El inmoralista (1902)
El personaje de Michel —más letrado y erudito que avezado en los vericuetos insondables de la carne— representa los convencionalismos de quien, con fe de hugonote y educación puritana, no tuvo más a mano que a su prima para casarse con un amor sincero pero desangelado. Todo se quiebra cuando en el transcurso de su viaje de novios, una enfermedad —y su lúbrica convalecencia— subvierten su vida en la admiración y la añoranza de la salud corporal de los jóvenes de la luminosa localidad de Biskra. Gide parece querer recordarnos que contemplar chongos rebosantes siempre puede ser fuente de súbitas sensualidades. Como no hay férreas morales que no puedan disolverse en un mar de instintos, la eterna dialéctica entre el decoro y la voluptuosidad de la naturaleza despliegan — en este “librito” que inaugura inmoralmente el siglo XX con fuerte influencia nietzscheana— una reflexión impar sobre las libertades individuales: “en el origen de cada gran reforma moral, si investigamos bien, encontraremos siempre un pequeño misterio fisiológico, una insatisfacción de la carne, una inquietud, una anomalía”. Con El inmoralista, Gide propone, con claridad meridiana, una nueva moral que —aunque tildada de pagana o contra natura— se pongo siempre al servicio de la vida bajo los putos imperativosdel goce.
El libro blanco (1928)
Ni texto de no ficción ni mero documento —raro y encendido como su polifacético autor—, El libro blanco de Jean Cocteau es una de las raras ocasiones en que un escritor desnuda, con diáfana belleza y visceralidad, su más replegada intimidad; además de sentar las bases de todo relato que intente narrar el descubrimiento homosexual adolescente. El autoanálisis del “vicio” y de las desgracias que provienen de “una sociedad que condena lo raro como un crimen” dispara el relato de sus aventuras “seximentales”. Fruto de una estadía navideña en Chablis con su amante Jean Desbordes, este “librito” pivotea entre la fuerza perturbadora de un “recuerdo centauro” (el niño ve a un granjero desnudo montar a caballo) y una duda que le escarba el pecho (el posible suicidio de su padre a causa de una no asumida homosexualidad). Como si fuera poco, Cocteau explora y explica las razones del “pasaje al acto” (que lo volverán único a la luz de sus heteros compañeritos de colegio) con una reivindicación desafiante —visiva y obsesa en torno a la figura del espejo— sobre las relaciones entre erótica masculina y narcisismo.
Alexis o el tratado del inútil combate (1929)
Marguerite Yourcenar tenía apenas veinticuatro años cuando envío a una editorial —con el andrógino y exótico nombre de Marg Yourcenar— una suerte de íntimo “examen de conciencia” sobre la sexualidad. El mundo era muy otro, y ella llamó siempre a su primera nouvelle: “mi librito”. A comienzos de los años sesenta —un poco antes de que el mundo diera un vuelco libertario y contundente — Yourcenar revisó esa novela epistolar (que no es otra cosa que una larga carta de ruptura en que un marido le confiesa a su esposa preferir a los hombres) sin tocar ni siquiera una coma: el tema no había perdido actualidad e incluso —confiesa su autora— podría “ser de utilidad para algunos”. Los “actos” varían poco, pero el silencio sobre estos “actos” puede ser mucho y abrumador. Alexis explica sus “inclinaciones”, ajusta cuentas con el gineceo que lo educó, separa amor de placer, y, en franca desconfianza por los afectos duraderos, justifica su “deserción matrimonial” asumiendo una libertad nueva. Alexis o el tratado del inútil combate —inspirada en la historia del aristócrata Conrad de Vietinghoff, tensado entre “las convenciones exteriores y la moral íntima”—es la primera obra maestra de la autora de la homoerótica y célebre Memorias de Adriano.-
Estos títulos y algunos más se abordarán en el curso que Walter Romero dará en e Malba a partir del viernes 19 de febrero: "Subjetividades de la disidencia en la literatura francesa: Gide, Cocteau, Yourcenar, Genet y Duras". Más info: [email protected]