Desde que en 1985, un toldo oportuno detuvo la caída libre de Rubén Suñé rumbo a la muerte, el tema del suicidio de los jugadores de fútbol cada tanto ocupa un lúgubre lugar en la agenda deportiva. Primero, la atención se centró en el vacío existencial de los retirados, en el no saber que hacer con la vida y con el tiempo. Pero luego, los casos de Luis Ibarra en 1998, Mirko Saric en el 2000, de Sergio Schulmeister en 2003 y ahora el de Santiago "Morro" García ponen blanco sobre negro, el tema de las presiones, cada vez mayores y más despiadadas, que afrontan los futbolistas y los técnicos en actividad.

Con frialdad estadística, algunos podrían desdeñar la cuestión diciendo que cuatro casos en 22 años no deberían representar un motivo de precupación. Y que la mayoría de los jugadores y entrenadores puede sobrellevar bastante bien las tensiones de la alta competencia. Pero no es así, sino todo lo contrario. Una encuesta realizada a fines del año pasado por el sitio web Argentina Dorada entre 480 deportistas de 69 disciplinas revela que la problemática excede el colorido mundo de la pelota y abarca la totalidad del espectro deportivo: 4 de cada 10 deportistas reconocieron haber atravesado síntomas de ansiedad. Dos de cada 10 sufrieron depresiones en algún tramo de sus carreras, 25 tuvieron pensamientos o inquietudes suicidas y de ellos 5 al menos hicieron un intento de quitarse la vida.

Y aunque la consulta a psicólogos o a gabinetes psicológicos por parte de los deportistas es más frecuente que hace tres décadas, muchos dirigentes y entrenadores y no pocos jugadores todavía prefieren barrer la mugre debajo de la alfombra y hacer como si nada nunca hubiera pasado. "Mejor no hablar de ciertas cosas", piensan y a menudo lo dicen. Creen que mostrarse frágiles y vacilantes es dar una ventaja que no debe darse. Porque el deporte de alta gama no es para los débiles de carácter sino para los fuertes, los osados, los audaces que se llevan todo por delante. Juega el que está "fuerte de la cabeza". El que no, mira desde afuera y a veces, ni siquiera eso.

"Morro" García se llevó consigo las razones interiores que lo llevaron a darse el tiro del final cuando tenía apenas 30 años de vida y una carrera abierta por delante. Nunca se sabrá si fue porque atravesaba una historia de amor prohibido, no podía ver a su hija por la pandemia o porque el presidente de Godoy Cruz lo había acusado de ser un líder negativo. Lo cierto es que dio señales de que algunas cosas se habían desacomodado en su mente y que esas señales no fueron interpretadas a tiempo. Muchas veces el mundo del fútbol siente que no puede desviar su atención del próximo partido, de la próxima venta o del próximo contrato y que hacerlo es dar ventajas. Hasta que aparece un cadáver tirado y todo lo que se pensaba debe ser repensado con urgencia y de verdad. Porque nadie está preparado para jugar contra la muerte. Mucho más cuando la muerte se lleva a uno de los nuestros.