La prestigiosa editorial internacional Phaidon Press, fundada hace casi un siglo en Viena, es una de las más reconocidas e influyentes en las artes visuales, la arquitectura, el diseño y la fotografía.
Desde 2005, cada siete u ocho años publica los ya célebres volúmenes analíticos Vitamin, profusamente ilustrados y con textos críticos, para ofrecer una cuidada selección de, por una parte, el catálogo de los cien mejores pintores (Vitamin P) y, por otra, los cien mejores dibujantes del mundo (Vitamin D), en sendos libros.
Por supuesto que el resultado padece de invitables caprichos, sesgos y omisiones, pero es de altísima calidad y se trata de conclusiones formuladas por un jurado de setenta expertos internacionales que analiza el panorama mundial.
En el nuevo volumen de Vitamina D que acaba de publicarse (digresión: la vitamina D es imprescindible para estos tiempos de covid), se incluye a tres artistas de nuestro país: Eduardo Stupía, Adriana Bustos y Mauro Giaconi.
Algunos de los demás artistas seleccionados son Robert Crumb, Tom Friedman, Claudette Johnson, Rashid Johnson, Tania Kovats, Otobong Nkanga, Toyin Odutola, Deanna Petherbridge, Christina Quarle y Ema Talbot.
Página 12 dialogó con Stupía acerca de este bienvenido reconocimiento.
-¿Cómo estás atravesando estos tiempos de pandemia?
-Me cuido mucho. Estoy bastante recluido. Es una época en que se siente una casi desaparición de lo tangible y de buena parte de aquello que nos daba certezas. Doy regularmente clases y charlas a través de zoom o google meet, estoy preparando un libro de collages, una muestra próxima en la galería de Jorge Mara; hice dibujos para libros de mis amigos, los poetas Sandro Barrella y Guillermo Saavedra. He escrito algunos textos y voy a empezar a ir a mi taller.
-A propósito de “la desaparición de lo tangible”, ¿el contacto y la cercanía son imprescindibles para la percepción y captación de, por ejemplo, un dibujo o una pintura?
- Hay una mezcla de componentes tangibles e intangibles en la percepción. En términos más generales, probablemente surgirá una nueva sensitividad y una nueva relación con las cosas, así como habrá una nueva manera de sociabilizar.
-¿Cómo recibiste este reconocimiento de haber sido incluido entre los mejores cien dibujantes del mundo por parte de Vitamin D?
- Con una combinación de incredulidad y euforia, porque cuesta aceptar estar entre los cien mejores de nada y uno piensa que no va a llegar nunca. Es una mezcla de milagro del azar y, por otra parte, de algunas razones lógicas, como el trabajo fundamental de mis galeristas Mara y Xippas. Ellos generaron una visibilidad inesperada de mi obra y tal vez por eso otros artistas no tuvieron la suerte de haber sido registrados por Vitamin.
En este sentido, la cuestión de la “vitamina” es muy especial. Esta publicación es un alimento para el mundo, no solo para los artistas. Quien recorre esas páginas recibe un nutriente. En este momento resulta muy positivo recibir nutrientes con esta cualidad, exactamente en estos tiempos en que el contacto y el intercambio cercanos son algo negativo: esta publicación aporta positividad.
Después de los volúmenes de 2005 y 2013, que atesoro, no creí que Phaidon siguiera publicando físicamente el libro porque, como todas las editoriales, disminuyó la edición de libros físicos y publica a un ritmo menor. Es muy importante como herramienta simbólica de lo que el arte significa en el mundo contemporáneo. A esto se suma la dificultad en la política de acceso y visibilidad, muchas veces cruenta, para los artistas que estamos en este lado del mundo.
-En relación con la selección de los artistas de nuestro país, podría decirse muy provisoriamente que el trabajo de Adriana Bustos y Mauro Giaconi es más conceptual y el tuyo es un trabajo que se construye durante la realización misma de la obra.
-Yo soy el menos contemporáneo de los tres, en el sentido de que mi obra es la menos preconfigurada. Lo cual no implica que ellos no tengan dibujo propiamente dicho en sus obras. Tanto en Bustos como en Giaconi hay una preconfiguración en el campo lingüístico. Desde ese punto de vista yo soy anacrónico, sin preconfiguración. Es una distinción que no supone juicio de valor, sino que es puramente fenoménica. Quien firma el texto crítico que acompaña mi obra, Christian Viveros-Fauné, se refiere a mí como “el septuagenario Stupía” y esa es una lectura conceptual: Yo tengo una marca más afín con el arte moderno que con el contemporáneo. Y por otra parte, entre otras consideraciones, cuando habla de mi obra dice “the bottom of the world”, que es como decir “desde el culo del mundo” (risas).
-También, en ese texto sobre tu obra, hay una primera aproximación que habla de la obra de Marcel Duchamp, es decir, de una obra que atraviesa el tiempo, más allá del momento en que fue realizada. En este sentido, en tu trabajo la mirada del espectador es clave. Hay una búsqueda de espectadores creativamente activos.
- Me intesa eso: una lectura más amplia y conjetural, que es más difícil de anclar en la temporalidad. Trato de no establecer cristalizaciones del lenguaje ni hipótesis de lectura del espectador.
-Hay espectadores que ante tus obras se largan a evocar e interpretar y otros se dejan llevar por las tensiones internas de cada dibujo.
- Ambas cosas conviven. El espectador de hoy se parece, más alla de donde aparezca: en Londres, Nueva York, Hong Kong o Buenos Aires, quienes miran mis obras quieren decir lo que ven. Yo no decido ni a priori ni después. Eludo la nominatividad para que se produzca puramente la conjetura. Y quien mira, pueda percibir la obra ya sea nominando o dejándose llevar por las tensiones. Hay algo diferente entre interpretar y nombrar: propone una escena discursiva en un sentido de términos y órdenes explícitos.
-Volviendo a las diferencias y puntos en común entre tu obra y las de Bustos y Giaconi, hay un campo ampliado del dibujo: cierta proliferación.
- En mi caso hay una proliferación de signos gráficos, por eso me eligió Luis Pérez-Oramas cuando fue curador de la Bienal de San Pablo en 2012. Vio en mi obra algo así como un archivo semiótico. En Bustos y Giaconi se da la proliferación del archivo, el aleph de la imágenes: en ambos prolifera la documentación. Hay una mirada más enciclopédica. Adriana, en cuanto a las relaciones históricas y Mauro, en relación con los documentos. En ambos la obra es como un museo. En el caso de Mauro, como si alguien se hubiera metido en una institución: se trata de archivos imposibles, perdidos. Adriana, por su parte, hace como constelaciones o mapas.
Y al mismo tiempo hay cierta melancolía en los tres.