Seis de cada 10 personas que viven en la Ciudad de Buenos Aires creen que la igualdad de género se alcanzó. Entre los varones, esta opinión crece a casi 7 de cada 10, a diferencia de las mujeres (sólo lo creen un poco más de la mitad). Sin embargo, cuanto más joven se es, menos se piensa que se haya alcanzado la igualdad entre hombres y mujeres, y viceversa. A mayor edad, la desigualdad está más naturalizada. Por otro lado, hay grandes diferencias en relación a la “noción del tiempo dedicado” tanto a las tareas domésticas como a las de cuidado y atención: mientras ellas piensan que duplican o triplican el trabajo, ellos dicen que la distribución es bastante equitativa. La autonomía económica de las mujeres todavía es una utopía, ya que trabajan más en el hogar, y lo hacen menos “afuera”, en empleos formales, aunque quisieran hacerlo más, con los consiguientes problemas de precariedad e ingresos bajos. Al mismo tiempo, ellas conocen menos que los varones cuánto gana su pareja, tienen menos acceso a tarjetas de crédito y a sueldos altos. Estos son algunos de los datos que se desprenden de un estudio de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad.
“No solo hay que poder acceder al dinero (cosa nada fácil) sino también hay que sentirse con derecho a poseerlo y libre de culpas por administrarlo y tomar decisiones según los propios criterios”. Esta frase es de la pionera en estudiar la relación de las mujeres con el dinero, Clara Coria (El sexo oculto del dinero). También ha dicho que “Las mujeres tienen enormes dificultades para contar con un dinero ‘propio’ para sí mismas”. Dos premisas que siguen vigentes, según el estudio desarrollado por el Centro de Estudios, Investigaciones y Opinión (CEIO) y el Observatorio de Igualdad de Género de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires.
Un informe que busca indagar acerca de los distintos aspectos que hacen a la autonomía económica de las mujeres, uno de los tres pilares para alcanzar la igualdad de género, junto a la autonomía política, y la física, según ha definido la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal). Sin embargo, no todo es negativo. El avance de la marea verde violeta y los derechos conquistados en los últimos años tuvieron consecuencias: “El dato auspicioso se advierte entre aquellas mujeres pertenecientes a los segmentos etarios más jóvenes, donde tanto la percepción de la desigualdad de género se hace más consciente, así como las prácticas y hábitos cotidianos desiguales parecieran ser menos frecuentes”.
El estudio “Hábitos, Percepciones y realidades acerca de la Des/igualdad de género” se realizó entre los días 9 y 11 de septiembre de 2020, en las 15 Comunas de la Ciudad de Buenos Aires, llegando a 750 personas, con una encuesta telefónica y un cuestionario estructurado. Se analizaron las diferentes percepciones que existen en torno a la idea de igualdad de género, a través de los distintos hábitos en relación a la distribución de tareas intra-hogar, o las vinculadas a las principales decisiones en torno a la organización del gasto e ingresos, como también a aspectos vinculados a situaciones vividas en el ámbito laboral.
Se “evidencia la existencia de una serie de desigualdades, en perjuicio de las mujeres, tanto en relación a la cantidad de horas dedicadas a las tareas domésticas como a las dedicadas al cuidado y atención de niños y adolescentes dentro del hogar. Dicho fenómeno, se evidencia aún más entre las mujeres que pertenecen a los niveles educativos bajos y medio bajos”, dice el informe, en consonancia con estudios similares.
La experta Nieves Rico, de Cepal, lo explica claramente en esta cita: “La actual división sexual del trabajo y la asignación cultural casi exclusiva a las mujeres de las responsabilidades de cuidado, no sólo son injustas sino que se constituyen en una barrera para la autonomía económica de las mujeres en la medida que tienen importantes dificultades para insertarse en el mercado laboral en ocupaciones con protección social, tener ingresos propios y por lo tanto alcanzar su autonomía económica. Pero también, como lo han mostrado estudios de la Cepal, se constituye en un factor reproductor de la pobreza”. El informe lo llama “naturalización del statuquo”:
En cuanto al tiempo dedicado al trabajo remunerado, “es para destacar que hay una proporción relativamente importante de las mujeres –la sexta parte- que manifestó que le gustaría trabajar más horas de las que lo hace. Esto encuentra relación con la sobrecarga de horas destinadas a las tareas domésticas y de cuidado y atención”.
Aquí se detallan algunos de los hallazgos de la investigación:
Ocio y Entretenimiento
• En general las personas encuestadas reconocen mayoritariamente poder dedicarle “poco o nada” de tiempo al ocio. Sin embargo, los varones que dicen tener mucho tiempo duplican a las mujeres; y al contrario, las mujeres que indican no tener tiempo en absoluto, duplican a los varones, llegando a representar a la quinta parte del segmento femenino. A su vez, esto se acentúa en aquellas que dedican mayor tiempo a las tareas domésticas y de cuidado.
Ingresos
• El grado de conocimiento sobre los ingresos también es reflejo de ciertas disparidades: en términos generales, hay una menor noción acerca de los ingresos de la pareja por parte de las mujeres. Sin embargo, a mayor nivel de educación formal y menor rango etario, existe un mayor grado de conocimiento.
• Con respecto a los ingresos percibidos por la actividad principal -y considerando las respuestas de los propios entrevistados-, se advierte una clara desigualdad económica: mientras que las mujeres concentran sus mayores respuestas en el rango de ingresos que va de 1 a 2 salarios mínimos, los hombres lo hacen en mayor medida en el rango que va de 2 a 3. Incluso, al analizar las respuestas del tramo más alto de ingresos –superior a 4 salarios mínimos-, se advierte que las mujeres concentran una menor proporción que la que representa el mismo tramo para los hombres.
Bancarización y uso de tarjetas de crédito
• La bancarización presenta valores parejos para ambos géneros. De todos modos, los varones son quienes detentan tarjeta de crédito, en mayor medida como titulares, mientras que las mujeres reconocen -más que ellos- manejarse a través de extensiones.
• El nivel educativo se presenta como una variable fundamental en favor de las mujeres y la obtención de la titularidad de tarjetas: a mayor educación, más cantidad de mujeres titulares, y viceversa. En cambio, entre los varones no se ven grandes diferencias, ni existe tal tendencia, pues se mantiene alto el grado de titularidad en todos los niveles educativos.
Negociaciones y discriminación laboral
• Con respecto al ámbito laboral, las mujeres manifiestan -en mayor medida que los hombres- tener, o haber tenido, “mucha dificultad” a la hora de negociar su sueldo. Y también se destacan por ser las que más sufren o sufrieron situaciones de discriminación, ya sea por su género u otras razones, más que duplicando lo señalado por los hombres al respecto.
En síntesis, el informe advierte que en los distintos aspectos analizados se observa “una serie de desigualdades de género que acarrean un impacto negativo en el camino hacia la autonomía económica femenina”. También muestra “suficiente evidencia” como para afirmar que las mujeres con menor nivel educativo “sufrirían una doble desigualdad o brecha económica; mientras que aquellas con mayor capital educativo formal parecieran presentar desempeños parecidos a los del promedio de los hombres, es decir, con desigualdades menos evidentes o casi inexistentes en algunos indicadores”.
Aunque la investigación no indaga acerca del vínculo entre la falta de autonomía económica y la violencia económica y patrimonial hacia las mujeres, vale la pena recordar que según la Oficina de Violencia Doméstica (OVD), durante el segundo trimestre del año pasado, la violencia económica patrimonial estuvo presente en el 28% de los casos que se denunciaron (1029) y registró sus frecuencias más altas en vínculos de pareja, 33% y filiales, 27%; seguidas por los vínculos fraternales en un 17 %.