Cómo se construye un policía. La federal desde adentro. Esto es lo que Mariana Galvani estudia, y así se llama su último libro, que acaba de publicar Siglo Veintiuno. Ya desde el título, su trabajo ofrece importantes claves para pensar a estas fuerzas de seguridad, que devienen en llaves para pensar la sociedad toda, que en contextos como el actual se vuelven urgentes. La primera, justamente, la idea de construcción de esta fuerza, que la doctora en Ciencias Sociales va desarrollando con gran detalle, mostrando hallazgos teóricos que son fruto de un trabajo de investigación que lleva ya veinte años.
La vocación como un logro de la institución policial sobre los policías, que terminan incorporándola en sus relatos de vida como una verdad propia. La construcción de los “otros” sobre los que debe actuar la policía, que Galvani reconstruye históricamente, desde los “vagos y malentretenidos” –los gauchos–, y los anarquistas y terroristas del siglo XIX. Lo que significa “defender a la sociedad”. El modo en que se crean los “héroes” y los “mártires” dentro de la policía, categorías a las que la autora llega luego de analizar la liturgia institucional alrededor de la muerte. Un pasado idílico (que la investigación demuestra inexistente), que proveería de un ascendiente moral a la policía, sobre el que erige su idea de “respeto”. Cómo la policía puede, en nombre de la ley, suspender la ley. Estos son algunos de los temas de urgente actualidad que Galvani desarrolla, y que sostiene con una copiosa investigación.
Galvani comenzó a estudiar a la policía en los 90, cuando el campo, como comenta en su libro, estaba en plena formación, y cuando resultaba toda una rareza para las ciencias sociales. Dice que lo hizo, básicamente, por curiosidad. O, más precisamente, buscando entender “por qué alguien se hacía policía”. “Me interesaba saber por qué esas otras personas a las que consideraba los ‘otros’ decidían entrar a la fuerza. En un principio me inquietaba entender por qué alguien se enfrentaba a su propia clase: no porque considere que se trata del único sector que va en contra de sus propios intereses, desde luego, sino porque, muy visiblemente, a la policía este enfrentamiento le aparece con menos mediaciones”, repasa la investigadora.
“Claro que esa pregunta hecha desde el sentido común se tuvo que volver una pregunta ‘académica’, tuvo que ir desprendiéndose de prejuicios y empezar a dotarse de juicios fundamentados en la investigación científica”, sigue repasando la investigadora, y define el sentido último de su trabajo: “Para transformar cualquier cosa, primero es necesario conocerla. Y entiendo que las ciencias sociales cumplen un rol fundamental en la compresión de las fuerzas de seguridad. Sin ese entendimiento, es imposible su modificación”.
–Habla de “prejuicios” de los que tuvo que desprenderse. ¿Cuáles, por ejemplo?
–Supongo que lo primero fue comprender que no existe el “gen policial”, que nadie “nace” para policía, que ni siquiera es una elección ideológica, como yo misma podía suponer en un principio. Más allá de los ejemplos individuales, lo que se observa es que, en la gran mayoría de los casos, “hacerse policía” implica una opción de trabajo entre otras, que luego la institución convertirá en vocacional. Si te ponés a pensar que un policía puede entrar a estudiar con sólo tener el secundario, que para esto se le propone una beca y que eso significa recibir a cambio una remuneración mayor a la de un becario del Conicet, al que se le pide título universitario y aceptación en un posgrado, y al que no se le asegura salida laboral… Y sí, es bastante lógico que se lo piense, ante todo, como un buen trabajo posible.
–Desde esta lógica, un policía es entonces, ante todo, un trabajador. Sin embargo, rara vez se lo define en esos términos…
–Me parece importante entender a los policías como trabajadores del Estado. Esto permite entenderlos desplegando una tarea específica, y a la vez visualizar qué derechos hoy por hoy no tienen los policías y deberían tener. El derecho a sindicalizarse, por ejemplo. Pensando en el control político de la fuerza, este derecho también contribuiría a que el gobierno –el Estado– sepa qué pasa en la fuerza, no sólo a través de la voz de sus jefes. Le daría, en última instancia, más herramientas para “manejar” o “controlar” las fuerzas, para dictar políticas y lineamientos, desde la necesaria conducción política extra institucional.
–Y el policía, según sus observaciones, ¿se piensa a sí mismo como trabajador? ¿Indagó en el tema de la sindicalización? ¿Qué piensan los policías?
–Los policías rara vez se perciben como trabajadores en sus relatos sobre su actividad cotidiana, pero cuando lo hacen, o cuando se indaga en ciertos aspectos, aparece el tema de la sindicalización. No diría que todos quieren sindicalizarse, aunque sí pienso que a muchos, sobre todo los que pertenecen a las jerarquías más bajas, les gustaría discutir algunas cuestiones referentes a lo laboral. Tengamos en cuenta que un sindicato, por las características mismas de sus funciones, se propone en contra de la obediencia debida. Que a la vez es un rasgo que forma parte de la policía misma. Entonces la idea de la sindicalización presenta varias paradojas, que idealmente deberían ser entendidas como desafíos, y que a mi modo de ver podrían abrir algunas posibilidades de democratización dentro de las fuerzas: si cuenta con un sindicato, un policía podría oponerse a una orden injusta, por ejemplo, algo que hoy, tal como está planteada la estructura jerárquica dentro de la institución, es prácticamente imposible. El reciente fallo de la Corte Suprema en contra de la sindicalización de la Policía Bonaerense, cierra una posibilidad en este punto.
–En su libro analiza toda la liturgia que la institución despliega alrededor de la muerte, y concluye que esto tiene que ver con reforzar la función policial. ¿Por qué?
–La policía cumple una función negativa. Esto no quiere decir no productiva, sino que su función es, básicamente, la de reprimir. Y el constante esfuerzo que hace la institución es el de positivizar esa función. La muerte, a través de los rituales instituidos, cumple un rol en esa positivización. La muerte como posibilidad (ser muerto y dar muerte a otros de manera legal), es una característica distintiva del trabajo policial. Lo que hace la institución es presentarla todo el tiempo sólo del lado de la policía: la segunda acepción, la de dar muerte a otros, es borrada. En esta construcción se despliega toda una serie de rituales alrededor de la muerte que refuerza el espíritu de cuerpo: se asiste a rituales funerarios, se recuerda de determinadas maneras a los “caídos en cumplimiento del deber”, se acentúa la idea de la muerte como constante, incluso ante aquellos que, por sus funciones, no estarán nunca expuestos a esa posibilidad. La muerte se convierte en un sacrificio por la sociedad, que además no comprende al policía. Es una muerte incomprendida por aquellos mismos a los que se defiende. De este modo, lo que hace la muerte convertida en martirio es dotar de un halo a una función que es en principio negativa, y volverla, de este modo, positiva.
–Hablaba antes de una “conversión vocacional” por parte de la institución. ¿Cómo se da?
–Al tratarse de una profesión que actúa sobre personas (como la de los docentes, los trabajadores sociales, los médicos, los enfermeros) se apela a un postulado mayor para su realización, vinculado no al trabajo, sino a un objetivo superior. La institución interpela desde ese lugar a los policías desde el primer día en que entran a la escuela. “Tener vocación” se convierte en un valor, de tal modo que ejercer el trabajo, en este caso, no es simplemente vender la propia fuerza de trabajo. Es la misma construcción que estamos viendo por estos días como respuesta al pedido de aumento salarial docente. Entonces, un primer “logro” de la institución, es convertir al trabajo en un quehacer vocacional. Y desde ahí cada policía va a leer su historia, como un actor que atribuye prácticas infantiles a una vocación incipiente (disfrazarse, por ejemplo). De este modo los policías comienzan a leer su historia en clave de vocación: desde chiquito me gustaba la justicia, desde chiquito jugaba a los policías… Sin embargo, cuando se indaga en las causas que motivaron su entrada a la escuela, lo que aparece no es una vocación, sino, claramente, una opción muy concreta y material por una salida laboral que se presenta como la mejor y, en algunos casos, la única posible.
–¿Qué otros “descubrimientos” la sorprendieron a lo largo de estos años de investigación?
–Un hallazgo que describo en el libro, y que desarrollamos con mi colega Karina Mouzo, es el del “loco”: una figura que encontramos en la institución y que sirve para implantar la ley, suspendiéndola. El loco es aquél que se arriesga, que está dispuesto a todo: a pegar, a correr, a enfrentarse… Es casi siempre una figura guardada, a la que se llama cuando se necesita. Es útil por su disposición a la acción, y también es útil cuando es visibilizada, porque la institución se exculpa en el loco: no fue la institución, fue “el loco”… De este modo, resulta doblemente funcional.
–¿Qué considera que, desde las ciencias sociales y este tipo de investigaciones, se puede aportar al “gran tema nacional” de la seguridad?
–Las ciencias sociales tienen la obligación de repensar la seguridad. ¿Cómo? Deconstruyendo, justamente, las ligazones que se fueron tejiendo alrededor de cómo pensar la seguridad. Me parece que desnaturalizar esos sentidos es una apuesta fundamental para salir de los pedidos punitivistas que hoy nos cruzan por todos lados.
–Efectivamente esos pedidos hoy han recrudecido: baja de imputabilidad, “mano dura”, “malos jueces garantistas”… ¿Estos discursos tienen más posibilidades de aflorar en contextos políticos y económicos de ajuste?
–Sí, creo que la construcción de “la inseguridad” está directamente vinculada a desplazar a la población que sobra. Hay personas que sobran y que no se incorporan desde hace generaciones al mercado laboral, ya no son ni ejército de reserva, son los que no van a entrar. Lo que hacen estos discursos es pedir la separación de esa parte de la población. Y cuanto peor estemos, peores van a ser esos discursos del miedo. Eso es lo que llamo “miedo encausado”: el miedo de tus pares. Te dicen que tu miedo es a que te roben, y también te ofrecen soluciones para cada tipo de robo que te van proponiendo. Y si te roba un nene, entonces te dicen que tenés que pedir que los nenes vayan presos. Nadie puede sostener que la cárcel va convertir a los niños en mejores personas… ni a los adultos. La solución punitiva no es una solución, es una genetización de la sociedad, es poner a los otros del otro lado del muro. Me parece que las ciencias sociales tienen que alumbrar estos aspectos, aunque a veces sean incómodos. Porque es más fácil pedir más cárcel que analizar qué pasa en la sociedad.
– Habla de una “construcción de la inseguridad”. ¿Cómo se da?
–La seguridad quedó ligada a su falta: la (in) seguridad. Y, de este modo, al delito, más precisamente, al pequeño delito. Es a partir de los ‘90 que se instala este paradigma de la inseguridad, y se dejan de lado otras inseguridades. Para dar un ejemplo concreto: si convoco ese término, “inseguridad”, el lector no se pone a pensar en los trabajadores despedidos y desalojados de AGR, o en los docentes que fueron a manifestar y recibieron golpes y gas pimienta. Ahí hay un tema de seguridad laboral y de derecho a la protesta vulnerados. Seguramente el lector tampoco va a pensar en el delito de cuello blanco, en Cavallo y la estatización de la deuda privada… No, va a pensar en el robo de un celular, en una “entradera”, en un secuestro, porque es ahí donde quedó fijada la idea de “inseguridad”. Pensás en un delito que te perjudica en lo inmediato, cuando es seguro que los grandes delitos te han perjudicado más, en términos de escuelas y hospitales no hechos, en deudas que vos y tus hijos seguirán pagando por generaciones... Y junto con la inseguridad, viene el miedo.
–El “miedo encausado”…
–Así es. Se construyen otros a los que les tenemos miedo, otros que están ahí, al acecho, agazapados, esperando… Y ese miedo no nos permite pensar. Más bien diría (y hay autores que lo han analizado bien) que la inseguridad nos encausa el miedo: convierte el miedo en algo funcional al sistema. Nos explican a qué tenemos que tenerle miedo (los medios ahí son grandes explicadores): A los “menores”, a los jóvenes, a los “negros”, al de capucha y gorrita… A todos esos “otros”. Y tal vez ese miedo que vos tenías era a quedarte sin trabajo, a no tener obra social, a morirte en un accidente de tránsito… Pero esos miedos van cerrando en ese miedo al otro, al que se quedó fuera del sistema productivo. Y las soluciones a esos miedos son grandes negocios vinculados a la seguridad: cámaras, botones antipánico, y policías, más policías... Así te dan un miedo, y una solución.
–Mencionó recién la represión a los docentes. Circularon versiones sobre supuestas manifestaciones de disconformidad de los policías que participaron, ante la orden de reprimir. En base a su experiencia de investigación, y más allá de que esto haya sido o no real, ¿cree que puede llegar a ser posible, es verosímil?
–Me parece verosímil, sí. Es posible que muchos de esos policías no se hayan tenido que enfrentar nunca a una manifestación; puede haber casos de pibes que entraron hace diez años y a los que nunca les tocó. Hay que tener en cuenta que el gobierno anterior se apoyó mucho en Gendarmería y menos en la PFA, por eso digo que puede ser posible. Y también que a ese policía no le guste la idea de reprimir una manifestación docente. A pesar de la construcción mediática y política de los maestros como enemigos, es posible que todavía no haya permeado en todos los policías, y que no les parezca una tarea grata. Vuelvo a una pregunta anterior: para expresar disconformidad, también serviría un sindicato. En todo caso debe quedar claro que no es la policía la que reprime, es el Estado el que lo hace a través de la policía.
–Habla también en el libro del doble estándar que se le exige al policía: por un lado se le pide que “nos cuide” a como dé lugar; por otro lado, que respete las garantías constitucionales. Esto es algo que dicen, a modo de queja, los propios policías, pero es comprobable en la realidad. ¿Cómo y por qué se da esta contradicción?
– Se me ocurre que la figura del “loco” también la aplicamos, como sociedad, a la policía. Es decir, tenemos a estos “guardados” a los que les pedimos máxima severidad para acabar con nuestros miedos. Y cuando los policías actúan, odiando a los mismos que nosotros les decimos que odien (pero con la legitimidad que les da el Estado para ejercer la fuerza), denunciamos que “se exceden”. Es decir, nos sirven para sacar la responsabilidad del Estado y la sociedad, funcionan como “el loco”. Los podemos mandar a reprimir, y después podemos decir: no fuimos nosotros, fue la policía.
–Si bien su libro no lo abarca, la nueva Policía de la Ciudad introdujo un gran cambio. ¿Es verdad que no tiene prestigio entre la fuerza?
–El prestigio es una cuestión que se construye con el tiempo, al contar la propia historia. Y me parece que el tema del traspaso se saldó con los salarios: al mantener la caja previsional y ofrecer el doble de lo que se cobraría en la Federal con el mismo grado, se evitaron los conflictos que se preveían en su momento. Alina Ríos trata muy bien el tema del traspaso genealógicamente, lo vincula a una discusión histórica que tiene que ver con la conformación de la Ciudad de Buenos Aires y de las características que debe tener como Estado soberano, entre ellas, la de ser el sustentador de violencia legítima.
–Durante años ha charlado con muchos policías, en diferentes situaciones y contextos, aclara en el libro que no pudo ser con pedidos formales sino por entrevistas au- togestionadas. ¿Recuerda alguna anécdota?
– Muchas. Hay relatos y frases de los propios policías que podrían servir para abrir libros enteros. Recuerdo un comisario que llegó a esta conclusión: “Es que yo entiendo los derechos humanos… Pero los vecinos no”. Otro que decía que, si él se ponía a ver y analizar un problema social cada vez que se enfrentaba un delito, entonces tenía que dejar de trabajar. Por otra vía, ese policía llegó a la misma conclusión: necesitamos soluciones sociales a los problemas sociales. Necesitamos más y mejores pagos maestros, psicólogos, trabajadores sociales, médicos, científicos sociales. No más policías.