Cualquiera que, llevado por la nostalgia de tiempos inmemoriales en los que Disney acaparaba la fantasía infantil y monopolizaba el imaginario pueril, trate de enfrentarse a las glorias del pasado en Disney +, se encontrará con tremendas advertencias iniciales. Cuando comienza El libro de la selva, no es tanta la preocupación de la plataforma por esas fieras que moldearan el carácter del niño Mowgli, como por los estereotipos raciales. (Efectivamente, los elefantes en la película aparecen como seres trompudos y los orangutanes como manipuladores de conciencia). Poco hay para decir en la advertencia que el autor de las narraciones que dieron lugar a la película, Rudyard Kipling, es también el autor de uno de los poemas más controvertidos de la historia de Occidente. “La pesada carga del hombre blanco”, título de la obra de siete estrofas del mismo Kipling, exalta celebra, para el jubileo de la Reina Victoria, las maravillas que el hombre blanco construyó sobre la tierra. El colonialismo, el racismo, el chauvinismo eurocéntrico y el imperialismo, son las virtudes cardinales que el poema consagra. En ese contexto, la relación equívoca entre Mowgli y Baloo, parece una tontería.
Misoginia y cigarrillos
En Travesuras de una bruja, efectivamente aparece un hecho aún más grave y la plataforma lo advierte. No se trata del saber, medieval, de acuerdo con el cual una mujer célibe bien podía ser una bruja, mostrado como estereotipo, ni que la historia se desarrolla bajo el bombardeo de Londres en la Segunda Guerra. Hay un mal aún peor a la misoginia y la guerra: actores que fuman. Por suerte, Disney+ avisa. Podríamos preguntarnos por qué, por ejemplo, no se nos dice nada en esa flagrante demostración de clasismo e insultante lujo burgués que son los (mal llamados) “Aristogatos”, donde se muestra “en colores” el secuestro seguido de abandono de persona que comete Edgar Balthazar, el mayordomo, contra la familia de Duquesa (a la sazón, madre soltera), y que finalmente es enviado “a modo de castigo ejemplar” a Timbuktú (ciudad de la colonia francesa de Mali) como para subrayar el imperialismo de la película.
En fin, embarcados en los conflictos de la representación de los conflictos, las narrativas de Disney están empantanados en un laberinto, que excede con creces el maravilloso negocio de princesas, que solidifica desde la más tierna infancia, el lugar subalterno y deseable de las niñas del mundo.
No menos lleno de problemas y cuestiones es el corto de animación OUT, que viene a llenar el vacío de representantes LGTBQ en el colectivo Disney. No que no sospecháramos de los mismos Napoléon y Lafayette en Los Aristogatos, ni que no viéramos algún gestito en el fraile de Robin Hood, para no hablar de las hadas madrinas de La bella Durmiente, que tenían claros rasgos de Lesbianas poliamorosas en sus tratos conyugales… y así podríamos seguir hasta el mismísimo origen sospechosamente célibe de Mickey (viviendo con mascota: Pluto; que también son precursores de nuestros Greg y Jim del presente).
Out es un corto animado que, contrariamente a todas las advertencias anteriores, nos explica que esto que estamos a partir de ver “está basado en una historia verdadera”. El guiño es: se trata de la verdadera historia de todxs. Porque todos los querés, en algún momento de su vida han tenido que enfrentar, de alguna manera, la escena primaria de la vida homosexual: salir del clóset.
En este caso, para evitar toda rispidez, con los otros colectivos (salir del clóset supone hacer una crítica de la estructura familiar, de la homogeneidad de los comportamientos, etcétera…) se usa un argumento fantástico para representarlo: Greg, nuestro héroe, se va a convertir en su mascota “Jim” para tomar de ella el coraje y la voluntad de salir del clóset y explicarles a sus padres lo que ya saben: que tiene un novio, Manuel, que le exige la salida del clóset.
Si no fuera por el elemento fantástico, podríamos decir que Out no es más que la puesta en escena de la canción “Small Town Boy” de 1984 en la que Jimmy Sommerville (el nombre no es casualidad) nos gritaba y aullaba que escapáramos de nuestra casa inmunda de pueblo provinciano con su moral repugnante de chismes, violencia y ostracismo, sin siquiera dar vuelta para verla de lejos, para irnos a la ciudad donde el anonimato y la multitud nos permitiría llevar la vida de liberación que quisiéramos. El corto animado que vemos en Disney+ no tiene ni esa carga de violencia, ni ese nivel de conflictividad, ni nos entrega a la catarsis estética en la que nos sumergía la canción.
Condenadexs al éxito
Acá y ahora, todo es más suave, más tenue y más ameno. Es un corto que va a verse en familia (casi la única estructura institucional posible para la vida) y por lo tanto los padres apenas son encantadores y les gusta la música disco (lo sabemos al final). El terror de Greg por que sus padres se enteren de su novio no pasa de cierta tímida vergüenza y casi no hay violencia, si no tomamos en cuenta que Greg, en su persona de “mascota”, pelea con la madre por una foto y que el perro, en su persona de Greg, le huele el culo a su padre (sí… medio bizarro).
Efectivamente. Si comparamos este corto con los de la película Fantasía, por ejemplo, de 1940, llena de referencias a la Guerra, en la que se pone en escena un poema de Goethe (El aprendiz de Brujo), la imagen de Leopoldo Stokowski parodiando a Hitler, y en otro se construye la imagen de Una noche en el Monte Calvo… solo quedaremos desilusionados por la poca fuerza controversial que tienen las representaciones del presente.
Out, sin embargo, es la representación cabal de un miedo feroz: el de todxs a representar algo que incomode, el de los artistas a hacer pensar, el de las imágenes a plantear alguna discusión. Nada queda afuera en esta Out, salvo que efectivamente, el conflicto no existe y la familia de Greg, Manuel y Jim, estaba condenada al éxito, ese éxito soso y melancólico que tienen los dramas de ahora, desde el principio.