Desde París
A veces suelen haber configuraciones en la actualidad internacional con las que un buen escritor se haría un festín narrativo. Las relaciones entre Rusia y la Unión Europea son el marco digno de una novela de espionaje, otra de amor, otra de guerra fría y caliente, otra más de confrontaciones tecnológicas, una suplementaria de influencia planetaria y, como la historia es un flujo constante de ingredientes perturbadores, habría que agregar otra más: la sanitaria. Después de haberse burlado de la vacuna rusa Sputnik V como si fuera un chiste o un elemental jueguito político del presidente ruso Vladimir Putin, la Unión Europea le está abriendo poco a poco su espacio a la vacuna Made in Rusia.
Sputnik V podría aterrizar muy pronto en los territorios de la Unión pese al momento crítico que atraviesan las relaciones entre la Unión Europea y Rusia. Los resultados alentadores del antídoto ruso, el atraso con el que los laboratorios de Occidente, en este caso Pfizer-BioNTech y AstraZeneca-Oxford, entregan las dosis prometidas, así como las dudas sobre la eficacia del producto AstraZeneca-Oxford ante la variante sudafricana de la covid-19, cambiaron la posición de los europeos.
La canciller alemana Angela Merkel fue la primera en pronunciarse a favor de la distribución del antídoto ruso en todos los países de la Unión. A principios de febrero Merkel dijo que Sputnik V era “bienvenida” y que Alemania estaba incluso dispuesta a “coproducir” la vacuna con Moscú. Después de la canciller alemana, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente francés, Emmanuel Macron, alentaron el suministro de la vacuna. Cabe recordar que, hasta ahora, sólo Hungría distribuía la vacuna rusa.
Entre Rusia y Europa nada es nunca claro. Una confrontación política muy densa se mezcló con la vacuna y hoy Moscú y la Unión Europea han roto el diálogo con el telón de fondo de la libertad de expresión, la represión de que es objeto el opositor ruso Alexeï Navalni, el papelón que hizo en Moscú el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, y la expulsión de diplomáticos de ambos bloques.
En suma, hay un enredo con varias tramas juntas: la pésima gestión de la compra de la vacuna por parte de la Unión Europea, los atrasos de las dosis compradas a Pfizer-BioNTech y AstraZeneca-Oxford, la necesidad de conseguir más vacunas, en este caso la rusa, y el conflicto político. La trama de la vacuna rusa está en camino. La condición para que Sputnik V llegue a la Unión Europea es que la Agencia Europea de Medicamentos, la AEM, la autorice como ya lo hizo con las otras tres: Pfizer-BioNTech, AstraZeneca-Oxford y Moderna. Moscú y esta agencia ya entablaron las negociaciones. Emer Cooke, Director General de EMA, confirmó que las discusiones estaban en curso con el Gamaleya Institute (el fabricante de Sputnik). La EMA inició también la etapa preparatoria con vistas a una introducción formal de Sputnik-V en el mercado europeo.
Por su parte, Moscú adelantó que podría suministrarle a Europa unos 100 millones de dosis. La opción rusa empieza a contar con adeptos políticos y científicos, así como con las expectativas de las opiniones públicas. Según los resultados publicados por la revista médica The Lancet, Sputnik V (ya homologada en unos 15 países) tiene un porcentaje de eficacia del 91,6%, lo que la ubica como el tercer tratamiento con mejores resultados luego de los de Pfizer-BioNTech y Moderna, incluso por encima de AstraZeneca-Oxford.
Queda, no obstante, una posible traba, pero no es científica sino política. La Agencia Europea de Medicamentos es permeable a las presiones de los socios europeos y, en este momento, la tensión entre Moscú y Bruselas es enorme. Josep Borrell (responsable de la diplomacia europea) recomendó que se adoptaran sanciones contra Moscú. El diplomático está muy ofendido con Vladimir Putin. Entre el 4 y el 7 de febrero Borrell visitó Rusia con el fin de “sanear” las relaciones con Moscú, pero Putin le regaló un mensaje rotundo tras la ola de críticas que recibió por parte de la Unión Europea debido a la represión contra los partidarios del opositor Alexeï Navalni.
En el mismo momento en que Borrell estaba en Rusia, Moscú expulsó a diplomáticos de Alemania, Polonia y Suecia, a quienes acusó de haberse sumado a las protestas en respaldo a Navalni. La Unión Europea le respondió este martes con la expulsión de diplomáticos rusos de esos tres países. Este 9 de febrero, el mismo Borrell exigió sanciones contra Moscú. Pese a la línea adoptada por el presidente francés y la canciller alemana de no romper los puentes con Moscú, el diálogo está hoy en bancarrota. El responsable de la política exterior de la UE reconoció que “nuestras relaciones están severamente tensas”. Por su parte, el ministro ruso de relaciones exteriores, Sergueï Lavrov, calificó a Europa como “un socio poco confiable” y juzgó que las sanciones contra Moscú eran “de tipo colonial”.
En su conjunto apresurado, la política de la Unión Europea es tanto más cínica cuanto que sólo parece acordarse de los derechos humanos y las libertades fundamentales cuando algo pasa en Rusia. Es, con otros países, su blanco predilecto. Cuando se trata de Irán, Venezuela, Cuba o Rusia Europa se viste de apóstol irrevocable de la democracia. En cambio, cuando, por ejemplo, se trata de Egipto y de su protodictador-presidente, el sanguinario general Abdelfatah El-Sisi, la vocación apostólica se derrite y vuelan como pájaros de paz las condecoraciones en la solapa de El-Sisi empujadas por el viento de la venta de armas.
En esta mega crisis, no obstante, media la urgencia sanitaria y la vacuna y, sobre todo, la postura de Francia y Alemania, los dos países más fuertes de la Unión Europea. No es un azar si el mismo Joseph Borrell dijo que la vacuna rusa era “una buena noticia para la humanidad”. Sea como fuere, otra vez, Putin ha demostrado que a él no le vienen a dar consejos, ni tampoco le asustan las sanciones. Su éxito es político, científico y simbólico. La Unión Europea está enfrascada en la crisis de la vacuna provocada por los laboratorios aliados de Occidente mientras que Vladimir Putin tiene la suya y dicta los tiempos y los límites políticos. Antes de que Sputnik-V aterrice en el mercado europeo, Putin ya vacunó a Europa.