Como un submundo alienado que vive de los venenos que inocula, la mirada social que desprende el retrato de Sector VIP es corrosiva y toca a todos por igual. En última instancia, se trata del juego entre el anverso y el reverso. Un dilema del que tardíamente se querrán dar cuenta sus personajes. Protagonizada por Luis Machín, Martina Krasinsky y Joaquín Berthold, los tres sintetizan un mundo de corrupción, de andamiajes interrelacionados que tocan al periodismo, la trata de personas, y las altas esferas. Sector VIP está dirigida por Eduardo Pinto y es uno de los estrenos de Cine.ar.

Con producción de José Celestino Campusano, la película está dedicada al guionista Rodolfo Cela –fallecido en 2019-, cuya amplia trayectoria televisiva le llevó por primera vez a incursionar en el terreno cinematográfico. “Con Campusano tenemos una buena relación, yo con sus películas y él con las mías. Es particularmente fanático de Caño Dorado, y siempre que nos encontrábamos en festivales me decía que teníamos que hacer algo juntos. Hasta que un día me llamó y me dijo: ‘acá está el guión’. Lo leí y me encantó, pero le pedí hacer unos retoques para aggiornarlo. El guión es de Rodolfo Cela, un guionista de televisión muy reconocido que lamentablemente falleció, y ésta era su película, su obra cinematográfica. Así que lo tomé con mucho respeto. No cambié su esencia, sino que reforcé el policial y traté de acercarme más a los personajes y sus sufrimientos. Es una película muy dura e intensa, que habla de problemáticas como las falsas noticias y la trata de personas”, explica Eduardo Pinto a Rosario/12.

-Entre el periodista al que se quiere sobornar (Machín) y la víctima de trata (Krasinsky), hay un paralelo adrede, ¿no?

-Al momento de graficar la historia a los actores, los artistas, los técnicos, les decía que los dos personajes estaban bajo los hilos del sistema, de una forma u otra los dos son oprimidos, y tienen su punto de encuentro en un lugar oscuro, denso, que es el Vip. Pero los dos están aplastados, una desde la trata y el otro desde las falsas noticias. Esta necesidad de trascender y ser un periodista exitoso lo hará llegar a lo más oscuro.

-Hablaste en entrevistas sobre la influencia del cine de Aristarain y Desanzo para esta película.

-Uno es lo que vio, lo que mamó, y para mí, que tengo 53 años, ése fue el cine que vi cuando arrancó la democracia. Quedé maravillado por el cine argentino. Iba todo el todo el tiempo al cine. Así vi las películas de Aristarain y las de Desanzo, y varias de ellas tienen una trama policial, de corrupción, así como esta cosa erótica. En un momento del rodaje, lo hablábamos con Machín y él, jodiendo, dijo; “¡Desanzo!”. Y hay algo de eso. A nosotros, como artistas, nos hace bien situar las referencias porque se trata de gente que ha creado este lenguaje.

-Qué género interminable el policial, permeable a tantas lecturas.

-El policial tiene lo callejero, tiene la desesperación de los personajes, y eso está bueno. Yo soy amigo del género, me gusta, porque es una forma que uno tiene de entretener al espectador y de bajar una línea, vinculada con problemáticas. El cine es una construcción artística, pero también ideológica.

-Que es siempre distinta a la de la televisión; a propósito, tu película mira a la tele de manera impiadosa.

-Cuando yo veía Badía y cía un sábado a la tarde estaban Borges, Charly García y Facundo Cabral. Era otra televisión, la de ahora es lamentable.

-Y acá viene pegado el asunto de cierto periodismo.

-No voy a generalizar, porque el periodismo narra y muchas de mis películas han salido de sus crónicas, pero hay una parte del periodismo que se inclina hacia lo corporativo, hacia el control político, a trabajar por el poder. Yo no miro televisión porque no me siento identificado, pero hay una nueva generación que afortunadamente no la mira, porque no se creen esa galletita, que es una especie de control mediático como en una película de Carpenter. Hay una parte de la televisión que está mal.

-En otro orden, hay transiciones muy logradas, como la que lleva a Machín y Krasinsky del boliche al departamento de ella, sin corte de montaje.

-Yo me considero un director audiovisual, y si bien en mis películas hay texto, pongo la energía en el relato cinematográfico. Me gusta dar una plasticidad y aprovecharme de la ficción y de los códigos que hay con el espectador. Con la luz del boliche voy al cuarto de ella, y la transición es musical.

-O como cuando Krasinsky y Berthold están en un descampado, al aire libre, y el lugar termina por ser parte de un basural.

-Lo trabajé desde los opuestos. Lo que comienza como algo de placer termina en un basural, a orillas de un río contaminado, algo que también forma parte de la investigación de Santos (Machín). De alguna forma es lo que le pasa a ella, todo es bello pero todo es una mugre.

-A ella le hacés decir una frase de Monzón en Soñar, soñar, de Leonardo Favio.

-Tomé esa frase –“Me voy a Buenos Aires a trabajar de artista”- casi pidiéndole autorización a Cela. Es una frase que representa el deseo de creer que el éxito y la felicidad están en la gran ciudad, pero el camino es duro y te podes equivocar. Soy fanático de Favio y tuve el honor de conocerlo y compartir horas con él en una entrevista hermosa. Me ha marcado mucho en mi cine.

-Comenzamos hablando de Campusano, ahora de Favio, hay un vínculo que te une desde una sensibilidad compartida.

-Con José lo hemos hablado. Nosotros estamos haciendo un cine social, del Gran Buenos Aires. Nuestro cine es del conurbano y popular.

-Y ya estás editando otra película.

-Empecé el año filmando una película independiente, se titula El Desarmadero, es una historia de terror. El mismo día que estrené Sector VIP me senté a editarla, así que estoy muy contento.