Diego me ofreció un cariño inmenso, mucho más de lo que merecía.
-Escritor, cantante, actor, periodista, conductor, poeta, “no arquero”, y volador de sueños. ¿Un libro para volar, para quedarse suspendido en el aire?
-Soy muy de Borges, tal vez El Aleph, o Guerra y Paz de Tolstói, o un cuento de Oscar Wilde: por ejemplo, "Retrato de Dorian Gray". Ahora estoy leyendo mucha divulgación científica, especialmente del ensayista Jorge Wagensberg. Para volar hay que “irse”, “irse” de verdad.
(*) Ex jugador de Vélez, y campeón Mundial Tokio 1979