Desde hace cuatro años el director Matías Feldman investiga sobre el lenguaje, la percepción, las convenciones, el tiempo, el funcionamiento de los acontecimientos y las técnicas de actuación. Traza hipótesis y las corrobora o descarta en pruebas que luego ofrece a los espectadores. A fines del año pasado, estas pruebas saltaron del circuito independiente al oficial. Luego de una retrospectiva de las que ya se habían mostrado en espacios como el Teatro del Perro o Bravard, estrenó en el Teatro Sarmiento, por invitación de Vivi Tellas, la imperdible El ritmo (prueba 5): un espectáculo que tiene el rigor técnico de una partitura musical, que indaga en acentuaciones, velocidades e intensidades, poniendo en juego textos, iluminación, objetos y especialmente a los intérpretes. Y que es, a su vez, “la más política de todas las pruebas”, define el director. Se la puede ver jueves, viernes y sábados a las 21 y domingos a las 20 en Avenida Sarmiento 2715.
“La tensión entre ritmo y relato” es una de las claves para pensar y entender mejor este material de la Compañía Buenos Aires Escénica, “usina creativa” a la que se suman actores invitados (aquí trabajan Guillermo Angelelli, Juliana Muras, Maitina de Marco, Ariel Pérez de María, Paula Pichersky, María Zubiri y Matthieu Perpoint). El director es pianista. Y desde los comienzos del Proyecto Pruebas tenía la “obsesión” de bucear en las posibilidades rítmicas de la escena. “Técnicamente hablando, el teatro nunca trabaja el ritmo como lo hace la música, con ese nivel de exigencia y precisión. Siempre se habla de una manera general: se dice ‘a esta escena le falta timing’, pero no hay un trabajo de partitura. Me interesaba partir de eso: que lo que rija sea lo rítmico, no el contenido”, explica a PáginaI12.
Pero lo mejor de la prueba 5, hecha de diferentes “estudios”, es que no es solamente una investigación formal, un atractivo envase vacío. “El ritmo no quiere decir nada. Cuatro semicorcheas no dicen que el mundo es lindo. Pero habla por sí mismo”, plantea Feldman. “¿Es el trabajo un generador de ritmo en nuestras vidas?”, fue otro de los disparadores de la prueba. Y esta pregunta se volvió la más política: porque el ritmo de la escena es el del capitalismo financiero. Los personajes son empleados de una empresa que integra una cadena de tercerizaciones y que en algún momento fue una fábrica de guantes. Feldman coincide con las ideas del filósofo italiano Franco Berardi (conocido también como Bifo) y sostiene que la flexibilización moldeó una nueva clase de trabajadores, más libres en términos de tiempo, pero menos en cuestión de derechos, porque no tienen aguinaldo, seguro social ni vacaciones pagas.
“El capitalismo ha variado enormemente y se ha tornado difícil de aprehender. En el industrial había horarios fijos muy claros, una mecánica del hacer, un ritmo más cuadrado, preciso y visible. No digo que sea mejor o peor: es. La tendencia del capitalismo financiero es a romper eso. Las cosas se hacen todas en diferentes lugares, están dispersas en distintas zonas del sistema. Uno se quiere quejar en una empresa pero nunca hay un responsable. Hay una desmaterialización. Antes uno daba su tiempo por dinero, ocho horas en una fábrica haciendo lo que no le interesaba. Ahora estamos todos frente a una computadora en horarios dispersos, haciendo trabajo free lance. Pero está estudiado: trabajamos más”, analiza el director. “Se vende como algo bueno: es lindo no estar toda tu vida dentro de una oficina. Sin embargo, estás trabajando más que antes”, subraya.
El ritmo de esta época es, entonces, “más irregular”. “Esa es la tendencia. La misma comparación se puede hacer con el bombo de la militancia en la calle, latiendo al mismo ritmo, regular, en contraste con el irregular del cacerolazo antipolítico”, dice Feldman, un enemigo del “teatro de ideas” que buscó “generar técnicamente un material que pueda decir por sí mismo”. Como explica el dramaturgista Juan Francisco Dasso en la bitácora de la prueba 5 –a la que los espectadores más curiosos pueden acceder si la solicitan–, en este caso “la forma tracciona el contenido”. Por momentos el rigor técnico avasalla al relato, aunque nunca se escinde de él, mientras que en otras escenas el contenido es inteligible. Por ejemplo: entre los personajes hay una anciana que imprime otro ritmo. Ella, ignorada por el resto de los empleados, permanece ahí desde los tiempos de la fábrica. Uno de los trabajadores tiene un cargo, o eso dice, pero nadie sabe a ciencia cierta quién es el verdadero responsable. En realidad, lo llamativo es que nadie sabe bien, siquiera, qué es lo que se hace en ese depósito, ese “no lugar”. Los smart phones están a la vista prácticamente todo el tiempo. Hay una escena en la que el staff se junta a debatir sobre los derechos que no posee, para ver qué hacer.
Además, el minucioso trabajo sobre voces, cuerpos, objetos, luces y textos –han utilizado metrónomo en algunos ensayos, según se lee en la bitácora– va dejando resonancias, imprimiendo ideas en el espectador. Hay citas de Bifo y Marx, pero “no hay una bajada de línea”, remarca Feldman. Otro concepto que lo inspira es el de “sentido”, especialmente la definición del pintor y filósofo Eduardo del Estal. “Me interesa la percepción, la distancia entre el objeto que quiere ser nombrado y el objeto. El abismo. Esa parte de la experiencia que no puede ser nombrada. Sólo puede ser presentada o representada. Lo que está detrás siempre es eso, para mí. Me obsesiona la tensión entre lo que la escena está queriendo decir y lo que sin querer dice. Hay una maquinaria rítmica que empieza a decir más allá de lo que se está diciendo”, explica Feldman y cuenta que las pruebas serán, en total, más o menos diez: la próxima será La rima.