Que la salud no es apenas falta de enfermedades o de afecciones, sino un estado de completo bienestar físico, mental y social lo dejó establecido conceptualmente la Organización Mundial de la Salud (OMS) desde antes de la mitad del siglo pasado. Esto no significa que esa definición se plasme efectivamente, tampoco hoy, ni en la totalidad de los y las profesionales de la salud ni entre quienes tienen la responsabilidad de trazar los lineamientos de políticas públicas en la materia. El cambio de perspectiva exige pasar de un enfoque negativo (la ausencia de enfermedad) a uno positivo, vinculado con la calidad de vida y el bienestar de las personas.
A lo anterior habría que agregar que la salud no es un hecho puntual en la vida de las personas, sino una construcción en el contexto social y cultural. Porque, afirma también la OMS, “la salud se crea y se vive en el marco de la vida cotidiana, en los centros de enseñanza, de trabajo y de recreo. La salud es el resultado de los cuidados que cada uno dispensa a si mismo y a los demás, de la capacidad de tomar decisiones y controlar la vida propia y de asegurar que la sociedad en que uno vive ofrezca a todos sus miembros la posibilidad de gozar de un buen estado de salud” (OMS, Carta de Ottawa, 1986).
Todo lo anterior permite afirmar también que la salud no puede pensarse en términos individuales, sino necesariamente colectivos. A lo que se puede unir que la salud es un concepto socialmente construido y, por la tanto, la cultura es el escenario desde el cual problematizar la cuestión.
¿Por qué lo anterior? Sencillamente porque, en tiempos contemporáneos de coronavirus y altísimo desarrollo de la industria de la comunicación, no se puede separar comunicación de salud y toda búsqueda de salud en términos integrales tiene que ser pensada comunitariamente, en el marco de la cultura y a partir de la comunicación.
Y así como educación y comunicación son como dos caras de una misma moneda, el sistema masivo de medios de comunicación con todo sus recursos tecnológicos, de estilos y formatos, es un soporte para formar opinión, pero también para sensibilizar y movilizar a la ciudadanía. Para bien o para mal, como ha quedado demostrado en el último tiempo en la Argentina y a raíz de la pandemia de la covid-19. Lo señaló Ginés González García, en su informe ante la Cámara de Diputados. “Hay un sistema de falsas noticias que erosiona permanentemente la confianza pública. Y sobre todo las verdades y evidencias que lo someten a uno a cosas tan duras como que lo acusan de asesino o de envenenar de los argentinos. Es una cosa descabellada pero genera quiebres en el ánimo colectivo”, dijo el Ministro de Salud de la Nación.
La promoción de la salud requiere la participación activa y consciente de la comunidad, es parte de un compromiso primero ético y, consecuentemente, de responsabilidad ciudadana de comunicadores y comunicadoras. Anteponer, como se ha hecho, objetivos políticos o sectoriales, alentando a la confusión y la desinformación, no debería ser una conducta compatible con la buena práctica del derecho a la comunicación. Esto sin obviar que también hay que exigir de parte de los responsables de las políticas públicas de salud, transparencia y claridad en el aporte de información pertinente que contribuya a la adecuada, fundada y libre toma de decisiones de la ciudadanía en la materia.
Una propuesta de comunicación pública para la salud además de informar adecuadamente, tiene que alcanzar la virtud de la persuadir, y esto solo se puede lograr si el punto de partida de los mensajes son las necesidades de cada una de las audiencias, en plural, y atendiendo a la segmentación de las mismas en base a preocupaciones y demandas particulares en función de las condiciones particulares (sociales, políticas, ambientales) de las comunidades constituidas en públicos.
Para las autoridades de salud y más allá de la información pública general, una adecuada campaña sanitaria exige también fomentar las comunicaciones interpersonales y el uso de los medios y recursos comunitarios. Porque esos espacios son fundamentales si atendemos, como se dijo antes, a que la cultura es el ámbito natural de construcción del concepto de salud en la vida cotidiana. El uso del barbijo o el distanciamiento social preventivo, para usar tan solo un ejemplo, no puede ser apenas una convicción personal. Este y otros comportamientos afines necesitan construirse como un valor y un logro colectivo, sentido y respaldado por el conjunto de la comunidad en su práctica cotidiana. En esto va la tarea de los espacios de participación y comunicación comunitaria en las campañas de salud.