“Las delegaciones ministeriales se preparan para que las clases vuelvan en agosto.”

Pedalea con fuerza a contraviento: el frío penetra las mil capas de ropa que se puso a propósito. A través de los auriculares escucha radio: eso la ayuda con la ansiedad de no saber si va a encontrar el lugar que busca. Un locutor de voz tensa entrevista al referente provincial de educación. ”Los estudiantes de todos los niveles tuvieron la posibilidad de continuar con sus procesos de aprendizaje, conectados y contenidos por las instituciones y los docentes, que acompañaron a niños y adolescentes en este contexto tan particular”, manifiesta el funcionario con una voz sonriente.

Alba se baja de la bicicleta porque la ciudad se ha hecho campo y el campo ahora es desierto. Se improvisan algunas calles perpendiculares a la colectora, pero cartel con nombre no hay en ninguna. Pone la mochila en el canasto de la bici y enreda las correas en el manubrio. Pisa hondo las calles de barro y agarra igual de profundo el caño revestido en goma con las manos.

“El Ministerio está pidiendo licitaciones para la compra masiva de termómetros. Es probable que los establecimientos educativos tomen la fiebre al ingreso y también al egreso de la jornada escolar. “

Mientras cogotea buscando alguna señal que le diga por dónde meterse en esa nueva porción de ciudad que se incorpora a su mapa mental, una señora gorda le hace señas, a lo lejos, con un repasador amarillo. Alba se acerca y en cada paso va calculando el tiempo que ha de tardar Adelina en llegar a la escuela todos los días. La radio sigue sonando, pero se sacó los auriculares, que ahora cuelgan uno a cada lado del cuello. Cuando ya está a unos metros, la mujer le pregunta qué busca, quizás un gesto de rescatarla de su foraneidad en medio de ese paisaje que amenaza con tragarla de un momento a otro.

—Busco a Adelina Báez.

La señora revolea el trapo amarillo y le señala una puerta que está ahí nomás, al costado. Alba le agradece. Se acerca y deja una mano sosteniendo la bici; con la otra, golpea la madera descascarada. De atrás se asoma un nene que apenas le llega a la cintura. Alba le pregunta si está solo y el nene asiente. Le pregunta por Adelina y el nene le cuenta que salió con el papá y con el carro. 

Alba saca de la mochila una bolsa con fotocopias: “Dáselo a tu hermana, decile que vino la seño a traerle la tarea”. El nene sonríe. La maestra mete de nuevo la mano en la mochila, rasca el fondo y como si estuviera haciendo un truco de magia, saca dos caramelos pegoteados y se los regala. El chico los agarra con desconfianza. Se saludan.

 

Alba se sube a la bici, pero no puede pedalear: algo en el mundo ha cambiado, no sabe a dónde volver.

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