En lengua de señas, el idioma con el que se comunican las personas sordas en el país, no hay ninguna seña para expresar las palabras machismo ni patriarcado. Tampoco para feminismo. Recién hace un año, se consensuó una para decir Ni Una Menos. Tras largos debates vía Facebook, la comunidad sorda local construyó la frase con tres señas: Mujer-Opresión-Basta, una síntesis perfecta de lo que significa ese movimiento que nació hace dos años, contra los femicidios, pero que extiende sus demandas contra todas las desigualdades que afectan a las mujeres en la sociedad. Fue una de las primeras acciones promovidas por el programa Sordas Sin Violencia, el primer equipo en el país –y en la región– de asistencia, acompañamiento y acceso a la información para mujeres sordas e hipoacúsicas víctimas de violencias machistas. Desde su creación, el equipo interdisciplinario que lleva adelante el proyecto brindó ayuda a una docena de mujeres, que hasta ese momento no tenían adonde recurrir en una urgencia: ni el 144 ni el 911 les permite pedir ayuda. Muchas mujeres sordas no tienen oralidad y para expresarse con señas –las que manejan ese idioma– requieren enviar mensajes con videos.

Pero para grabar un “videíto” por Whatsapp, FB o comunicarse por Skype, están más expuestas a ser vistas por el agresor, por quien las maltrata.  Y, por ejemplo, no pueden advertir el ruido de una puerta que se abre o cuando alguien se aproxima a ellas. “No podemos llamar por teléfono. Es una doble opresión. Nos sentimos más vulnerables por no poder expresarnos en nuestra propia lengua. En las oficinas públicas no hay personal capacitado”, señaló a este diario Mariana Reuter, sorda de nacimiento, consultora psicológica especializada en población sorda y miembro de FundaSor (entidad que agrupa a padres y familiares de personas sordas para su integración). Pero la desigualdad es aún más profunda. Muchas ni siquiera conocen la existencia de las leyes que las protegen como la 26.485 –contra la violencia hacia las mujeres en todos los ámbitos de sus relaciones interpersonales– y desconocen sus derechos porque no es frecuente que la información, la difusión, las campañas, los medios de comunicación, adapten sus mensajes para que la comunidad sorda pueda recibirlos.

“La vulnerabilidad es mayor en mujeres sordas. Muchas viven muy aisladas”, coincide Ester Mancera, fundadora de la asociación civil Enlaces Territoriales para la Equidad de Género. Mancera se unió en esta iniciativa con Reuter, y Mariela León Bani, intérprete de lengua de señas, capacitada en violencia, y acompañante terapéutica. 

“Recién a los 25 años tuve acceso a lengua de señas”, contó Reuter. Ella está “oralizada”, es decir, aprendió a hablar –con ese tono agudo característico que tienen las personas sordas– y lee los labios de su interlocutor, pero se apoya en la interpretación que hace León Bani para seguir la charla con esta cronista. Hasta hace poco tiempo, apunta, las escuelas de sordos solo enseñaban la oralidad. Ahora se está implementando la educación bilingüe.

Complejidad

La problemática de la violencia machista hacia mujeres sordas es un tema del que no se habla. Hay poca conciencia de las necesidades que pueden tener quienes atraviesan esas circunstancias, dice León Bani. “Ni siquiera hay en el país una estimación de la cantidad de personas sordas. El último censo nacional registró a la población discapacitada, pero sin distinguir entre diferentes situaciones”, explica Reuter. 

La primera mujer que atendieron el año pasado tenía 62 años y sufría violencia de parte de su marido, su única pareja en la vida, desde hacía 30. “Desde el noviazgo que la maltrataba. Ella había ido a una actividad que hicimos en 2015 en la Legislatura. Ahí nos conoció. Y después nos buscó. Había nacido oyente y una enfermedad congénita a los 28 años la dejó sorda y a partir de esa situación, la violencia se incrementó y fue creciendo a lo largo de los años. No pudo estudiar lengua de señas ni nada, ni ir al médico. No la dejaba su esposo. Hicimos con ella todo el proceso: la sosteníamos telefónicamente, vía Whatsapp, Skype, chat de Facebook. Trabajamos su fortalecimiento. Estrategias posibles. Tuvo una reunión  en la fiscalía porteña que encabeza Genoveva Cardinalli. “Le dio fortaleza saber que la justicia la acompañaba también”, agregó Mancera. “Hasta que un día tomó la decisión de denunciarlo e irse porque no daba más, casi la había querido matar y la llevamos a la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema. Llegamos ahí a un acuerdo de que ella tenía que estar acompañada por nosotras cuando hacía la denuncia porque es difícil para ellas confiar en un intérprete que no conocen. Además, las intérpretes pueden no saber de la temática específica”, contó Mancera. La asistencia y acompañamiento lo hacen las tres juntas, Mancera, Reuter y León Bani.

En otra ocasión las contactaron para acompañar a una mujer que había llegado al refugio para víctimas de La Matanza. “No tenía recursos de lengua de señas ni de lecto-escritura. Nada. Solo tenía comunicación ‘casera’, señas creadas por su familia para poder comunicarse con ella”, acotó León Bani. También intervinieron en casos de Salta y de La Plata, vía Skype. Y las están llamando de escuelas de sordos por situaciones de violencia en noviazgos entre jóvenes.

Ser escuchadas

La idea de conformar un programa para atender a mujeres sordas se empezó a gestar un año y medio atrás. En setiembre de 2015, desde Enlaces Territoriales, con el apoyo de la entonces diputada porteña Virginia González Gass, organizaron una jornada en la Legislatura para la comunidad sorda. Y luego, en marzo de 2016, en el marco de las actividades por el Día Internacional de la Mujer, proyectaron la película Refugiado del director Diego Lerman y  protagonizada por Julieta Díaz, que narra desde la mirada de un niño, la historia de su mamá, víctima de violencia machista, que escapa y deambula con él, buscando protección. Para ese día, el film estuvo adaptado para que el público sordo pudiera entenderla. Fueron un centenar de personas sordas a verlo, recordó Mancera. Después, hubo debate y cuatro mujeres del público se animaron, en ese espacio, a contar situaciones personales o de familiares cercanas de distintos tipos de violencias. Era la primera vez que encontraban un lugar para ser escuchadas.

Pero fue varios años antes, unos seis o siete, cuando Mancera se enfrentó por primera vez con el problema particular que viven las mujeres sordas, que sufren violencia. Estaba trabajando en el refugio para víctimas de violencia de género de la Ciudad de Buenos Aires. “Recibimos a una señora sorda que no tenía lengua de señas ni lectura labial ni escritura. ¿Qué hacemos con esta mujer?, nos preguntamos. Y ahí me di cuenta que yo, con más de treinta años de trabajo en derechos humanos de las mujeres e inclusión, no había pensado en esa situación y toda su complejidad”, apuntó. Por estos días, el programa Sordas Sin Violencia cumple un año.