La máscara y el descontrol. ¿No marcan la diferencia entre el carnaval y las demás festividades comunitarias globales? La vitalidad tiende al descontrol e intuye que después del exceso llega la serenidad. Lo profundo ama la máscara y sabe que detrás de una máscara siempre hay otra.
“¡Adiós a la carne!”. No es himno vegano, ni dieta naturista, tampoco una crítica a la producción industrial de alimentos. “Sacar toda la carne de la casa” es el significado literal de carnaval. El término no es de hoy ni de ayer y nadie sabe quién lo instituyó. Pero se sabe dónde y cuándo. El carnaval, en la cultura cristiana, comenzó en Bizancio -hoy Turquía- con Constantino. Se festejaba en Constantinopla -hoy Estambul- y era una copia lujosa y descafeinada de las bacanales latinas que, a su vez, habían sido una copia desacralizada y bastarda de las dionisíacas griegas.
¿Su duración? Desde el miércoles de ceniza hasta el domingo de pascua. Permisividad para tirar la ciudad por la ventana durante tres días. Luego, penitencia prolongada hasta el domingo de resurrección. Tres días de goce, cuarenta de privación.
Dioniso ama los estimulantes, la danza, el sexo, la feracidad y la fertilidad. Se entrega a la vida y las pasiones, vive en los márgenes, transgrede. Es diversión, jovialidad y éxtasis. También es el dios de la música, del arte abstracto y la carcajada. Si reinara a tiempo completo ¿sobrevendría el caos? Por las dudas se estableció cierto equilibrio y Dioniso es resistido por Apolo, cuyos dominios son la razón, el orden y la seguridad. Siempre funcional al poder, moderado, previsor y prudente. Garantiza una gubernamentalidad manejable. También es el dios de la escultura, las artes figurativas y la medicina. Pícaro y tenebroso Dioniso, solemne y luminoso Apolo.
El carnaval originario forma parte de un dispositivo privilegiado de contención de la tensión social. Permite regular la reintroducción de la violencia que -en épocas fundacionales- debió ser contenida para que la comunidad conviviera en relativa paz. La catarsis festiva carnavalesca acontece únicamente en determinadas fechas. La fiesta es el efímero reinado de Dioniso, la rutina el duradero reinado de Apolo. Una flecha de dos puntas. Fuerzas de la misma intensidad desplazándose en sentidos contrarios eclosionan en las fiestas dionisíacas, luego bacanales, después carnaval.
Hay regiones que perpetúan la tradición. Venecia no se reconocería a sí misma sin sus máscaras enjoyadas y exóticas. Las reedita cada año desde el siglo XII. Actualmente -covid mediante- el carnaval veneciano se celebra sin público, online. Brasil, donde los pobres trabajan todo el año para esos pocos días de felicidad contiene a Río de Janeiro, que “es” el carnaval. Pero -covid mediante- en 2021se suspendió. Gualeguaychú, “el carnaval del país”, también se difirió. En Recoleta y barrios medio pelo aspiracional se asiste a la decadencia de lo dionisíaco y, en otra fecha, la voluntad de colonización voluntaria celebra Halloween. Una festividad céltica de origen pagano sagrado -como entre los griegos arcaicos- que devino celebración de plástico. Híbrido de Las Vegas y Disney Word.
Ancho rostro de mejillas blancas, rostro de tiza perforado por unos ojos como agujeros negros. Cabeza de clown blanco, pierrot lunar, ángel de la muerte, santo sudario. Deleuze y Guattari, en “Rostridad”, evocan mascaradas, El rostro, ese tajo del cuerpo por el que se asoma nuestra subjetividad, que es justamente lo que se oculta en el carnaval. Así como la borrachera es línea de fuga de la cotidianeidad, la máscara es un tobogán hacía el anonimato momentáneo. Un remanso, un intervalo en la perpetua exposición rostral.
Comilonas, borracheras, disfraces, bailes, manoseos, intercambio de fluidos y, recién al regresar del bosque orgiástico, se lamentan los dientes rotos y los cabellos arrancados, dicen los poetas latinos en sus sátiras eróticas sobre las bacanales. El vino fue tan importante para los paganos que le atribuyeron un origen divino: Dioniso para los griegos, Baco para los latinos. Sus cultos incluían reuniones alegres, ropajes chillones, cambios de identidades, espectáculos, chichoneos, afrodisíacos. Festicholas dignas de politeísmos. Aunque también los cristianos degustan el néctar de la vid. La iglesia católica lo incluye en su bacanal burocrática y estereotipada: la misa.
En las fiestas gentiles no se trataba exclusivamente de excesos sensoriales, sino de experimentar entusiasmo auténtico, comulgar con lo sublime, libar mieles terrenales y espirituales. Llevar la intensidad hacía el goce extremo. ¿Los valores éticos? En suspenso. La esclavitud amalgamada con el señorío. Se anulaban las fronteras entre vida y muerte. Los espectros deambulaban por la ciudad, se los aplacaba con rituales, mirra y vino. Similar a las ofrendas a Pachamama en la fiesta de la Puna.
* * *
Robert Graves (Yo, Claudio; La reina blanca) sostiene que en las fiestas dionisíacas además de vino se consumían otros estimulantes, como hongos alucinógenos, por ejemplo. Lo deduce de investigaciones antropológicas no contrastadas empíricamente, pero factibles. Al referirse a los ritos en honor de Dioniso -que era también el numen de la fertilidad- destaca que las mujeres, a pesar de la represión, se atrevían a disfrutar. La hipótesis de Grave es que, durante el viaje alucinógeno, se abstenían de orinar. Cuando ya no aguantaban, evacuaban su micción en un cuenco. La bebían. La droga se habría potenciado durante el proceso e impulsaría un vuelo superior al primer nacimiento. He aquí el segundo nacimiento de Dionisio: la apoteosis del placer embriagador que incluía a la mujer. Justamente en Paris, a comienzos del tercer milenio, se ha recuperado el Carnaval des femmes, que rememora el Día de las lavanderas. Estas mujeres -citadas en la Biblia y representadas en obras artísticas paganas- trabajaban todo el año excepto los días de carnaval. Se mezclaban con el gentío disfrazadas, bailaban y retozaban hasta el amanecer estimuladas por el duplicado nacimiento del dios. Placer de carnavalito: beber lluvia dorada enriquecida por la fisiología del champiñón.