Mike Karplus, un argentino, conocido experto en andinismo, hielos continentales y otras aventuras en esas inmensidades deshabitadas, encontró en 1998 algo oxidado, retorcido y cubierto de nieve en la mitad de la cordillera de los Andes un objeto que, no podían caber dudas, había sido una máquina de escribir. Inequívocamente había sido eso. Lo inconcebible era cómo había ido a parar a ese lugar. Era difícil que la hubiera olvidado un dactilógrafo distraído. Muy desconcertado Mike abandonó el artefacto para no agregar carga a su ya pesada mochila, sabiendo que sin llevar la prueba todos creerían que se trataría de una alucinación surrealista producto del cansancio y la escasez de oxígeno de aquellas alturas. Prosiguió su camino, pero unos novecientos metros más adelante encontró también una muy pequeña pieza de arcilla que --todo hacía suponer- había sido parte de una vasija. Esta vez sí, guardó la prueba. De regreso a Buenos Aires consultó a montañistas, antropólogos, historiadores, sin resultado. Hasta que una joven estudiante de arqueología revisó la piecita de arcilla en detalle y dijo: “Esto parece maya, de Honduras, México o Guatemala”. Mike siguió averiguando y al irse –desilusionado una vez más– de la embajada de Guatemala, escuchó un chistido. Era un viejito que, escoba en mano, le dijo: “Hace más de cuarenta años que mantengo limpia esta embajada. Escuché que usted decía que encontró algo insólito en la cordillera. Y yo sé que en 1954, un avión de las Fuerzas Armadas de Argentina, que venía con exiliados de Guatemala, tuvo serias dificultades y la tripulación tuvo que arrojar todos los equipajes para estabilizarlo”.
Bueno, ¡por fin! se dijo Mike, ¡no estaba delirando!, y se puso a averiguar todo el episodio. Resulta que en 1954 Jacobo Arbenz, el presidente elegido democráticamente en Guatemala (de ascendencia suiza pero nacido en Guatemala) se empeñaba en rescatar a su país de la ciénaga de miserias y sinsentidos en que se encontraba.
No tomó en cuenta que en Estados Unidos si un país latinoamericano se decidía a alfabetizar a su pueblo, otorgar tierras a los campesinos pobres y construir miles de viviendas populares, los capitostes de Washington se ponían muy nerviosos. ¡Había que mantenerlos en la miseria! Y la mejor manera era agitar los fantasmas del comunismo con lo que el adecentamiento del pueblo de Guatemala se transformó no en eso sino en que ¡Guatemala se había transformado en la cabecera de playa para propiciar la invasión de la Unión Soviética en América Latina! Bajo esta fábula se saboteó de mil maneras a Guatemala y a Arbenz, hasta que definitivamente se la invadió desde Honduras y se llegó a bombardear, con aviones de guerra, la ciudad capital del país, hasta lograr la caída de Arbenz. El revanchismo, el odio y los fusilamientos crearon un clima de pánico y desesperación entre los sectores progresistas de Guatemala (entre ellos se encontraba Ernesto Guevara), y Perón (que no estaba en su mejor momento, ya era 1954) ordenó abrir la embajada argentina en Ciudad de Guatemala y alojar allí a quienes se escapaban de las matanzas. Más de doscientas personas vivieron tres meses hacinadas en la embajada argentina hasta que pudieron ingresar dos aviones de la Fuerza Aérea Argentina a rescatar a los refugiados. En uno de los vuelos, en el tramo final, Santiago de Chile/Buenos Aires, uno de los aviones entró en emergencia y el comandante ordenó aligerar la carga, desprendiéndose de todo lo que no fuera imprescindible.
Así terminó de esclarecerse lo que no había sido una alucinación surrealista de Mike Karplus. Él siguió investigando y llegó a la conclusión de que esa máquina de escribir la portaba el conocido poeta y periodista guatemalteco Roberto Paz y Paz, escapando de la muerte.